El museo Romero de Torres es otro ejemplo de la peculiaridad idiosincrasia cordobesa en asuntos de gestión museística. Depende del Ayuntamiento por legado testamentario, es pequeño y contiene una amplia colección de aquel "que pintó a la mujer morena" y sirvió de referencia iconográfica a los banqueros franquistas.
Reconozco que pasear por sus salas me enferma... tanto por lo que son las obras como por lo que simbolizaron y, desde luego, también por lo que aún hoy suponen...
Por desgracia, no siempre uno va hacia donde le apetece, pero los dioses, que son generosos, premian el sacrificio con desvelos interesantes. Lo más divertido, como de costumbre, está en el peculiar modo que tiene su directora de entender las actividades museísticas. Está prohibido hacer fotos y como es frecuente en museos con el mismo síntoma, se advierten graves anomalías en las funciones que corresponden a una institución de este tipo: en una de las paredes próximas a la escalera destaca una mancha de humedad monumental…
Y lo más alucinante: en caso de afluencia masiva, los conserjes (uno de ellos, especialmente) se encargan de controlar el tiempo de permanencia en las salas. Cuando lo estiman oportuno, se encaran con los visitantes para decirles que salgan "ligerito" para permitir el acceso a quienes están esperando...
Me parece una magnífica idea susceptible de ser aplicada al Museo del Prado... Podrían entregar billetes con validez temporal de 30, 60, 120 minutos y precio variable…
No hay comentarios:
Publicar un comentario