Por Roberto García Herranz
Aunque se nos llene la boca de palabras compasivas a la hora de valorar el trabajo de las personas, la verdad es que todas estas palabras son derivativos, de la entretenida e ilusoria palabra igualdad.
Nada se genera al margen de la sociedad, a lo que añadiría, nada se hace al margen del poder político y económico. Nada, incluido las artes, tan mundanas y tan personales. Por ello, no nos puede extrañar que la Universidad de Granada denuncie en el Tribunal Supremo a las escuelas superiores de arte, por un tema de competencias.
Un artículo que recogió en su edición digital El País, con fecha 10-2-2012, y que muestra esa infra-historia que llevan los centros educativos en arte. Además pone de manifiesto un problema persistente en estos centros, la falta de recursos de los universitarios “artísticos” para optar a un puesto de trabajo en el ámbito artístico. Ante ello la solución gira en delimitar las competencias del alumnado universitario, con correspondencia con títulos europeos; y las propias de los escolares “artísticos”, que serían acotadas en correspondencias nacionales.
No seré yo el que intente valorar cual de las dos enseñanzas es de más “calidad”, término que gusta mucho a sectores derechistas, o cual goza de mejor formación. Lo que si voy a entrar es el problema del tratamiento, casi farmacéutico, respecto a la sentencia del Supremo. Puesto que, si para unos el problema nominal, es decir, basado “únicamente” en los perjuicios del cambio de nombre, defendido por competencias universitarias, y no en correspondencias administrativas. Para otros es una cuestión de incumplimiento de plan educativo de Bolonia, y como des-protección del alumnado.
Como recoge muy bien el artículo, este es un problema que viene de lejos, pero no tan lejos como para hablar del problema de las Academias en el siglo XVIII, en concreto, hace dos décadas cuando la multitud de expresiones artísticas, ajenas a una academia que buscaba la formación tradicional, gozaba tan buena salud que tenerla al amparo de la Academia serviría para revitalizar el espíritu académico.
Todo estos motivos chocan con la formación artística de garantías que queremos tener, debilitando con ello el poder de acción en la producción artística, cada vez más en manos de los distribuidores, y condicionando el futuro de la creación.
Por ello no se engañen, no somos todos iguales, eso solo sirve para controlar a los que está abajo, para que no se alteren. Sino que todos somos hermanos, y que bien inculca la iglesia católica, buscando un futuro mejor.
Tampoco se engañen, si es por los nombres, porque sino España se llamaría “interés endeudado” y el mundo del arte se llamaría farmacia.
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