Por Yui Taniguchi
En él se intenta hacer una comparación entre la tauromaquia, y los instintos más básicos del hombre; me gustaría decir ser humano, pero creo que va más dirigido al sexo masculino.
La necesidad, tal vez vestigio del hombre cazador y guerrero por necesidad de la prehistoria, de sentirse en peligro, de enfrentarse a la muerte. El afán del ser humano de sentirse elemento no natural, y las ganas que suscita este pensamiento de enfrentarse a la naturaleza... El cómic exalta constantemente el heroísmo del hombre, comparando paralelamente una corrida de toros con el acto sexual. El inevitable magnetismo que siente el hombre hacia la mujer, es el mismo que lleva al torero a atacar al toro.
“El acero penetra una y otra vez” “por siempre amor y dolor”, no hará falta decir más. Eros y Thánatos, dualidad humana.
Pero llega un momento en el que la comparación, por forzada, se hace confusa. No es lo mismo el instinto destructor consigo mismo o su especie, del hombre, que la destrucción que inflinge el torero al toro. En cuanto a la relación entre hombre y mujer, con el intercambio de papeles, desemboca en un final ambiguo. La muerte del toro no equivale a una “petite mort” en el acto sexual. De alguna manera, el toro (ella), se rebela acabando por destruirle a él (el torero?). ¿Quiere decir esto que la comparación iba más allá? ¿No hay dualidad en la tauromaquia al fin y al cabo?
Una cosa sí queda clara, “el hombre quiere sangre... porque no hay dicha sin amargura ni vida sin muerte.”
En él se intenta hacer una comparación entre la tauromaquia, y los instintos más básicos del hombre; me gustaría decir ser humano, pero creo que va más dirigido al sexo masculino.
La necesidad, tal vez vestigio del hombre cazador y guerrero por necesidad de la prehistoria, de sentirse en peligro, de enfrentarse a la muerte. El afán del ser humano de sentirse elemento no natural, y las ganas que suscita este pensamiento de enfrentarse a la naturaleza... El cómic exalta constantemente el heroísmo del hombre, comparando paralelamente una corrida de toros con el acto sexual. El inevitable magnetismo que siente el hombre hacia la mujer, es el mismo que lleva al torero a atacar al toro.
“El acero penetra una y otra vez” “por siempre amor y dolor”, no hará falta decir más. Eros y Thánatos, dualidad humana.
Pero llega un momento en el que la comparación, por forzada, se hace confusa. No es lo mismo el instinto destructor consigo mismo o su especie, del hombre, que la destrucción que inflinge el torero al toro. En cuanto a la relación entre hombre y mujer, con el intercambio de papeles, desemboca en un final ambiguo. La muerte del toro no equivale a una “petite mort” en el acto sexual. De alguna manera, el toro (ella), se rebela acabando por destruirle a él (el torero?). ¿Quiere decir esto que la comparación iba más allá? ¿No hay dualidad en la tauromaquia al fin y al cabo?
Una cosa sí queda clara, “el hombre quiere sangre... porque no hay dicha sin amargura ni vida sin muerte.”
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