Consideraciones preliminares
"Nadie puede ver mucho tiempo cómo dejo caer una piedra y digo que no cae, declara un optimista Galileo aunque, más adelante, constate una resistencia generalizada a admitir evidencias empíricas. Mide mal el poder de las creencias o, si se prefiere, de las conveniencias. Y es que, como dijo Einstein (sobre cuya figura Brecht también proyectó escribir una pieza), resulta más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
En su primera versión, Brecht presenta a su protagonista como un perspicaz estratega que logra escribir y difundir los Discorsi, aunque para ello deba abjurar públicamente de sus investigaciones. La conocida frase pobre del país que necesita héroes enuncia ese posibilismo. Sin embargo, años más tarde, el autor corrige la última escena y es el propio Galileo quien declara abiertamente la gran infamia que ha supuesto su retractación: una imperdonable traición a la Humanidad. Entre una y otra versión la bomba atómica ha destruido dos ciudades japonesas. Brecht entiende ahora que la pureza de la investigación científica, su desaprensiva especialización de funestas consecuencias, parte precisamente de ese pecado original de las ciencias modernas.
El tema, pues, de la obra es el de la responsabilidad social de la Ciencia. Galileo, en principio, no concibe sus experimentos desvinculados de la idea de progreso social; sin embargo, el veto de las autoridades eclesiásticas le aboca a canalizar su creatividad a través de cauces más selectos y restringidos. Se convierte en un especialista."
No sé si esa reflexión encaja bien con la naturaleza de la obra original y ni tan siquiera con lo que fue Galileo, pero sea como fuere, ayuda a enfocar el planteamiento de la representación, filtrado por la versión elegida, escrita en circunstancias diferentes de la primera; no sé si es oportuno relacionarla con el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki; también se podría haber mencionado que Bertolt Brecht fue citado por el Comité de Actividades Antiamericanas en 1947... Pero me consta que la relación entre el "triunfo" del método científico y el uso de la bomba atómica es un "argumento" empleado por Joseph Ratzinger en La crisis de la fe en la ciencia (Roma, E. Paoline, 1992) para desacreditar al relativismo científico. El título del texto es elocuente: ¿Fe en la ciencia? ¿De qué hablaba Joseph Ratzinger, de ciencia o de la relación entre ciencia y religión?
Para situar al lector, recurro a las palabras de Giorgio Israel, que desde una postura alineada con la doctrina oficial de la Iglesia, ofrecía un resumen del del discurso del Papa que dio origen a la mencionada publicación:
Ignoro si E. Caballero ha introducido esa valoración que habla del "pecado original" de la ciencia desde el juicio de Carl Friedrich von Weizsäcker, desde Feyerabend o desde la actual postura oficial de la Iglesia, pero entiendo que hoy no tiene sentido discutir sobre las debilidades del pensamiento científico o dudar sobre el "cientifismo" de Galileo, salvo desde ciertas ideologías, no siempre de apariencia conservadora. Por evitar disquisiciones estériles, que podría conducirnos incluso al territorio de ciertos enredos posmodernos (recuérdese el "asunto Sokal), me remito al juicio de síntesis de Bertrand Russell, que también fue (es) autoridad agnóstica, expresado en El panorama de la ciencia (ed. Ercilla, p. 14):
"El conflicto entre Galileo y la Inquisición no es meramente el conflicto entre el libre pensamiento y el fanatismo, o entre la ciencia y la religión; es un conflicto entre el espíritu de inducción y el espíritu de deducción. Los que creen en la deducción como método para llegar al conocimiento se ven obligados a tomar sus premisas en alguna parte, generalmente en un libro sagrado. La deducción procedente de libros inspirados es el método de llegar a la verdad empleado por los juristas cristianos, mahometanos y comunistas. Y puesto que la deducción, como medio de alcanzar el conocimiento, fracasa cuando existe duda sobre las premisas, los que creen en la deducción tienen que ser enemigos de los que discuten la autoridad de los libros sagrados. Galileo discutió a Aristóteles y a las Escrituras, y con ello destruyó todo el edificio del conocimiento medieval. Sus predecesores sabían cómo fue creado el mundo, cuál era el destino del hombre y los más profundos misterios de la metafísica, y los ocultos principios que rigen la conducta de los cuerpos. En el universo moral y material nada era misterioso para ellos, nada oculto; todo podía ser expuesto en metódicos silogismos. Comparado con todo -este caudal, ¿qué les quedaba a los partidarios de Galileo? Una ley de los cuerpos que caen, la teoría del péndulo y las elipses de Kepler. ¿Puede sorprender, ante esto, que los eruditos protestasen a voz en grito de la destrucción de sus conocimientos,ganados tan laboriosamente? Así como el Sol naciente disipa la multitud de las estrellas, así las escasas verdades comprobadas por Galileo desvanecieron el firmamento centelleante de las certezas medievales "
Desde Hiroshima y Nagasaki cabría formular reparos sobre ciertos planteamientos marxistas que relacionaban el desarrollo científico con la aparición de un malestar social que, a su vez, podía activar el cambio político. El desarrollo científico podía "liberar" a las personas de prejuicios y creencias ajenos a los intereses de la clase trabajadora; y seguramente algunos "marxistas" ingenuos habrán expuesto que el avance científico sirve para desenmascarar la falacia de ciertas instituciones vinculadas a las estructuras de poder económico. Pero no creo que las dudas sobre esos planteamientos deterministas se resolvieran con el bombardeo de Hiroshima y Nakasaki, porque desde mucho antes de la Revolución Industrial, el poder económico se ha esforzado en poner el desarrollo científico a su servicio. La vida del propio Galileo lo ilustra perfectamente.
En definitiva, sería exagerado creer que reflexiones como las de von Weizsäcker, Feyerabend o Ratzinger, pudieran condicionar la obra de Brecht; además, la última versión de La vida de Galileo no supuso cambios relevantes salvo en la parte final, que no alteraron substancialmente su contenido, centrado en las peripecias de un científico enfrentado a la institución que, titulándose la mediadora entre las personas y Dios, funcionaba como un formidable mecanismo de control social.
Hoy, setenta años después de la primera versión de la obra y casi cuatrocientos años después de los tiempos de Galileo, sólo se discute la eficacia del método científico para comprender lo que nos rodea, desde posturas ideológicas desconectadas de la práctica de los laboratorios o matizadas por intereses religiosos. Y en ese sentido, por fortuna, apenas ha cambiado una cuestión fundamental en tanto tiempo: el peso político de la Iglesia, siendo aún muy grande, no es decisivo, porque el desarrollo científico es, en su propia naturaleza dialéctica, imparable.
Sobre el teatro épico de Brecht
A partir de la primer versión, en los años cuarenta, Brecht preparó una segunda ("americana") en colaboración con Charles Laughton, que tuvo una representación muy especial en el Coronet Theater de Los Ángeles, bajo la dirección de Joseph Losey, en colaboración con el propio Bertolt Brech. Por fin, en 1955 finalizó la tercera y última...
La obra se reconoce como uno de los ejemplos mejor logrados de sus ideas para convertir la acción teatral en un mecanismo de pedagogía política, por supuesto, en línea con sus ideas. Le interesaba especialmente romper con la tradición asentada en tiempos de Aristóteles, de que los espectáculos teatrales operaran como hoy funcionan los espectáculos deportivos, es decir, como momentos en los que los asistentes pueden descargar sus emociones reprimidas sin que con ello padezca el cuerpo social. Para Brecht el teatro debía ser, ante todo, un hecho social aprovechable en sentido diferente, como mecanismo que funcionara en favor de los intereses de la clase trabajadora.
No sé si es realista plantearse hoy que el teatro se aleje del concepto de catarsis para “funcionar” como mecanismo activador de la reflexión del espectador. Hoy está más claro que nunca que esa pretensión depende poco de las cualidades de la obra porque en el problema de conducta afrontado por Brecht lo relevante no está sólo en el formato de la obra, sino también y, muy especialmente, en ciertas circunstancias de la psique humana y, por supuesto, en los diferentes perfiles psicológicos e ideológicos de quienes asisten a la función. En el cine se planteó un debate parecido y casi en paralelo entre las posturas de Vertov y Eisenstein; discutir sobre si el plano secuencia tiene más capacidad de activación reflexiva que la habilidad del montador no tiene sentido; a esos efectos es más importante lo que se cuenta que cómo se cuenta; sin que ello suponga menosprecio de ningún elemento de los que componen el lenguaje cinematográfico.
Obviamente, la inclusión de ciertos recursos, como los breves números musicales, enfatizar lo vulgar sobre lo extraordinario, introducir elementos que rompan la linealidad y nos coloquen ante nuestro mismo presente y cosas similares, puede ayudar a crear un "cierto ambiente", a forzar cierta distancia entre el "espectáculo" (o el hecho narrado) y el espectador, pero no creo que sea posible evitar la aparición de fenómenos relacionados con la "catarsis": "Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones." (DRAE)
Desde que se realizó Die Dreigroschenoper, en 1931 (Pabst), objetivos similares se han planteado en el territorio cinematográfico durante el siglo pasado con resultados esclarecedores. Por suerte o por desgracia, los espectáculos teatrales y cinematográficos han de ser rentables y ello induce un condicionante fundamental a la hora de concebir la realización de una película. En la Unión Soviética se pudieron hacer algunas de ese tipo, que apenas conocemos, pero en el ambiente definido por el sistema capitalista, no cabe otra opción que poner por delante el beneficio económico y ello conduce casi inevitablemente al sacrificio de objetivos de mayor enjundia, ya sean pedagógicos o, incluso, estéticos. Pero poner la obra al alcance de todo el mundo no tiene por qué suponer supresión de dichos componentes.
Entre los ejemplos que arrojan mayor luz acaso esté Barry Lyndon (Kubrick, 1975), película monumental por lo estético y por lo "social", que narra en tercera persona la historia de un advenedizo y la dificultas de romper las barreras sociales durante el Antiguo Régimen. Francamente, no creo que contar la historia con voz en off sirva para distanciar decisivamente al espectador, si acaso para separarle levemente y durante una parte de la "representación", pero me parece inevitable que el espectador se identifique con el protagonista de una historia, incluso aunque su vida no sea "ejemplar" y ello induzca la aparición de "respuestas" emotivas de mayor o menor complejidad. Kubrick había afrontado en 1971 asuntos de la misma naturaleza en A Clockwork Orange y para ello empleó a un actor desconocido, para proponer una reflexión entre los vínculos existentes dentro de la naturaleza humana, entre el sexo, la conducta estética y la violencia. Él mismo indicó que le interesaba evitar los fenómenos asociados al Star Systmen (proyecciones asociadas al actor popular). Paradójicamente, la película marcó tan decisivamente a Malcolm McDowell, que apenas pudo trabajar esporádicamente en papeles convencionales: no es posible escapar a los fenómenos psicológicos subyacentes al fenómeno Star-Sytem porque no están en el cine o en el teatro sino en la naturaleza humana. En todo caso, en A Clocckwork Orange el juego estético se concretó en un proceso de proyección empática creciente en torno al protagonista, que durante la película se transforma gradualmente, en un proceso continuo, de ser un psicópata a convertirse en un joven desvalido.
Kenneth Loach se propuso hacer un cine "objetivo" capacitado para ofrecer "reflexiones frías", al "estilo" de El ladrón de bicicletas, según sus propias declaraciones. Sorprende el juicio teniendo en cuenta que la película de de Sica, en su propio planteamiento argumental, era transposición de la encíclica Rerum Novarum, que en 1891 condensó la doctrina social de la Iglesia. Por desgracia, Loach no fue el único realizador de ideología progresista en expresar intenciones "sorprendentes". Algo parecido le pasó a Pier Paolo Pasolini cuando en su voluntad por humanizar la figura de Jesucristo, en El evangelio según San Mateo (1964), se encontró con la aprobación entusiasta de la Iglesia.
A mi juicio, existe un "pequeño error" en las hipótesis de partida de estos planteamientos: pasar por alto que el hecho perceptivo, en su funcionamiento al margen de nuestra voluntad, supone la creación de juicios "éticos" y la activación de emociones y que enfrentarse a ello es tan absurdo como intentar que la sangre deje de moverse.
En suma, pretender escribir un obra de teatro ("teatro épico") o realizar una película con la intención de que, desde sus respectivos formatos, activen una reflexión autónoma al margen de cualquier acción de inclinación emotiva, parece, cuando menos, de una ingenuidad impropia del talento de un personaje como Bertolt Brecht; y por si el lector escéptico cree que el juicio es exagerado, tenga en cuenta el éxito popular de las películas estrictamente brechtiana que se han conservado: la mencionada Die Dreigroschenoper, de Pabst (1931), que tanto podría ilustrar sobre la actual situación política española y, Leben des Galilei, de J. Losey (1975).
La obra
La obra comienza con un Galileo humanizado, que para ganarse la vida engaña a sus protectores con objetos comunes o con un telescopio que se vende en Amsterdan por poco dinero. Pero en seguida aparecen referencias directas al método científico: lo primero es describir; luego, el estado de la cuestión; a continuación aparece la duda desde la que se abre el análisis...
Y en el momento de las conclusiones, Galileo se impone a la Biblia. La obra alcanza el clímax cuando el personaje, de nuevo humanizado, aparece asustado ante la amenaza de torturas; ese miedo justificaría su famosa retractación firmada y fechada en 1633:
"Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto Vincenzo Galileo, de Florencia, de setenta años de edad, siendo citado personalmente a juicio y arrodillado ante vosotros, los eminentes y reverendos cardenales, inquisidores generales de la República universal cristiana contra la depravación herética, teniendo ante mí los Sagrados Evangelios, que toco con mis propias manos, juro que siempre he creído y, con la ayuda de Dios, creeré en lo futuro, todos los artículos que la Sagrada Iglesia católica y apostólica de Roma sostiene, enseña y predica. Por haber recibido orden de este Santo oficio de abandonar para siempre la opinión falsa que sostiene que el Sol es el centro e inmóvil, siendo prohibido el mantener, defender o enseñar de ningún modo dicha falsa doctrina; y puesto que después de habérseme indicado que dicha doctrina es repugnante a la Sagrada Escritura, he escrito y publicado un libro en el que trato de la misma condenada doctrina y aduzco razones con gran fuerza en apoyo de la misma, sin dar ninguna solución; por eso he sido juzgado como sospechoso de herejía, esto es, que yo sostengo y creo que el Sol es el centro del mundo e inmóvil, y que la tierra no es el centro y es móvil, deseo apartar de las mentes de vuestras eminencias y de todo católico cristiano esta vehemente sospecha, justamente abrigada contra mí; por eso, con un corazón sincero y fe verdadera, yo abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías mencionados, y en general, todo error y sectarismo contrario a la Sagrada Iglesia; y juro que nunca más en el porvenir diré o afirmaré nada, verbalmente o por escrito, que pueda dar lugar a una sospecha similar contra mí; asimismo , si supiese de algún hereje o de alguien sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo oficio o al inquisidor y ordinario del lugar en que pueda encontrarme. Juro, además, y prometo que cumpliré y observaré fielmente todas las penitencias que me han sido o me sean impuestas por este Santo oficio. Pero si sucediese que yo violase alguna de mis promesas dichas, juramentos y protestas (¡que Dios no quiera!), me someto a todas las penas y castigos que han sido decretados y promulgados por los sagrados cánones y otras constituciones generales y particulares contra delincuentes de este tipo. Así, con la ayuda de Dios y de sus Sagrados Evangelios, que toco con mis manos, yo, el antes nombrado Galileo Galileo, he abjurado, prometido y me he ligado a lo antes dicho; y en testimonio de ello, con mi propia mano he suscrito este presente escrito de mi abjuración, que he recitado palabra por palabra."
En la médula de la obra: el conflicto ya mencionado entre los modelos geocéntrico y heliocéntrico; el primero respaldado por la autoridad de Aristóteles y refrendado por las Sagradas Escrituras, y el segundo contrastado por las observaciones y por un nuevo método de aproximarse al conocimiento empleando los recursos de la razón.
A pesar de los elementos del "teatro épico", es difícil no sentir la tentación de identificarse con un personaje al borde de la aniquilación en lo familiar y en lo científico. Es más, creo que algunos elementos supuestamente concebidos para distanciar al espectador, consiguen exactamente lo contrario. Y otros desbordan ampliamente las posibilidades de un espectador de nuestros días: no estoy seguro que la mayor parte de los asistentes a una representación de esa obra salga con las ideas claras sobre el orden de prioridades que, en asuntos de conocimiento, debemos otorgar a la relación entre razonamiento bien fundado y creencias.
En nuestros días, en un ambiente cultural dominado decisivamente por el desarrollo tecnológico, son muy numerosas las personas que permanecen vinculadas desde lo más profundo de sus conciencias personales, a las creencias arraigadas con mayor o menor fundamento social en el contexto sociológico. Los poderosos de hoy no necesitan a la Iglesia porque controlan mecanismos de configuración de creencias más poderosos que la revelación divina.
Como si fuera un guiño diabólico a Karl Popper, el sistema dominante se defiende del análisis crítico creando y reforzando creencias —por supuesto creencias falsas— que el sistema mismo aplica con estrategia goebbeliana para restar relevancia al sentido de los razonamientos. Ahora no es necesario quemar en la hoguera a los científicos o a quienes proponen análisis críticos sobre cualquier fenómeno ni amenazarlos con torturas, basta con desacreditarlos. Y en ese sentido, acaso lo que sucedió con Galileo fuera el primer paso en un camino muy transitado. Quienes controlaban las mentes sabían que ya no podían mantener el modelo tradicional, que situaba a la tierra en el centro del Universo, porque no servía para sus intereses comerciales; necesitaban del nuevo. Pero al mismo tiempo, ofrecieron una fórmula que desacreditaba a su autor, obligándole a abjurar de las teorías que ya estaban empleando los navíos que transportaban mercancías vinculadas a los príncipes de la Iglesia.
Iniciativas de este tipo forman parte de los protocolos políticos actuales, que describió con relativa precisión Umberto Eco en su última novela y que, casi siempre pasan por enfatizar el principio de autoridad, lanzar dudas artificiosas, desacreditar moral y socialmente a quien se manifiesta frente a lo establecido, reiterar argumentaciones forzadas, mentir, etc.. Han pasado los años y se mantiene el procedimiento de forma casi literal, aunque ahora el compendio de creencias no está en la Biblia. Para un porcentaje muy elevado de la sociedad, son más relevantes a efecto de formar el "juicio personal" las creencias insufladas mediante la educación escolar y la ambiental, que los datos extraídos desde los datos objetivos valorados por nuestra racionalidad.
Al igual que Huxley (Aldous), Brecht no calibró bien la relevancia que tienen las creencias para la estabilidad emocional de las personas y se equivocó, como se siguen equivocando los marxistas " de manual", cuando "creen" que la racionalidad humana se impone "siempre" a las supercherías, a las creencias falsas. El papel que ayer tenía la Iglesia en sus vertientes punitivas, en lo secular y en la vida eterna, para controlar a las personas, hoy lo ocupan los medios de comunicación...
Y desde estas consideraciones, teniendo en cuenta las aportaciones de Umberto Eco, por no citar otras de menor reconocimiento, acaso hubiera convenido alguna acotación que permitiera al espectador relacionar los hechos de entonces con los de ahora...
La versión de Ernesto Caballero
He visto unas cuantas veces la obra de Brecht, tanto en teatro como en cine y desde mis propias experiencias he de reconocer que la de Ernesto Caballero me ha parecido la mejor con mucha diferencia sobre las experiencias previas.
La concepción escenográfica, obra de Paco Azorín, respaldada por la iluminación de Ion Aníbal, me ha parecido sencillamente magnífica. Eliminar prácticamente por completo las referencias culturales y sustituirlas por unos pocos objetos de diseño geométrico me parece oportuno, aunque con ello el espectáculo se aleje de las pretensiones del propio autor. El escenario rotatorio que, con frecuencia, conjugaba diferentes movimientos aparentes expresa brillantemente el fondo del problema científico mostrado por Galileo; emplearlo como soporte de expresión racional sintetizaba una parte del problema de fondo de Brecht.
La inclusión del propio Bertolt Brecht acaso como fórmula para forzar la reflexión del espectador me parece buena idea, por supuesto, como recurso más propio de los procedimientos actuales que de los de la época del dramaturgo alemán.
Los “toques” de “actualización” me han parecido sutiles y brillantes.
Los insertos musicales, que, desde la concepción original, deberían romper el ritmo narrativo para facilitar la reflexión del espectador están, en este caso, bastante bien integrados en el diseño general. Por su parte, el vestuario se adapta bien al tono general...
En el debe sólo encuentro alguna interpretación que desentona en el tono general.
Por supuesto, el público aplaudió con vehemencia y, en este caso, con justicia.
"Nadie puede ver mucho tiempo cómo dejo caer una piedra y digo que no cae, declara un optimista Galileo aunque, más adelante, constate una resistencia generalizada a admitir evidencias empíricas. Mide mal el poder de las creencias o, si se prefiere, de las conveniencias. Y es que, como dijo Einstein (sobre cuya figura Brecht también proyectó escribir una pieza), resulta más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
En su primera versión, Brecht presenta a su protagonista como un perspicaz estratega que logra escribir y difundir los Discorsi, aunque para ello deba abjurar públicamente de sus investigaciones. La conocida frase pobre del país que necesita héroes enuncia ese posibilismo. Sin embargo, años más tarde, el autor corrige la última escena y es el propio Galileo quien declara abiertamente la gran infamia que ha supuesto su retractación: una imperdonable traición a la Humanidad. Entre una y otra versión la bomba atómica ha destruido dos ciudades japonesas. Brecht entiende ahora que la pureza de la investigación científica, su desaprensiva especialización de funestas consecuencias, parte precisamente de ese pecado original de las ciencias modernas.
El tema, pues, de la obra es el de la responsabilidad social de la Ciencia. Galileo, en principio, no concibe sus experimentos desvinculados de la idea de progreso social; sin embargo, el veto de las autoridades eclesiásticas le aboca a canalizar su creatividad a través de cauces más selectos y restringidos. Se convierte en un especialista."
No sé si esa reflexión encaja bien con la naturaleza de la obra original y ni tan siquiera con lo que fue Galileo, pero sea como fuere, ayuda a enfocar el planteamiento de la representación, filtrado por la versión elegida, escrita en circunstancias diferentes de la primera; no sé si es oportuno relacionarla con el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki; también se podría haber mencionado que Bertolt Brecht fue citado por el Comité de Actividades Antiamericanas en 1947... Pero me consta que la relación entre el "triunfo" del método científico y el uso de la bomba atómica es un "argumento" empleado por Joseph Ratzinger en La crisis de la fe en la ciencia (Roma, E. Paoline, 1992) para desacreditar al relativismo científico. El título del texto es elocuente: ¿Fe en la ciencia? ¿De qué hablaba Joseph Ratzinger, de ciencia o de la relación entre ciencia y religión?
Para situar al lector, recurro a las palabras de Giorgio Israel, que desde una postura alineada con la doctrina oficial de la Iglesia, ofrecía un resumen del del discurso del Papa que dio origen a la mencionada publicación:
"Echan en cara al Papa el haber retomado – en una conferencia tenida precisamente en “La Sapienza” el 15 de febrero de 1990 (cfr J. Ratzinger, "Wendezeit für Europa? Diagnosen und Prognosen zur Lage von Kirche und Welt", Einsiedeln-Freiburg, Johannes Verlag, 1991, pp. 59 y 71) – esta frase del filósofo de la ciencia Paul Feyerabend: “En época de Galileo la Iglesia se mantuvo mucho más fiel a la razón que el mismo Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo”.
Pero no se han preocupado en leer por entero y atentamente aquel discurso del entonces cardenal Ratzinger. Tenía como tema la crisis de confianza en la ciencia en sí misma y daba como ejemplo el cambio de actitud sobre el caso Galileo. Si en el siglo XVIII Galileo es el emblema del oscurantismo medieval de la Iglesia, en el siglo XX la actitud cambia y se subraya cómo Galileo no había proporcionado pruebas convincentes del sistema heliocéntrico, hasta la afirmación de Feyerabend – definido por Ratzinger como un “filósofo agnóstico-escéptico” – y la de Carl Friedrich von Weizsäcker, que inclusive establecía una línea directa entre Galileo y la bomba atómica.
Estas citas no eran usadas por el cardenal Ratzinger para buscar desquites e hilvanar justificaciones. “Sería absurdo – dijo – construir sobre la base de estas afirmaciones una apresurada apologética. La fe no crece a partir del resentimiento y del rechazo de la racionalidad”.
Es un buen ejemplo de "lógica vaticana". Ante un error histórico de bulto se buscan apoyos al error en personas de ideología alejadade los "principios cristianos" y acreditada solvencia intelectual como prueba incuestionable de que lo expuesto por la Iglesia es cierto. Los juicios de las miles de personas de acreditada solvencia intelectual que, con ideología cristiana o agnóstica, han expuesto juicios en sentido contrario a la doctrina oficial de la Iglesia no sirven de nada. No creo que sea necesario recoger un repertorio de juicios de cualquier coloración que han interpretado la retractación de Galileo como una brutalidad comparable a la sentencia a morir quemado que la misma institución aplicó a Giordano Bruno por defender "teorías" similares.
Es un buen ejemplo de "lógica vaticana". Ante un error histórico de bulto se buscan apoyos al error en personas de ideología alejadade los "principios cristianos" y acreditada solvencia intelectual como prueba incuestionable de que lo expuesto por la Iglesia es cierto. Los juicios de las miles de personas de acreditada solvencia intelectual que, con ideología cristiana o agnóstica, han expuesto juicios en sentido contrario a la doctrina oficial de la Iglesia no sirven de nada. No creo que sea necesario recoger un repertorio de juicios de cualquier coloración que han interpretado la retractación de Galileo como una brutalidad comparable a la sentencia a morir quemado que la misma institución aplicó a Giordano Bruno por defender "teorías" similares.
Ignoro si E. Caballero ha introducido esa valoración que habla del "pecado original" de la ciencia desde el juicio de Carl Friedrich von Weizsäcker, desde Feyerabend o desde la actual postura oficial de la Iglesia, pero entiendo que hoy no tiene sentido discutir sobre las debilidades del pensamiento científico o dudar sobre el "cientifismo" de Galileo, salvo desde ciertas ideologías, no siempre de apariencia conservadora. Por evitar disquisiciones estériles, que podría conducirnos incluso al territorio de ciertos enredos posmodernos (recuérdese el "asunto Sokal), me remito al juicio de síntesis de Bertrand Russell, que también fue (es) autoridad agnóstica, expresado en El panorama de la ciencia (ed. Ercilla, p. 14):
"El conflicto entre Galileo y la Inquisición no es meramente el conflicto entre el libre pensamiento y el fanatismo, o entre la ciencia y la religión; es un conflicto entre el espíritu de inducción y el espíritu de deducción. Los que creen en la deducción como método para llegar al conocimiento se ven obligados a tomar sus premisas en alguna parte, generalmente en un libro sagrado. La deducción procedente de libros inspirados es el método de llegar a la verdad empleado por los juristas cristianos, mahometanos y comunistas. Y puesto que la deducción, como medio de alcanzar el conocimiento, fracasa cuando existe duda sobre las premisas, los que creen en la deducción tienen que ser enemigos de los que discuten la autoridad de los libros sagrados. Galileo discutió a Aristóteles y a las Escrituras, y con ello destruyó todo el edificio del conocimiento medieval. Sus predecesores sabían cómo fue creado el mundo, cuál era el destino del hombre y los más profundos misterios de la metafísica, y los ocultos principios que rigen la conducta de los cuerpos. En el universo moral y material nada era misterioso para ellos, nada oculto; todo podía ser expuesto en metódicos silogismos. Comparado con todo -este caudal, ¿qué les quedaba a los partidarios de Galileo? Una ley de los cuerpos que caen, la teoría del péndulo y las elipses de Kepler. ¿Puede sorprender, ante esto, que los eruditos protestasen a voz en grito de la destrucción de sus conocimientos,ganados tan laboriosamente? Así como el Sol naciente disipa la multitud de las estrellas, así las escasas verdades comprobadas por Galileo desvanecieron el firmamento centelleante de las certezas medievales "
Desde Hiroshima y Nagasaki cabría formular reparos sobre ciertos planteamientos marxistas que relacionaban el desarrollo científico con la aparición de un malestar social que, a su vez, podía activar el cambio político. El desarrollo científico podía "liberar" a las personas de prejuicios y creencias ajenos a los intereses de la clase trabajadora; y seguramente algunos "marxistas" ingenuos habrán expuesto que el avance científico sirve para desenmascarar la falacia de ciertas instituciones vinculadas a las estructuras de poder económico. Pero no creo que las dudas sobre esos planteamientos deterministas se resolvieran con el bombardeo de Hiroshima y Nakasaki, porque desde mucho antes de la Revolución Industrial, el poder económico se ha esforzado en poner el desarrollo científico a su servicio. La vida del propio Galileo lo ilustra perfectamente.
En definitiva, sería exagerado creer que reflexiones como las de von Weizsäcker, Feyerabend o Ratzinger, pudieran condicionar la obra de Brecht; además, la última versión de La vida de Galileo no supuso cambios relevantes salvo en la parte final, que no alteraron substancialmente su contenido, centrado en las peripecias de un científico enfrentado a la institución que, titulándose la mediadora entre las personas y Dios, funcionaba como un formidable mecanismo de control social.
Hoy, setenta años después de la primera versión de la obra y casi cuatrocientos años después de los tiempos de Galileo, sólo se discute la eficacia del método científico para comprender lo que nos rodea, desde posturas ideológicas desconectadas de la práctica de los laboratorios o matizadas por intereses religiosos. Y en ese sentido, por fortuna, apenas ha cambiado una cuestión fundamental en tanto tiempo: el peso político de la Iglesia, siendo aún muy grande, no es decisivo, porque el desarrollo científico es, en su propia naturaleza dialéctica, imparable.
Die Dreigroschenoper, 1931 |
A partir de la primer versión, en los años cuarenta, Brecht preparó una segunda ("americana") en colaboración con Charles Laughton, que tuvo una representación muy especial en el Coronet Theater de Los Ángeles, bajo la dirección de Joseph Losey, en colaboración con el propio Bertolt Brech. Por fin, en 1955 finalizó la tercera y última...
La obra se reconoce como uno de los ejemplos mejor logrados de sus ideas para convertir la acción teatral en un mecanismo de pedagogía política, por supuesto, en línea con sus ideas. Le interesaba especialmente romper con la tradición asentada en tiempos de Aristóteles, de que los espectáculos teatrales operaran como hoy funcionan los espectáculos deportivos, es decir, como momentos en los que los asistentes pueden descargar sus emociones reprimidas sin que con ello padezca el cuerpo social. Para Brecht el teatro debía ser, ante todo, un hecho social aprovechable en sentido diferente, como mecanismo que funcionara en favor de los intereses de la clase trabajadora.
No sé si es realista plantearse hoy que el teatro se aleje del concepto de catarsis para “funcionar” como mecanismo activador de la reflexión del espectador. Hoy está más claro que nunca que esa pretensión depende poco de las cualidades de la obra porque en el problema de conducta afrontado por Brecht lo relevante no está sólo en el formato de la obra, sino también y, muy especialmente, en ciertas circunstancias de la psique humana y, por supuesto, en los diferentes perfiles psicológicos e ideológicos de quienes asisten a la función. En el cine se planteó un debate parecido y casi en paralelo entre las posturas de Vertov y Eisenstein; discutir sobre si el plano secuencia tiene más capacidad de activación reflexiva que la habilidad del montador no tiene sentido; a esos efectos es más importante lo que se cuenta que cómo se cuenta; sin que ello suponga menosprecio de ningún elemento de los que componen el lenguaje cinematográfico.
Obviamente, la inclusión de ciertos recursos, como los breves números musicales, enfatizar lo vulgar sobre lo extraordinario, introducir elementos que rompan la linealidad y nos coloquen ante nuestro mismo presente y cosas similares, puede ayudar a crear un "cierto ambiente", a forzar cierta distancia entre el "espectáculo" (o el hecho narrado) y el espectador, pero no creo que sea posible evitar la aparición de fenómenos relacionados con la "catarsis": "Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones." (DRAE)
Barry Lyndon, 1975 |
Entre los ejemplos que arrojan mayor luz acaso esté Barry Lyndon (Kubrick, 1975), película monumental por lo estético y por lo "social", que narra en tercera persona la historia de un advenedizo y la dificultas de romper las barreras sociales durante el Antiguo Régimen. Francamente, no creo que contar la historia con voz en off sirva para distanciar decisivamente al espectador, si acaso para separarle levemente y durante una parte de la "representación", pero me parece inevitable que el espectador se identifique con el protagonista de una historia, incluso aunque su vida no sea "ejemplar" y ello induzca la aparición de "respuestas" emotivas de mayor o menor complejidad. Kubrick había afrontado en 1971 asuntos de la misma naturaleza en A Clockwork Orange y para ello empleó a un actor desconocido, para proponer una reflexión entre los vínculos existentes dentro de la naturaleza humana, entre el sexo, la conducta estética y la violencia. Él mismo indicó que le interesaba evitar los fenómenos asociados al Star Systmen (proyecciones asociadas al actor popular). Paradójicamente, la película marcó tan decisivamente a Malcolm McDowell, que apenas pudo trabajar esporádicamente en papeles convencionales: no es posible escapar a los fenómenos psicológicos subyacentes al fenómeno Star-Sytem porque no están en el cine o en el teatro sino en la naturaleza humana. En todo caso, en A Clocckwork Orange el juego estético se concretó en un proceso de proyección empática creciente en torno al protagonista, que durante la película se transforma gradualmente, en un proceso continuo, de ser un psicópata a convertirse en un joven desvalido.
Kenneth Loach se propuso hacer un cine "objetivo" capacitado para ofrecer "reflexiones frías", al "estilo" de El ladrón de bicicletas, según sus propias declaraciones. Sorprende el juicio teniendo en cuenta que la película de de Sica, en su propio planteamiento argumental, era transposición de la encíclica Rerum Novarum, que en 1891 condensó la doctrina social de la Iglesia. Por desgracia, Loach no fue el único realizador de ideología progresista en expresar intenciones "sorprendentes". Algo parecido le pasó a Pier Paolo Pasolini cuando en su voluntad por humanizar la figura de Jesucristo, en El evangelio según San Mateo (1964), se encontró con la aprobación entusiasta de la Iglesia.
A mi juicio, existe un "pequeño error" en las hipótesis de partida de estos planteamientos: pasar por alto que el hecho perceptivo, en su funcionamiento al margen de nuestra voluntad, supone la creación de juicios "éticos" y la activación de emociones y que enfrentarse a ello es tan absurdo como intentar que la sangre deje de moverse.
En suma, pretender escribir un obra de teatro ("teatro épico") o realizar una película con la intención de que, desde sus respectivos formatos, activen una reflexión autónoma al margen de cualquier acción de inclinación emotiva, parece, cuando menos, de una ingenuidad impropia del talento de un personaje como Bertolt Brecht; y por si el lector escéptico cree que el juicio es exagerado, tenga en cuenta el éxito popular de las películas estrictamente brechtiana que se han conservado: la mencionada Die Dreigroschenoper, de Pabst (1931), que tanto podría ilustrar sobre la actual situación política española y, Leben des Galilei, de J. Losey (1975).
Leben des Galilei, Losey, 1975 |
La obra comienza con un Galileo humanizado, que para ganarse la vida engaña a sus protectores con objetos comunes o con un telescopio que se vende en Amsterdan por poco dinero. Pero en seguida aparecen referencias directas al método científico: lo primero es describir; luego, el estado de la cuestión; a continuación aparece la duda desde la que se abre el análisis...
Y en el momento de las conclusiones, Galileo se impone a la Biblia. La obra alcanza el clímax cuando el personaje, de nuevo humanizado, aparece asustado ante la amenaza de torturas; ese miedo justificaría su famosa retractación firmada y fechada en 1633:
"Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto Vincenzo Galileo, de Florencia, de setenta años de edad, siendo citado personalmente a juicio y arrodillado ante vosotros, los eminentes y reverendos cardenales, inquisidores generales de la República universal cristiana contra la depravación herética, teniendo ante mí los Sagrados Evangelios, que toco con mis propias manos, juro que siempre he creído y, con la ayuda de Dios, creeré en lo futuro, todos los artículos que la Sagrada Iglesia católica y apostólica de Roma sostiene, enseña y predica. Por haber recibido orden de este Santo oficio de abandonar para siempre la opinión falsa que sostiene que el Sol es el centro e inmóvil, siendo prohibido el mantener, defender o enseñar de ningún modo dicha falsa doctrina; y puesto que después de habérseme indicado que dicha doctrina es repugnante a la Sagrada Escritura, he escrito y publicado un libro en el que trato de la misma condenada doctrina y aduzco razones con gran fuerza en apoyo de la misma, sin dar ninguna solución; por eso he sido juzgado como sospechoso de herejía, esto es, que yo sostengo y creo que el Sol es el centro del mundo e inmóvil, y que la tierra no es el centro y es móvil, deseo apartar de las mentes de vuestras eminencias y de todo católico cristiano esta vehemente sospecha, justamente abrigada contra mí; por eso, con un corazón sincero y fe verdadera, yo abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías mencionados, y en general, todo error y sectarismo contrario a la Sagrada Iglesia; y juro que nunca más en el porvenir diré o afirmaré nada, verbalmente o por escrito, que pueda dar lugar a una sospecha similar contra mí; asimismo , si supiese de algún hereje o de alguien sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo oficio o al inquisidor y ordinario del lugar en que pueda encontrarme. Juro, además, y prometo que cumpliré y observaré fielmente todas las penitencias que me han sido o me sean impuestas por este Santo oficio. Pero si sucediese que yo violase alguna de mis promesas dichas, juramentos y protestas (¡que Dios no quiera!), me someto a todas las penas y castigos que han sido decretados y promulgados por los sagrados cánones y otras constituciones generales y particulares contra delincuentes de este tipo. Así, con la ayuda de Dios y de sus Sagrados Evangelios, que toco con mis manos, yo, el antes nombrado Galileo Galileo, he abjurado, prometido y me he ligado a lo antes dicho; y en testimonio de ello, con mi propia mano he suscrito este presente escrito de mi abjuración, que he recitado palabra por palabra."
(Versión de laicismo.org)
A pesar de los elementos del "teatro épico", es difícil no sentir la tentación de identificarse con un personaje al borde de la aniquilación en lo familiar y en lo científico. Es más, creo que algunos elementos supuestamente concebidos para distanciar al espectador, consiguen exactamente lo contrario. Y otros desbordan ampliamente las posibilidades de un espectador de nuestros días: no estoy seguro que la mayor parte de los asistentes a una representación de esa obra salga con las ideas claras sobre el orden de prioridades que, en asuntos de conocimiento, debemos otorgar a la relación entre razonamiento bien fundado y creencias.
Foto CDN |
Como si fuera un guiño diabólico a Karl Popper, el sistema dominante se defiende del análisis crítico creando y reforzando creencias —por supuesto creencias falsas— que el sistema mismo aplica con estrategia goebbeliana para restar relevancia al sentido de los razonamientos. Ahora no es necesario quemar en la hoguera a los científicos o a quienes proponen análisis críticos sobre cualquier fenómeno ni amenazarlos con torturas, basta con desacreditarlos. Y en ese sentido, acaso lo que sucedió con Galileo fuera el primer paso en un camino muy transitado. Quienes controlaban las mentes sabían que ya no podían mantener el modelo tradicional, que situaba a la tierra en el centro del Universo, porque no servía para sus intereses comerciales; necesitaban del nuevo. Pero al mismo tiempo, ofrecieron una fórmula que desacreditaba a su autor, obligándole a abjurar de las teorías que ya estaban empleando los navíos que transportaban mercancías vinculadas a los príncipes de la Iglesia.
Iniciativas de este tipo forman parte de los protocolos políticos actuales, que describió con relativa precisión Umberto Eco en su última novela y que, casi siempre pasan por enfatizar el principio de autoridad, lanzar dudas artificiosas, desacreditar moral y socialmente a quien se manifiesta frente a lo establecido, reiterar argumentaciones forzadas, mentir, etc.. Han pasado los años y se mantiene el procedimiento de forma casi literal, aunque ahora el compendio de creencias no está en la Biblia. Para un porcentaje muy elevado de la sociedad, son más relevantes a efecto de formar el "juicio personal" las creencias insufladas mediante la educación escolar y la ambiental, que los datos extraídos desde los datos objetivos valorados por nuestra racionalidad.
Al igual que Huxley (Aldous), Brecht no calibró bien la relevancia que tienen las creencias para la estabilidad emocional de las personas y se equivocó, como se siguen equivocando los marxistas " de manual", cuando "creen" que la racionalidad humana se impone "siempre" a las supercherías, a las creencias falsas. El papel que ayer tenía la Iglesia en sus vertientes punitivas, en lo secular y en la vida eterna, para controlar a las personas, hoy lo ocupan los medios de comunicación...
Y desde estas consideraciones, teniendo en cuenta las aportaciones de Umberto Eco, por no citar otras de menor reconocimiento, acaso hubiera convenido alguna acotación que permitiera al espectador relacionar los hechos de entonces con los de ahora...
Foto CDN |
He visto unas cuantas veces la obra de Brecht, tanto en teatro como en cine y desde mis propias experiencias he de reconocer que la de Ernesto Caballero me ha parecido la mejor con mucha diferencia sobre las experiencias previas.
La concepción escenográfica, obra de Paco Azorín, respaldada por la iluminación de Ion Aníbal, me ha parecido sencillamente magnífica. Eliminar prácticamente por completo las referencias culturales y sustituirlas por unos pocos objetos de diseño geométrico me parece oportuno, aunque con ello el espectáculo se aleje de las pretensiones del propio autor. El escenario rotatorio que, con frecuencia, conjugaba diferentes movimientos aparentes expresa brillantemente el fondo del problema científico mostrado por Galileo; emplearlo como soporte de expresión racional sintetizaba una parte del problema de fondo de Brecht.
La inclusión del propio Bertolt Brecht acaso como fórmula para forzar la reflexión del espectador me parece buena idea, por supuesto, como recurso más propio de los procedimientos actuales que de los de la época del dramaturgo alemán.
Los “toques” de “actualización” me han parecido sutiles y brillantes.
Los insertos musicales, que, desde la concepción original, deberían romper el ritmo narrativo para facilitar la reflexión del espectador están, en este caso, bastante bien integrados en el diseño general. Por su parte, el vestuario se adapta bien al tono general...
En el debe sólo encuentro alguna interpretación que desentona en el tono general.
Por supuesto, el público aplaudió con vehemencia y, en este caso, con justicia.
Para finalizar
Seguramente, las pretensiones de Bertolt Brecht y su voluntad de crear un "teatro épico" capacitado para despertar el pensamiento crítico del espectador (en general) eran ingenuas. No obstante, a pesar de ello. algunas de sus obras y, entre ellas, La vida de Galileo tienen la virtud de proporcionar un material de reflexión magnífico, por supuesto, a quien tiene capacidad para poner en tela de juicio las ideas dominantes, Desde esa convicción y olvidados los posibles matices inducidos desde el texto del programa de mano, el único reparo que puedo poner a la versión de Ernesto Caballero es que no se haya aventurado más en relacionar las peripecias de Galileo con las miserias de nuestros días.
Seguramente, las pretensiones de Bertolt Brecht y su voluntad de crear un "teatro épico" capacitado para despertar el pensamiento crítico del espectador (en general) eran ingenuas. No obstante, a pesar de ello. algunas de sus obras y, entre ellas, La vida de Galileo tienen la virtud de proporcionar un material de reflexión magnífico, por supuesto, a quien tiene capacidad para poner en tela de juicio las ideas dominantes, Desde esa convicción y olvidados los posibles matices inducidos desde el texto del programa de mano, el único reparo que puedo poner a la versión de Ernesto Caballero es que no se haya aventurado más en relacionar las peripecias de Galileo con las miserias de nuestros días.
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