Esta tarde hemos recorrido las dos exposiciones que ofrece el Museo del Prado... El arte no tiene precio, pero la entrada “vale” 8 € “de vellón”. Superadas las surrealistas dificultades derivadas de las nuevas instalaciones (esperar cola en el exterior, pagar, salir, volver a entrar, superar un primer control, pasar por el detector de metales y explosivos, volver a pasar por el arco porque se activan las alarmas a causa de una cremallera y, por fin, otro control más en el acceso a las salas de exposiciones temporales) nos encontramos con una multitud comparable a la que hallaríamos un sábado por la tarde en Carrefour. Por fortuna, en este caso nos rodeaban personas de aficiones comunes y preocupaciones comparables y, francamente, se notaba enseguida: olía a buen gusto, a emoción contenida, a sensibilidad. ¡Qué éxtasis! ¡Cuánto placer! Deambular en tan grata compañía en un ambiente de clímax singular e irrepetible... Salimos traspuestos, proyectando halos luminosos como angelotes de Murillo...
Lo mejor: la Artemisa... La exposición no está mal, teniendo en cuenta las pocas obras que es posible contemplar en Madrid de este interesante pintor; si no fuera por ello... Poco jamón de Jabugo entre muchas berzas.
Para completar el periplo, amortizar el gasto del aparcamiento y rentabilizar la entrada, recuperados del síndrome de Stendhal, nos encaminamos a disfrutar de la exposición Entre dioses y hombres, con 46 esculturas grecolatinas del Albertinum de Dresde y otras 20 más del propio museo. Por fortuna, el ambiente “carrefoureño” no llegaba hasta el edificio Villanueva y hasta era posible pasear con tranquilidad, a ritmo de Musorgski y no de "Paquito el chocolatereo", entre las reliquias de hace más de 1600 años. El montaje es, a mi juicio, magnífico; las obras, de gran calidad. Francamente, merece la pena afrontar la penitencia que los gestores del Prado imponen a quienes pretendemos pecar contra la ascesis estética.
Vaya vaya vaya, así que el profesor que nos habla todo el rato de arte moderno le vemos ahí contemplando maravillado el arte clásico...motivo tiene, pero es de las pocas veces que no le veo despotricar...
ResponderEliminarYo también coincido en que la exposición de Rembrandt poca chicha tenía, y casi todo era de lo más conocido de antes, podían haber ampliado el repertorio...pero bueno, así luego daba tiempo de recorrer el resto del museo...
¿Despotricar? Según el diccionario de maría Moliner, despotricar equivale a "Decir barbaridades, disparates o insultos contra alguien o algo". No entiendo a qué te refieres...
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