Artículo publicado en BBCMundo, firmado por Tiffany Jenkins
En el apogeo de la Guerra Fría, el Departamento de Defensa de Estados Unidos desplegó una nueva arma para combatir al comunismo: el jazz.
Durante 20 años, envió a sus mejores músicos -Dizzie Gillespie, Louis Armstrong, Duke Ellington– a tocar en África, Asia, Medio Oriente e incluso en la Unión Soviética, donde Benny Goodman tocó su clarinete en la Plaza Roja, en una batalla entre corazones y mentes.
El New York Times del 6 de noviembre de 1955 publicó en su portada: "El arma secreta de Norteamérica es una nota azul en una escala menor". Se dijo que Louis Armstrong "era el embajador más efectivo".
En lugar de enviar las orquestas sinfónicas y las bailarinas clásicas tradicionales, ¿qué mejor publicidad para los valores norteamericanos que el fluir de notas frescas y novedosas de estos solistas que llevaban a la música por nuevos rumbos?
El jazz parecía hablar a viva voz sobre la libertad del individuo de hacer lo que quisiera. Además, la mayoría de los músicos eran negros y se los enviaba para probar que Estados Unidos era tolerante, algo sumamente importante porque, en ese momento, el país enfrentaba problemas de división racial.
La segregación en el Sur y las luchas por los derechos civiles manchaban la imagen de EE.UU. La propaganda soviética a su vez ridiculizaba a los ideales estadounidenses y los tildaba de vacíos.
Los embajadores del jazz se beneficiaban obviamente económicamente, pero también ganaban reconocimiento.Se notaba que lo habían logrado, que se valoraban sus melodías.
Sin embargo, muchos no estaban cómodos pregonando la gloria de Estados Unidos y hablaban en contra de las políticas locales. Dizzy Gillespie fue al primer viaje del departamento de Estado, pero no prestó atención a las órdenes oficiales, diciendo que "no se iba a disculpar por las políticas racistas de Norteamérica" y evitó las presentaciones ante la elite que ese despacho agasajaba. En su lugar, se juntó a improvisar con músicos locales y tocó para los pobres.
Otros usos diplomáticos de la cultura eran clandestinos. En los años 90 se reveló que la CIA promovía el arte moderno, particularmente el expresionismo abstracto (artistas como Jackson Pollock, Mark Rothko, Robert Motherwell y Willem de Kooning) como parte de la propaganda en contra del bloque comunista.
Se eligió este género porque ofrecía un contraste vibrante y dramático al realismo socialista. Cuando se confirmó que la CIA había subsidiado sus trabajos, se puso en duda la autenticidad y los motivos que impulsaron a estos artistas. Su credibilidad se vio sumamente afectada.
Blando, blando
Los anteriores son ejemplo de los usos y limitaciones del "poder blando", un término inventado por el académico estadounidense Joseph Nye, quién distinguía entre "poder duro" –obtenido por medio del dinero y las armas- y "poder blando", o influencia obtenida generando atracción durante un largo período.
Algunos partidarios de la diplomacia blanda sostienen que las actividades culturales pueden ser tan efectivas como las medidas más explicitas.
Emil Constantinescu, presidente de la Academia de Diplomacia Cultural de Berlín, cree que "la diplomacia cultural es inherentemente creativa y constructiva, mientras que la naturaleza de los 'poderes duros' es destructiva". Constantinescu cree que, hoy en día, la diplomacia cultural es más necesaria que nunca y está seguro de que si se la aplica "será posible más cooperación y se reducirán las chances de conflictos mundiales".
Sin embargo, cuando el arte se pone al servicio de la política aparecen las tensiones.
Rara vez coinciden los intereses de un gobierno con los de los artistas. Los segundos no siempre siguen los mandatos de sus superiores y, generalmente, desafían u obstruyen los esfuerzos diplomáticos. Tampoco están siempre los artistas del lado correcto, ni siquiera del lado de la paz: pocas veces se menciona que en la víspera de la I Guerra Mundial había muchos poetas y pintores en favor del conflicto.
Además, siempre está la delgada línea entre una obra de arte que exprese la idea y propaganda: un mensaje moralizador puede ser una sentencia de muerte.
Incluso cuando el arte es político, es más poderoso si tiene diferentes matices. Es más, es imposible saber cuán efectivo es el arte cuando se pone al servicio de la diplomacia. La diplomacia del "poder duro" puede llevar a tratados formales y cambios en las leyes, mientras que los resultados de la diplomacia cultural son más difíciles de identificar.
A pesar de todas estas limitaciones, la diplomacia cultural está actualmente de moda.
El informe "Influencia y atracción: la cultura y la carrera por el poder blando en el siglo XXI" documenta un importante cambio: Asia, Medio Oriente, Rusia y China comenzaron a tomar en serio el poder blando. El autor del informe, John Holden, nos advierte que no dejemos de ofrecer productos culturales occidentales ante este aumento del interés en la diplomacia cultural.
China gastó millones en el Instituto Confucio. En la actualidad, y en menos de 10 años de actividad, existen más de 300 institutos repartidos por el mundo que promueven el lenguaje y la cultura china.
Corea está haciendo grandes inversiones en proyectos culturales de gran escala, al igual que Brasil, quien promociona las maravillas del fútbol y la samba. Arabia Saudita está gastando una fortuna en la construcción de nuevos museos y galerías de arte, pronto se abrirán sucursales del Louvre y del Guggenheim en Abu Dabi.
Además, las nuevas tecnologías han facilitado la propagación del mensaje. Puede no haber sido intencional, pero tema Gangnam Style del cantante surcoreano Psy –un video viral de Youtube en 2012– hizo de alguna manera que todo el mundo sintiera entusiasmo por el país.
Servicio diplomático
Un simposio de diplomacia cultural que tuvo lugar en EE.UU. el año pasado sumó a las voces de aquellos que dicen que "el uso de la diplomacia cultural y los poderes blandos más a menudo y de forma más efectiva puede contribuir a un mundo armónico e interdependiente". Sin embargo, esto sería un error.
Cuando Norteamérica mandó al jazz y al expresionismo abstracto de gira tenía una idea clara y confiada de lo que creían que el arte significaría para los demás países: el estilo de vida norteamericano, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Ellos también sabían quién era el enemigo. Hoy en día, este no es el caso. ¿Qué valores quiere promover occidente ahora? No existen respuestas claras.
Tal vez esta falta de claridad ayuda a explicar por qué algunos quieren usar los poderes blandos hoy en día. Quieren usarlos para marcar el rumbo. De hecho, se espera mucho de ellos.
El informe "Diplomacia cultural" publicado por el comité de expertos británicos Demos sugiere que la cultura puede resolver los problemas en Medio Oriente, el terrorismo, el cambio climático y que, además, puede mejorar las relaciones con las diásporas. Todo eso es una gran tarea, tal vez demasiado grande y existen riesgos al usar la cultura para resolverlo todo.
Sin embargo, convendría no olvidar los problemas causados por las recientes políticas exteriores.
Las controversiales intervenciones en Irak y Afganistán deberían hacernos pensar: ¿es el poder blando una buena idea si sigue, o al menos falla al cuestionar, este tipo de poderes duros?
En el apogeo de la Guerra Fría, el Departamento de Defensa de Estados Unidos desplegó una nueva arma para combatir al comunismo: el jazz.
Durante 20 años, envió a sus mejores músicos -Dizzie Gillespie, Louis Armstrong, Duke Ellington– a tocar en África, Asia, Medio Oriente e incluso en la Unión Soviética, donde Benny Goodman tocó su clarinete en la Plaza Roja, en una batalla entre corazones y mentes.
El New York Times del 6 de noviembre de 1955 publicó en su portada: "El arma secreta de Norteamérica es una nota azul en una escala menor". Se dijo que Louis Armstrong "era el embajador más efectivo".
En lugar de enviar las orquestas sinfónicas y las bailarinas clásicas tradicionales, ¿qué mejor publicidad para los valores norteamericanos que el fluir de notas frescas y novedosas de estos solistas que llevaban a la música por nuevos rumbos?
El jazz parecía hablar a viva voz sobre la libertad del individuo de hacer lo que quisiera. Además, la mayoría de los músicos eran negros y se los enviaba para probar que Estados Unidos era tolerante, algo sumamente importante porque, en ese momento, el país enfrentaba problemas de división racial.
La segregación en el Sur y las luchas por los derechos civiles manchaban la imagen de EE.UU. La propaganda soviética a su vez ridiculizaba a los ideales estadounidenses y los tildaba de vacíos.
Los embajadores del jazz se beneficiaban obviamente económicamente, pero también ganaban reconocimiento.Se notaba que lo habían logrado, que se valoraban sus melodías.
Sin embargo, muchos no estaban cómodos pregonando la gloria de Estados Unidos y hablaban en contra de las políticas locales. Dizzy Gillespie fue al primer viaje del departamento de Estado, pero no prestó atención a las órdenes oficiales, diciendo que "no se iba a disculpar por las políticas racistas de Norteamérica" y evitó las presentaciones ante la elite que ese despacho agasajaba. En su lugar, se juntó a improvisar con músicos locales y tocó para los pobres.
Otros usos diplomáticos de la cultura eran clandestinos. En los años 90 se reveló que la CIA promovía el arte moderno, particularmente el expresionismo abstracto (artistas como Jackson Pollock, Mark Rothko, Robert Motherwell y Willem de Kooning) como parte de la propaganda en contra del bloque comunista.
Se eligió este género porque ofrecía un contraste vibrante y dramático al realismo socialista. Cuando se confirmó que la CIA había subsidiado sus trabajos, se puso en duda la autenticidad y los motivos que impulsaron a estos artistas. Su credibilidad se vio sumamente afectada.
Blando, blando
Los anteriores son ejemplo de los usos y limitaciones del "poder blando", un término inventado por el académico estadounidense Joseph Nye, quién distinguía entre "poder duro" –obtenido por medio del dinero y las armas- y "poder blando", o influencia obtenida generando atracción durante un largo período.
Algunos partidarios de la diplomacia blanda sostienen que las actividades culturales pueden ser tan efectivas como las medidas más explicitas.
Emil Constantinescu, presidente de la Academia de Diplomacia Cultural de Berlín, cree que "la diplomacia cultural es inherentemente creativa y constructiva, mientras que la naturaleza de los 'poderes duros' es destructiva". Constantinescu cree que, hoy en día, la diplomacia cultural es más necesaria que nunca y está seguro de que si se la aplica "será posible más cooperación y se reducirán las chances de conflictos mundiales".
Sin embargo, cuando el arte se pone al servicio de la política aparecen las tensiones.
Rara vez coinciden los intereses de un gobierno con los de los artistas. Los segundos no siempre siguen los mandatos de sus superiores y, generalmente, desafían u obstruyen los esfuerzos diplomáticos. Tampoco están siempre los artistas del lado correcto, ni siquiera del lado de la paz: pocas veces se menciona que en la víspera de la I Guerra Mundial había muchos poetas y pintores en favor del conflicto.
Además, siempre está la delgada línea entre una obra de arte que exprese la idea y propaganda: un mensaje moralizador puede ser una sentencia de muerte.
Incluso cuando el arte es político, es más poderoso si tiene diferentes matices. Es más, es imposible saber cuán efectivo es el arte cuando se pone al servicio de la diplomacia. La diplomacia del "poder duro" puede llevar a tratados formales y cambios en las leyes, mientras que los resultados de la diplomacia cultural son más difíciles de identificar.
A pesar de todas estas limitaciones, la diplomacia cultural está actualmente de moda.
El informe "Influencia y atracción: la cultura y la carrera por el poder blando en el siglo XXI" documenta un importante cambio: Asia, Medio Oriente, Rusia y China comenzaron a tomar en serio el poder blando. El autor del informe, John Holden, nos advierte que no dejemos de ofrecer productos culturales occidentales ante este aumento del interés en la diplomacia cultural.
China gastó millones en el Instituto Confucio. En la actualidad, y en menos de 10 años de actividad, existen más de 300 institutos repartidos por el mundo que promueven el lenguaje y la cultura china.
Corea está haciendo grandes inversiones en proyectos culturales de gran escala, al igual que Brasil, quien promociona las maravillas del fútbol y la samba. Arabia Saudita está gastando una fortuna en la construcción de nuevos museos y galerías de arte, pronto se abrirán sucursales del Louvre y del Guggenheim en Abu Dabi.
Además, las nuevas tecnologías han facilitado la propagación del mensaje. Puede no haber sido intencional, pero tema Gangnam Style del cantante surcoreano Psy –un video viral de Youtube en 2012– hizo de alguna manera que todo el mundo sintiera entusiasmo por el país.
Servicio diplomático
Un simposio de diplomacia cultural que tuvo lugar en EE.UU. el año pasado sumó a las voces de aquellos que dicen que "el uso de la diplomacia cultural y los poderes blandos más a menudo y de forma más efectiva puede contribuir a un mundo armónico e interdependiente". Sin embargo, esto sería un error.
Cuando Norteamérica mandó al jazz y al expresionismo abstracto de gira tenía una idea clara y confiada de lo que creían que el arte significaría para los demás países: el estilo de vida norteamericano, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Ellos también sabían quién era el enemigo. Hoy en día, este no es el caso. ¿Qué valores quiere promover occidente ahora? No existen respuestas claras.
Tal vez esta falta de claridad ayuda a explicar por qué algunos quieren usar los poderes blandos hoy en día. Quieren usarlos para marcar el rumbo. De hecho, se espera mucho de ellos.
El informe "Diplomacia cultural" publicado por el comité de expertos británicos Demos sugiere que la cultura puede resolver los problemas en Medio Oriente, el terrorismo, el cambio climático y que, además, puede mejorar las relaciones con las diásporas. Todo eso es una gran tarea, tal vez demasiado grande y existen riesgos al usar la cultura para resolverlo todo.
Sin embargo, convendría no olvidar los problemas causados por las recientes políticas exteriores.
Las controversiales intervenciones en Irak y Afganistán deberían hacernos pensar: ¿es el poder blando una buena idea si sigue, o al menos falla al cuestionar, este tipo de poderes duros?
No hay comentarios:
Publicar un comentario