Desde hace años está de actualidad la preocupación por las consecuencias de la expansión turística en la conservación del patrimonio. Es posible que el lugar más afectado sea Venecia, pero cada vez es más sensible en otros muchos lugares un proceso con tasas de crecimiento anual continuado entre el 5 y el 10 % (según las zonas), que se ha visto acrecentado en España por cuestiones de "política internacional": la inestabilidad de los países árabes ha modificado substancialmente una situación que, de otro modo, acaso hubiera sido muy diferente.
Dada la indolencia de nuestras autoridades y aunque en España el asunto apenas afecta a unos pocos lugares, no estaría de más que "todos" comenzáramos a plantear propuestas, asumiendo el riesgo de estar en un país donde "todo el mundo" sabe lo que hay que hacer; y sacar a colación este asunto puede engendrar propuestas demenciales por parte de quienes pecan de poder y ayunan de inteligencia... no sólo en los sectores conservadores.
De momento, el asunto se ha manifestado con particular virulencia en Barcelona, donde ya es prácticamente imposible visitar confortablemente determinados lugares. En cualquier momento saltarán las alarmas en la Alhambra; en Sevilla los turistas se acumulan en colas inmensas ante la catedral...
Pero más allá de los inconvenientes, también deberíamos tener en cuenta las "ventajas", especialmente relevantes en una situación económica como la actual. Si los grandes flujos se mantienen y las circunstancias políticas de los países árabes no cambian, en un futuro muy próximo, las calles de nuestras ciudades con mayor potencial cultural, se llenarán de personas de rasgos orientales, con cámaras fotográficas, con ansias de conocer y disfrutar de los restos de un pasado, para ellos exótico y especialmente interesante. Para canalizar ese flujo convendría tener las ideas un poco más claras sobre su propia naturaleza y, desde luego, sobre las posibilidades de un patrimonio que mayoritariamente está en manos de la Iglesia, empeñada en emplearlo como recurso económico, por supuesto, de connotaciones pastorales (véase en qué se han convertido Las edades del hombre y el espectáculo lamentable de la mezquita de Córdoba). Me imagino a un japonés culto escuchando las milongas que desgranan los guías locales en el interior de la mezquita mayor de Córdoba y se me aflojan los esfínteres.
A lo mejor ha llegado el momento de modificar substancialmente la legislación general sobre Patrimonio teniendo en cuenta que, como potencia turística, nos estamos jugando demasiadas cosas. Me consta que en el sector turístico claman por un cambio radical de estrategia, al menos en lo que podría hacer el Estado. Pero supongo que nuestras autoridades tendrán claras las dificultades a disolver para poner en marcha iniciativas positivas y, a lo mejor, se asustan. ¿Para qué hacer una campaña publicitaria que enfatice la riqueza monumental de Castilla-León si las iglesias no se pueden visitar?
En todo caso, quienes tienen poder sobre estos asuntos deberían considerar que ese tipo de turismo deja mucho más dinero por persona que el de sol y playa y que quienes lo protagonizan no son, precisamente, borregos descerebrados que se mueven siguiendo las pautas de los "operadores turísticos". El otro día un amigo que comentaba que habían tenido que cerrar cierto museo toledano porque "los touroperadores lo habían sacado de sus circuitos"... Si los operadores turísticos abandonan un lugar es porque los visitante no lo demandan; y ello suele coincidir con planteamientos museísticos escasamente orientados hacia el público de nuestros días. En general, el turismo cultural no se mueve siguiendo los criterios que emplean quienes, al amparo del dinero público, organizan "excursiones culturales" con ancianos y los tratan como no merecen. Y lo hacen aprovechando la red de instalaciones de entidad irregular que, durante los últimos años, han proliferado por España al amparo de un supuesto "enriquecimiento" de la "infraestructura cultural" que se empleaba, sobre todo, para cobrar comisiones, justificar puestos de designación digital y para que los magnates de turno se presentaran ante los electores revestidos del muy noble ropaje de la protección a "la cultura y al arte". En esa red se integra un universo muy complejo de entidades que comprendería desde proyectos megalómanos como el de Santiago de Compostela hasta las modestas "aulas de cultura" que se han proliferado en mil lugares y donde suelen ofrecer al visitante vídeos no siempre de la calidad requerida por un espectador con criterio.
Pero esa estrategia y esas iniciativas no sirve para el fenómeno turístico al que me estoy refiriendo; sólo para esclavizar el voto de quienes tienen pocas posibilidades de maniobra y las valoran como actividades escolares: "Qué buenos son los padres escolapios; qué buenos son que nos llevan de excursión" (por supuesto, léase con música de los años cincuenta).
¿Hipertrofia turística? Deberán preocuparse en Venecia, en ciertos lugares de Roma, en el Louvre, en la Alhambra... En el resto, es decir, en casi todas partes, bienvenido sea el nuevo maná, aunque me temo que en España nos faltan "recursos estratégicos" —inteligencia y compañones— para ofrecer instalaciones realmente interesantes que aprovechen las posibilidades objetivas de un país con un patrimonio histórico sólo superado por Italia.
Dada la indolencia de nuestras autoridades y aunque en España el asunto apenas afecta a unos pocos lugares, no estaría de más que "todos" comenzáramos a plantear propuestas, asumiendo el riesgo de estar en un país donde "todo el mundo" sabe lo que hay que hacer; y sacar a colación este asunto puede engendrar propuestas demenciales por parte de quienes pecan de poder y ayunan de inteligencia... no sólo en los sectores conservadores.
De momento, el asunto se ha manifestado con particular virulencia en Barcelona, donde ya es prácticamente imposible visitar confortablemente determinados lugares. En cualquier momento saltarán las alarmas en la Alhambra; en Sevilla los turistas se acumulan en colas inmensas ante la catedral...
Pero más allá de los inconvenientes, también deberíamos tener en cuenta las "ventajas", especialmente relevantes en una situación económica como la actual. Si los grandes flujos se mantienen y las circunstancias políticas de los países árabes no cambian, en un futuro muy próximo, las calles de nuestras ciudades con mayor potencial cultural, se llenarán de personas de rasgos orientales, con cámaras fotográficas, con ansias de conocer y disfrutar de los restos de un pasado, para ellos exótico y especialmente interesante. Para canalizar ese flujo convendría tener las ideas un poco más claras sobre su propia naturaleza y, desde luego, sobre las posibilidades de un patrimonio que mayoritariamente está en manos de la Iglesia, empeñada en emplearlo como recurso económico, por supuesto, de connotaciones pastorales (véase en qué se han convertido Las edades del hombre y el espectáculo lamentable de la mezquita de Córdoba). Me imagino a un japonés culto escuchando las milongas que desgranan los guías locales en el interior de la mezquita mayor de Córdoba y se me aflojan los esfínteres.
A lo mejor ha llegado el momento de modificar substancialmente la legislación general sobre Patrimonio teniendo en cuenta que, como potencia turística, nos estamos jugando demasiadas cosas. Me consta que en el sector turístico claman por un cambio radical de estrategia, al menos en lo que podría hacer el Estado. Pero supongo que nuestras autoridades tendrán claras las dificultades a disolver para poner en marcha iniciativas positivas y, a lo mejor, se asustan. ¿Para qué hacer una campaña publicitaria que enfatice la riqueza monumental de Castilla-León si las iglesias no se pueden visitar?
En todo caso, quienes tienen poder sobre estos asuntos deberían considerar que ese tipo de turismo deja mucho más dinero por persona que el de sol y playa y que quienes lo protagonizan no son, precisamente, borregos descerebrados que se mueven siguiendo las pautas de los "operadores turísticos". El otro día un amigo que comentaba que habían tenido que cerrar cierto museo toledano porque "los touroperadores lo habían sacado de sus circuitos"... Si los operadores turísticos abandonan un lugar es porque los visitante no lo demandan; y ello suele coincidir con planteamientos museísticos escasamente orientados hacia el público de nuestros días. En general, el turismo cultural no se mueve siguiendo los criterios que emplean quienes, al amparo del dinero público, organizan "excursiones culturales" con ancianos y los tratan como no merecen. Y lo hacen aprovechando la red de instalaciones de entidad irregular que, durante los últimos años, han proliferado por España al amparo de un supuesto "enriquecimiento" de la "infraestructura cultural" que se empleaba, sobre todo, para cobrar comisiones, justificar puestos de designación digital y para que los magnates de turno se presentaran ante los electores revestidos del muy noble ropaje de la protección a "la cultura y al arte". En esa red se integra un universo muy complejo de entidades que comprendería desde proyectos megalómanos como el de Santiago de Compostela hasta las modestas "aulas de cultura" que se han proliferado en mil lugares y donde suelen ofrecer al visitante vídeos no siempre de la calidad requerida por un espectador con criterio.
Pero esa estrategia y esas iniciativas no sirve para el fenómeno turístico al que me estoy refiriendo; sólo para esclavizar el voto de quienes tienen pocas posibilidades de maniobra y las valoran como actividades escolares: "Qué buenos son los padres escolapios; qué buenos son que nos llevan de excursión" (por supuesto, léase con música de los años cincuenta).
¿Hipertrofia turística? Deberán preocuparse en Venecia, en ciertos lugares de Roma, en el Louvre, en la Alhambra... En el resto, es decir, en casi todas partes, bienvenido sea el nuevo maná, aunque me temo que en España nos faltan "recursos estratégicos" —inteligencia y compañones— para ofrecer instalaciones realmente interesantes que aprovechen las posibilidades objetivas de un país con un patrimonio histórico sólo superado por Italia.
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