Francisco J. Rubia Vila, Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, pronunció un conferencia en el Congreso Internacional de Bioética, celebrado en Valencia, el 14 de noviembre de 2012, que se ha difundido recientemente en varios blogs. Aunque no comparto algunas de sus derivas filosóficas —en especial, las relacionadas con su manera de interpretar la
percepción—, sugiero su lectura reflexiva porque ofrece algunas claves particularmente importantes para situar la "libertad individual" y, por supuesto, las diferentes formas de conducta estética.
Me apetece destacar algunos párrafos del comienzo:
"La mayoría de nosotros cree que, a no ser que estemos bajo coacción o sufriendo por una enfermedad mental, todos tenemos la capacidad de tomar decisiones y hacer elecciones libremente. Con otras palabras: que estamos en posesión de lo que llamamos “libre albedrío” o voluntad libre. Que no dependemos de fuerzas físicas, ni del destino, ni de Dios. Que nuestro yo es el que decide y elige.
No obstante, parece que la neurociencia moderna piensa, al menos una parte de los neurocientíficos entre los que me encuentro, que esa creencia no es más que una ilusión, de manera que el fantasma de la falta de libertad nos acecha.
Parece evidente que nuestras decisiones y elecciones son el resultado de toda una serie de factores sobre los que no tenemos ningún control consciente: la herencia genética, las experiencias que hemos vivido y que dormitan en nuestra memoria, la mayoría de ellas implícita o inconscientemente, pero que pueden ser activadas en cualquier momento, las circunstancias actuales o los fines que hayamos planificado previamente.
En realidad, seguimos asumiendo la existencia de un homúnculo dentro del cerebro que sería el que toma las decisiones y realiza las elecciones, aunque la existencia de ese homúnculo ha sido ya rechazada desde el punto de vista neurocientífico, no sólo por la ausencia de un centro cerebral que lo albergue, sino porque exigiría la presencia de otro homúnculo dentro del primero y así sucesivamente.
En la literatura filosófica encontramos tres posturas diferentes ante el tema de la libertad: el determinismo, el libertarianismo y el compatibilismo. Determinismo y libertarianismo sostienen que si nuestra conducta está determinada, la libertad es una ilusión.
Los libertarios invocan una entidad metafísica, como el alma, como la causa de nuestros actos voluntarios y libres. Los compatibilistas afirman que tanto los deterministas como los libertarios están equivocados y que la libertad es compatible con el determinismo. Los compatibilistas admiten, pues, algo evidente: que sucesos neurales inconscientes determinan nuestros pensamientos y acciones y que ellos están a su vez determinados por causas previas sobre las que no tenemos ningún control.
Desazón por la falta de libertad
La posible falta de libertad nos provoca una desazón importante. Como dicen los anglosajones, es algo “contraintuitivo”. De ahí que muchos hayan recurrido a la física cuántica para evitar el determinismo, aludiendo que a nivel cuántico ese determinismo es inexistente y que la probabilidad y el azar son los que dominan ese ámbito.
Pero se ha argumentado que sustituir el determinismo por el indeterminismo o por el azar o la probabilidad no soluciona el problema, antes bien lo empeora.
La física cuántica nos dice que a nivel de las partículas elementales subatómicas no existe el determinismo, que éstas no se rigen por las leyes de Newton de la macrofísica. Las leyes de causa y efecto no rigen a ese nivel.
El problema es que el funcionamiento de las neuronas de nuestro cerebro se realiza a un macronivel regido por las leyes de Newton. Imaginémonos lo que ocurriría si, por ejemplo, trasladásemos el indeterminismo cuántico al macronivel de las sociedades.
Con otras palabras: si las decisiones o elecciones son el resultado de sucesos aleatorios, el libre albedrío tampoco existiría.
Como ya dijo Spinoza hace unos 350 años, nuestra creencia en el libre albedrío no sólo refleja nuestra impresión subjetiva y personal de control consciente sobre nuestras acciones, sino que es el resultado de nuestra ignorancia de las verdaderas causas que determinan esas acciones.
Algunos neurocientíficos, entre los que me encuentro, y también filósofos, no se asombran de la posibilidad de la falta de libertad, ya que muchas cosas en las que firmemente creemos no son lo que parecen.
(...)"
Me apetece destacar algunos párrafos del comienzo:
"La mayoría de nosotros cree que, a no ser que estemos bajo coacción o sufriendo por una enfermedad mental, todos tenemos la capacidad de tomar decisiones y hacer elecciones libremente. Con otras palabras: que estamos en posesión de lo que llamamos “libre albedrío” o voluntad libre. Que no dependemos de fuerzas físicas, ni del destino, ni de Dios. Que nuestro yo es el que decide y elige.
No obstante, parece que la neurociencia moderna piensa, al menos una parte de los neurocientíficos entre los que me encuentro, que esa creencia no es más que una ilusión, de manera que el fantasma de la falta de libertad nos acecha.
Parece evidente que nuestras decisiones y elecciones son el resultado de toda una serie de factores sobre los que no tenemos ningún control consciente: la herencia genética, las experiencias que hemos vivido y que dormitan en nuestra memoria, la mayoría de ellas implícita o inconscientemente, pero que pueden ser activadas en cualquier momento, las circunstancias actuales o los fines que hayamos planificado previamente.
En realidad, seguimos asumiendo la existencia de un homúnculo dentro del cerebro que sería el que toma las decisiones y realiza las elecciones, aunque la existencia de ese homúnculo ha sido ya rechazada desde el punto de vista neurocientífico, no sólo por la ausencia de un centro cerebral que lo albergue, sino porque exigiría la presencia de otro homúnculo dentro del primero y así sucesivamente.
En la literatura filosófica encontramos tres posturas diferentes ante el tema de la libertad: el determinismo, el libertarianismo y el compatibilismo. Determinismo y libertarianismo sostienen que si nuestra conducta está determinada, la libertad es una ilusión.
Los libertarios invocan una entidad metafísica, como el alma, como la causa de nuestros actos voluntarios y libres. Los compatibilistas afirman que tanto los deterministas como los libertarios están equivocados y que la libertad es compatible con el determinismo. Los compatibilistas admiten, pues, algo evidente: que sucesos neurales inconscientes determinan nuestros pensamientos y acciones y que ellos están a su vez determinados por causas previas sobre las que no tenemos ningún control.
Desazón por la falta de libertad
La posible falta de libertad nos provoca una desazón importante. Como dicen los anglosajones, es algo “contraintuitivo”. De ahí que muchos hayan recurrido a la física cuántica para evitar el determinismo, aludiendo que a nivel cuántico ese determinismo es inexistente y que la probabilidad y el azar son los que dominan ese ámbito.
Pero se ha argumentado que sustituir el determinismo por el indeterminismo o por el azar o la probabilidad no soluciona el problema, antes bien lo empeora.
La física cuántica nos dice que a nivel de las partículas elementales subatómicas no existe el determinismo, que éstas no se rigen por las leyes de Newton de la macrofísica. Las leyes de causa y efecto no rigen a ese nivel.
El problema es que el funcionamiento de las neuronas de nuestro cerebro se realiza a un macronivel regido por las leyes de Newton. Imaginémonos lo que ocurriría si, por ejemplo, trasladásemos el indeterminismo cuántico al macronivel de las sociedades.
Con otras palabras: si las decisiones o elecciones son el resultado de sucesos aleatorios, el libre albedrío tampoco existiría.
Como ya dijo Spinoza hace unos 350 años, nuestra creencia en el libre albedrío no sólo refleja nuestra impresión subjetiva y personal de control consciente sobre nuestras acciones, sino que es el resultado de nuestra ignorancia de las verdaderas causas que determinan esas acciones.
Algunos neurocientíficos, entre los que me encuentro, y también filósofos, no se asombran de la posibilidad de la falta de libertad, ya que muchas cosas en las que firmemente creemos no son lo que parecen.
(...)"
Habiendo leído el artículo completo, me pregunto en qué punto queda el pensamiento voluntario a la hora de tomar cualquier decisión o realizar cualquier acción. Quizás sea necesaria esa ilusión de "libertad" para nuestra supervivencia. ¿Sería entonces más determinante esa construcción voluntaria que los mecanismos automáticos? Da mucho que pensar...
ResponderEliminarHay muchas situaciones reforzadas especialmente en los medios de comunicación y en la práctica política, seguramente porque es fácil imaginar las consecuencias de un modelo normativo demasiado atento a menospreciar la voluntariedad. Ahí está el caso, por ejemplo, de la "violencia machista", antes denominada "criminalidad pasional". Un tipo que mata a "su mujer" y luego se suicida no ofrece, precisamente, un ejemplo claro de conducta "racional". Pero sería estúpido fijar un marco normativo excesivamente "comprensivo" con las "sinrazones" (pulsiones o motivaciones inconscientes): se dispararían los actos violentos. Por fortuna, en el universo estético las situaciones no tienen tantas implicaciones perversas para la armonía social y podemos afrontarla con mayor "frialdad". ¿O sí?
ResponderEliminarLa creencia en la libertad no proviene de consideraciones empíricas, es decir que millones de experiencias que generen indicios a favor o en contra de la libertad, están practicamente fuera de lugar frente a preguntas como que es lo que víncula a dos entes que son capaces de interactuar, y así si todos los miembros de un ser humano están vinculados que es lo que los vincula, y si sus decisiones obdedecen a un sistema jerárquico, que es lo que ocupa la máxima jerarquía, las probabilidades no sirven de mucho pues si se afirma que hay dos variables continuas, (me refiero a la probabilidad de que dos o más entes de igual jerarquía tomen las decisiones en un ser humano), sean iguales es cero tema que puede encontrarse en los textos de estadística y probabilidades, los cuales inclueyen la demostración formal, por lo tanto uno de ellos es mayor que el otro, suponiendo que aunque no son iguales ninguno de los dos depende jerárquicamente del otro, entonces debe existir otro ente que los vincula ante el cuál si dependerán jerarquicamente, por eso en un sistema determinado cualquiera, debe existir un esquema jerárquico, en el cual el elemento de máxima jerarquía es un único elemento.
ResponderEliminarComo ese elemento por definición no tiene partes, no se puede considerar mecanismos causales que le permitan tomar decisiones ya predeterminadas, todas las decisiones que tome serían autonomas en caso de poder tomarlas. Claro que para tomarla usará libremente de todos los elementos a su disposición propios y ajenos si le es permitido.
Atentamente,
Para anónimo:
EliminarGracias por el comentario.
Entiendo que es Imposible responder como merecería la complejidad del asunto a un comentario tan comprimido. En todo caso, creo que introduces categorías generadas por nuestra razón (¿"Razón"?) y en la Naturaleza existen "mecanismos" (por llamarlos de algún modo) que funcionan según otros parámetros.