martes, 31 de enero de 2017

Sobre el pudor en Hollywood

George Marshall es uno de los muchos directores que los críticos valoran como “versátiles”, que es cualidad lapidaria a efectos de calidad estética; en su carrera, que fue prolífica, documentó mil veces hasta dónde llegaban sus posibilidades para ofrecer películas de calidad manifiestamente mejorable. Fue uno de los "pocos" directores cuyo talento evolucionó en dirección contraria al desarrollo de los medios. Para acreditar tan paradójio proceder, firmó como director dos películas para la Universal, que trataban sobre el mismo asunto, realizadas  respectivamente en 1939 (Destry Rides Again) y en 1954 (Destry); la primera, en blanco y negro; y la segunda, "aprovechando" las posibilidades espectaculares del color. Ambas, a su vez, nacían de una novela de Max Brand (Frederick Schiller Faust), uno de los escritores norteamericanos más prolíficos de la primera mitad del siglo XX; pero no sé si de los más interesantes.
Nada excepcional dentro del cajón de sastre que fue el "cine del oeste" anterior a la "crisis de identidad" que sedimentó un conjunto excepcional de películas realizadas a partir de mediados de los años sesenta. George Marshall, que por entonces ya estaba a punto de jubilarse (murió en 1975), quedó al margen de las preocupaciones existenciales de una generación que, indirectamente y por razones de juicio relativo, convirtió su cine, como el de tantos otros, incluyendo algún nombre especialmente sonoro, en material de desecho o de programación para canales regionales o locales.

Destry, 1954
Las dos películas mencionadas apenas merecen un renglón en la Gran Historia del Cine, pero sólo para acotar la carrera de Marlenne Dietrich, de James Stewart y de Audie Murphy, ese actor que, con sus limitaciones, proporciona datos poderosos sobre lo generoso que es el público con quienes definen el Star System. No obstante, tienen cierto interés desde la “pequeña historia”, para destacar la labor de los guionistas y, sobre todo y en este caso concreto, para enfatizar una anécdota significativa: la pervivencia de la iconografía barroca europea en ese universo mítico que, pretenciosamente, fue "reconstruido" a imagen y semejanza de los relatos homéricos. ¿Cómo unir Homero con el arte de la Contrarreforma? Sencillamente, con descaro.


Destry, 1954
Sería un magnífico asunto para una tesis doctoral "de las de antes", encontrar las fuentes estéticas de la ambientación empleada para decorar los interiores públicos y privados de ese tipo de cine y en ese línea ofrezco un "dato" particularmente divertido que pasa por la sorprendente "recuperación" de Velázquez en la más moderna de las dos películas citadas de George Marshall: el "saloon" donde suceden algunas secuencias de la película existe una pintura, que debemos suponer fue realizada por uno de los personajes (a quien se muestra con matices "goyescos" y aperos de pintor en la mano), que es copia "ampliada" e irreverente y respetuosa, al miso tiempo, de La venus del espejo; respetuosa por el exceso de recato en el tratamiento de "lo sexual" (o "lo sensual"), porque la supuesta versión decimonónica oculta el trasero de la diosa; e irreverente con el juicio estético, porque en la actitud púdica no cabe mayor irreverencia estética. Quienes tomaron las decisiones "pantaloneras" debieron sentirse profundamente solidarios con el juicio de Mary Richardson, que veía en aquella imagen la mujer más bella de la historia de la pintura, a quien miraban los hombres boquiabiertos.
Procedía, pues, eliminar los dos "personajes" perturbadores de la escena velazqueña: el amorcillo, de todo punto inconveniente en una imagen de indicación erótica, y el culo monumental de aquella señora italiana, llamada Olimpia Triunfi, que, según cuentan, obnubiló a don Diego para desazón de la prístina frente de su esposa, doña Juana; dicen que de la relación erótica o estética nació un hijo de constitución débil...

Destry, 1954
No sé si es de "agradecer" que el "decorador" ampliara horizontalmente el formato para "compensar" los efectos plásticos derivados de la supresión del angelote y de ese modo justificar una cierta dosis de creatividad  "a la veneciana"...

En definitiva, trescientos años después, las prodigiosas nalgas de Olimpia Triunfi, en su desnuda integridad, seguían siendo fuente de inspiración, pero también, factores inconvenientes para un público demasiado receptivo ante las posibilidades sugerentes de "lo sensual". Al menos así lo entendieron los nuevos inquisidores de la industria norteamericana, tan sensibles ante la sugerencia erótica y tan laxos en asuntos de violencia...

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