Introducción
Sin concretar las razones de la selección, el grupo más relevante de escultura ornamental del siglo IX andalusí fue definido por Gómez-Moreno en su Arte Árabe Español; desde el conjunto recogido allí, el grupo fue ampliándose de acuerdo con la “aparición” de piezas afines o paralelas, hasta configurar que el definido con gran alarde tipológico, de medios gráficos y referencias, por P. Cressier hace ya algunos años. Y aunque me consta que se han publicado trabajos desde aquellos tiempos, me remitiré al texto generador, con las acotaciones necesarias para un comentario de esta naturaleza, porque creo que en él están las claves más importantes de unas atribuciones que, casi siempre, se han construido desde él.
En la articulación de ese grupo existe una pieza clave: un capitel conservado en el Museo Arqueológico Nacional, con una inscripción mutilada parcialmente, que Gómez-Moreno interpretó aludía a Abderra,ám II. Hace poco indiqué que la atribución me parece forzada: es más probable que fuera tallado en tiempos de Abderramán III, probablemente cuando se fueron configurando los modelos califales más repetidos, que hemos juzgado muy homogéneos, acaso equivocadamente.
Pero fuera como fuese, en principio y sabiendo que no se conocen ornamentos arquitectónicos expresamente islámicos anteriores al siglo IX, cabía la posibilidad de que el brillante universo configurado durante el Califato no hubiera surgido de la noche a la mañana, sino a través de una fase "de formación" durante el siglo IX.
Levi-Provençal y Torres Balbás, con las diferencias de criterio ya mencionadas en otra entrada, recogieron las referencias literarias que nos pueden ayudar a saber dónde podríamos buscar restos de ornamentación arquitectónica para completar la “ficha” del siglo IX. Aunque Ibn Idhari dice que Abderramán II fue amante del arte y gran constructor, su época no fue demasiado activa, sobre todo en los ámbitos urbanos; se diría que, en consonancia con los datos históricos conocidos, fue una época de consolidación más que expansiva.
Desde los datos de los “historiadores” árabes sabemos que en el año 831 se fundó la ciudad de Murcia, donde debió haber un cierto impulso arquitectónico del que tenemos pocos datos, sobre todo, desde el objetivo que justifica estos renglones. Los restos de ornamentación arquitectónica hispanoislámicos aparecidos allí (de los que tengo noticia) son califales o de tiempos posteriores.
También sabemos que se construyeron las mezquitas de los viernes de Baena y Jaén… Tampoco tengo registro de piezas adjudicables al siglo IX en estas poblaciones, porque lo poco que ha llegado a nuestros días parece derivado de fórmulas califales.
En suma, si dejamos a un lado las intervenciones en asuntos militares (Mérida, Madrid, etc.) o de ingeniería civil (murallas de Sevilla y algunas obras importantes en Córdoba y Zaragoza), que no fueron baladí, lo más señero de su emirato se manifestó en la construcción de la primera mezquita aljama de Sevilla, en la primera ampliación de la de Córdoba y en una intervención en el antiguo alcázar de la capital; a ello aún habría que añadir, seguramente con entidad menor, la promoción de algunos oratorios “de barrio” en la propia Córdoba, por iniciativa de sus esposas: Maschid Tarub, Maschid Fajr y Maschid al-Shifa. En suma, cabría la posibilidad de que se hubieran realizado elementos ornamentales en un ámbito bastante limitad, donde destacan la primera ampliación de la mezquita mayor de Córdoba y las obras del alcázar:
“El mismo Alcázar sufrió profundas modificaciones. El viejo palacio, llamado Bab al-sudda, quedó abandonado, y sobre sus terrazas se elevó una serie de miradores encristalados que permitían contemplar todo el paisaje cordobés, desde la Sierra hasta las fronteras alturas de la Campiña. Para sustituirlo se construyó un nuevo palacio, siguiendo la costumbre todavía reciente en los países musulmanes, según la cual cada soberano dejaba de habitar la mansión de su antecesor y se hacía construir, dentro del recinto, una residencia enteramente nueva. El emir trajo asimismo el Alcázar el agua de la Sierra de Córdoba por una conducción que, a partir de 850, alimentaba también una fuente pública adornada con un pilón de mármol y colocada frente al ingreso al palacio” (Lévi-Provençal, HEMP t IV, p. 167)
Por no dejar "flecos", teniendo en cuenta que lo más substancial de este comentario se centra en la ampliación de la mezquita mayor de Córdoba, restaría mencionar que los escasos restos de la muy “restaurada” primera mezquita mayor de Sevilla (mezquita de Adabbas), dispuesta donde hoy está la iglesia del Salvador, informan asimismo en sentido negativo. De ella restan unos pocos capiteles integrados en las arquerías parcialmente enterradas, que siguen fielmente la costumbre materializada por la primera mayor de Córdoba: todos ellos son reutilizados.
En definitiva, desde los testimonios literarios y dejando al margen las reformas de escasa entidad de Muhammad I, aparece la ampliación de la mezquita mayor de Córdoba, cualquiera que hubiera sido su entidad real, como una de las iniciativas arquitectónicas de mayor calado, para la que se podrían haber realizado expresamente elementos de ornamentación arquitectónica, alterando la costumbre de reutilizar fustes, basas, capiteles y cimacios, impuesta por los alarifes, consejeros y guardianes de las tradiciones de Abderramán I. De hecho, algunos cimacios probablemente fueran tallados al efecto...
A ella deberíamos unir la más que probable realización de ornamentos arquitectónicos de cierta entidad para el alcázar.
Los capiteles atribuidos por Gómez Moreno a la época de Abderramán II
Ya he comentado en otras entradas que para el modelo ideado por Gómez-Moreno para articular el arte altomedieval español convenía una escultura de cierta relevancia en la Córdoba emiral. Sin embargo, hasta el momento, los únicos datos que avalan la entidad de ese “taller” son su criterio de valoración formal y una interpretación de las fuentes literarias y epigráficas, cuando menos, discutible.
Reconozco que, por lo general, es sorprendente leer los análisis de "don Manuel", perfectamente fundamentados y clarividentes; pero en ocasiones, muy de vez en cuando, aparecen juicios absolutamente incomprensibles. Y este es uno de esos casos: es fácil advertir que estamos ante capiteles muy diferentes; basta con atender a la tipología: los cuatro del mihrab derivan de la tradición del orden corintio, sin otra salvedad que la cualidad indicada por el propio Gómez-Moreno sobre el desarrollo de los caulículos formando anillos entrelazados; sin embargo, el tallista que realizó el capitel epigrafiado intentó imitar las variedades corintizantes, como ya quedó indicado. Es más, es difícil encontrar similitudes, porque ni el ornato ni el tipo de talla ni el "aparato" superior o el ábaco tienen nada que ver; es obvio que los cuatro del mihrab responden a la misma concepción cultural, mientras que el de Madrid deriva de planteamientos formales, técnicos y estéticos diferentes.
El conjunto definido en el volumen correspondiente de Ars Hispaniae comprende varias piezas que, a su vez, definen un conjunto muy variado de tratamientos técnicos, concepciones, formales, fórmulas ornamentales, etc. sin tomar en consideración lo que, en términos de proyección cultural, ello implica, sobre todo, teniendo en cuenta que el conjunto más importante estaba destinado a un edificio religioso muy condicionado por el imperio de una tradición, que se manifestaba en claves de continuidad y homogenidad en las dos ampliaciones posteriores. Desde esa circunstancia podría comprenderse que se emplearan los mejores capiteles para ornar el mihrab, pero no se entendería que en la sala de oración se repartieran piezas nuevas, labradas expresamente para la mezquita, aleatoriamente, sin ningún orden y sin que se manifestara alguna cadencia relaciona, cuando menos, con los ritos o con la jerarquía política o con alguna otra circunstancia que enfatizara el carácter simbólico del espacio religioso.
Tanto si aceptamos las hipótesis de Gómez-Moreno como las de Lambert, no se precia ningún orden en la colocación de los capiteles, en oposición a lo que sucederá durante el siglo X, cuando estos elementos enfaticen la nave central, las bóvedas y el miharb, el espacio destinado a las jerarquías civiles, religiosas y militares del califato; en el resto de las naves se emplearon capiteles sencillos, sin ataurique, al igual que en la ampliación de Almanzor, asegurando una circunstancia muy relevante: si estas dos ampliaciones enfatizan el aspecto estrictamente funcional de los elementos arquitectónicos ajenos al califa, es muy probable que nos estén indicando indirectamente que esa era la tradición consagrada en la construcción de las mezquitas anteriores.
En esa misma línea, es elocuente que la ampliación de Abderramán II apenas se distinga del edificio anterior en el uso de una modalidad específica de ménsulas aboceladas para sustituir a los modillones de rollos, característicos de la primera mezquita, como si fuera una discreta indicación de las obras encargadas por el emir.
Es difícil imaginar el criterio seguido por Gómez-Moreno para definir el grupo, pero caben algunas posibilidades más o menos atrevidas... Da la sensación de que eligió las piezas supeditándolas a ciertas circunstancias: estado de conservación, cierta "originalidad" (rareza o anomalía), un tratamiento técnico de calidad y, tal vez, alguna cualidad que substanciara el puente que debía ayudar a entender la escultura ornamental cristiana ("mozárabe") del siglo X, como la existencia de "doble sogueado" (o laureado), palmetas afines... Reconozco que me cuesta mucho colocarme en cabeza ajena.
La "originalidad", que en algunos casos no fue tal, supone un importante escollo para la contrastación de su tesis: será difícil encontrar paralelos claros en los que apoyarse para forzar una clasificación diferente; así, pues, deberemos argumentar apoyándonos en indicios y puede que, hoy por hoy, los indicios no tengan entidad suficiente para discutir una estructura (de la arquitectura hispánica altomedieval) aún muy enraizada desde el prestigio de una figura como Manuel Gómez-Moreno. El criterio de autoridad en estos asuntos es tan sólido que, aunque algunas circunstancias estén particularmente claras, es difícil encontrar estudiosos que "se atrevan" siquiera a plantear dudas sobre dicho modelo; no obstante, es de justicia reconocer que, poco a poco, van apareciendo investigadores "atrevidos" que lo plantean abiertamente... pero casi siempre, con timidez.
Obviamente las series indicadas por Gómez-Moreno determinan conjuntos de capiteles derivados de los modelos romanos de los siglo I y II; pero es que esa circunstancia no asegura nada, porque desde esos mismos tiempos, los tallistas del Imperio Romano procuraron copiar, con mejor o peor fortuna esos modelos. Y tanto es así, que incluso la evolución tipológica de los siglos II y III, aunque ofrece ciertos rasgos bastante claros, mantienen inalterable la voluntad de interpretar la fórmula estructural de Calímaco según hicieron los tallistas de los tiempos del Pleno Imperio. Es como si “todo el mundo” se hubiera puesto de acuerdo en mantener esa referencia como signo de identidad cultural (a lo mejor sobra el “como si”). No obstante, ello no quiere decir que los tallistas romanos o hispanorromanos se limitaran a copiar escrupulosamente dichos modelos, porque con el paso de los años la ornamentación arquitectónica reflejará los mismos procesos culturales que se manifestarán en todas los ámbitos culturales. Así, a partir de los tiempos de Adriano, coincidiendo con lo que podríamos cualificar como la "romanización consumada", comenzarán a aparecer elementos de fuerte sentido local y calidad diversa; al mismo tiempo, se manifestará un influjo oriental, promovido por el propio emperador y sus círculos próximos, cada vez más poderoso.
La villa de Adriano en Tivoli ilustra perfectamente ese proceso. En la imagen adjunta he recogido un capitel corintio (TVA17), que anticipa las variedades del corintio asiático en la configuración del cuerpo superior, pero que sin embargo, mantiene la estructura tradicional del orden con alguna anomalía "puntual", como el ocultamiento del tallo del florón, cubierto por un labio (del kálatos) muy marcado. El capitel de la segunda imagen (TVA24) ilustra el proceso comentado con claridad, en este caso, con una solución ornamental que nos ofrece una interpretación "barroca" del orden de Calímaco, con varios elementos innovadores que remiten a referencias griegas antiguas; ese es el caso de las brácteas que definen una especie de collarino muy ancho del que arrancan el resto de los elementos vegetales, con algunas hojas de acanto más próximas al diseño natural (acanthus mollis) que a las fórmulas del capitel anterior.
Algo parecido sucede en Atenas, en Cartago y, en general, en todas las ciudades que conocieron cierta expansión arquitectónica durante el siglo II.
Desde estas consideraciones, la inexistencia de paralelos claros para unas piezas determinadas no garantiza que fueran realizadas en tiempos excesivamente tardíos y, mucho menos, en tiempos islámicos. Además, no se pueden aplicar criterios de evolución formal lineal y continua a momentos dominados por la diversificación regional. El factor comúnmente empleado, de una supuesta “degradación formal”, podría obedecer a circunstancias ajenas al “alejamiento temporal”. No hay más que ver las esculturas hispano-romanas encontradas en Galicia, por ejemplo, para entenderlo: allí se emplearon formas muy "evolucionadas" o, incluso, "degradadas", que sin embargo, con toda probabilidad, fueron realizadas en tiempos “tempranos” —siglos II, III— obviamente, por “escultores” escasamente versados en las posibilidades tecnológicas de las corrientes culturales romanas.
Durante el siglo X se advierte la voluntad de imitar las modalidades romanas y ello dará pie a una serie de fórmulas entre las que destacarán porcentualmente unas pocas, que serán las más reiteradas. A ellas deberemos unir algunas piezas aparecidas irregularmente, con soluciones estructurales y ornamentales variadas, entre las que ya existen algunas que se alejan, incluso radicalmente, de la tradición hispanorromana. Desde esa constatación, se podría deducir que el proceso de emulación pudo haber arrancado durante los tiempos de Abderramán II y, en cierto modo, sería lógico, dado que las fuentes literarias nos hablan de cierta actividad arquitectónica. Sin embargo...
Capitel de la mezquita mayor de Córdoba de tipología corintizante
No soy ni el primero ni el único en advertir que esta capitel ofrece una estructura muy común en los prototipos romanos que Pensabene denominó “corintizante con doble S”. El tipo de acanto con hojas de escaso desarrollo pero de cierto volumen garantiza fase temprana; otro tanto se puede decir de las hojas carnosas dispuestas en el segundo piso, envolviendo las volutas vegetales de los ángulos. Lo más curioso de este capitel aparece en el borde superior del cesto y en uno de los frentes angulares de la voluta izquierda (ver foto adjunta). El borde del kálatos posee una cenefa de pétalos lanceolados contrapuestos 45 º que recuerda el motivo geométrico de las circunferencias entrelazadas que aparecerán con cierta frecuencia en "tiempos visigodos" y que algunos estudiosos consideran "rasgo guía" de la supuesta cultura visigoda. Aquí la fórmula se acerca más a las cenefas geométricas del Pleno Imperio. El frente de los discos de una de las volutas angulares presenta una especie de espiguilla laureada o sogueada, que podría haber sido retallada, dado el carácter que suele tener el frente de los discos angulares, por lo general, con suave acanaladura de menos relieve que la del frente del ábaco.
El resto de los elementos ornamentales, que no registran influjo oriental claro, está dentro de lo habitual en los capiteles romanos del siglo II.
Es probable que este capitel sirviera de referencia para quienes intentaron emular los modelos hispanorromanos... La relación entre este capitel y el MAN12 es clara, sobre todo, en la modalidad del acanto; pero en el MAN12 se advierte una irregularidad que informa sobre cómo se entendían las "copias" o imitaciones en aquellos tiempos: el MAN12 incluye caulículos para que de ellos arranquen las volutas vegetales, según fórmula más propia de los corintios. "Errores" como ese, que se manifestarán en casi todas las épocas, incluso en época romana, ayudan a diferenciar unas piezas de otras, pero nunca son taxativos.
En definitiva, este capitel, aún muy dependiente de modelos repetidos en todo el mundo mediterráneo, debió ser tallado en los alrededores del año 100, seguramente, poco después.
Un grupo de cualidades comparables (capiteles corintios sin kálatos en el cuerpo superior)
Sería injusto no reconocer que en la definición del conjunto emiral no todo eran disonancias. En la zona de Abderramán II existen varias piezas que definen un grupo de cierta homogenidad. Tienen en común una estructura similar, la mayoría, collarino abocelado liso, ábaco escasamente cóncavo y de trazado irregular; carecen de alusión alguna al káltaos en el cuerpo superior, porque la concepción volumétrica global se acerca más en la parte superior al tronco de pirámide que al de cono; y ofrecen una concepción de talla comparable aunque con ornato de temática no uniforme, y ábacos de trazado irregular. Por suerte o por desgracia, el conjunto comprende piezas que definen un proceso evolutivo difícil de entender en un lapso cronológico demasiado breve; es decir, seguramente, el conjunto procede de, al menos dos concepciones ornamentales diferentes.
La modalidad menos evolucionada sigue la tradición del orden corintio sin otras peculiaridades que cierto esquematismo de la talla, hojas de acanto de foliolos triangulares, comparables a fórmulas más "suaves" del siglo I, una configuración muy especial de las volutas casi tapadas por un cáliz envolvente, florón alargado sin tallo (lo "taparía" la unión de las volutas centrales) y, ente todo, el ya mencionado peculiar cuerpo superior sin kálatos (carece de collarino, detalle muy importante como veremos enseguida). A destacar el motivo de espiguilla o laureado que recorre el frente del ábaco.
Más allá de las circunstancias que mencionaré enseguida, es difícil encontrar paralelos para este capitel, que documenta la voluntad de repetir fórmulas antiguas en un momento incierto, pero no muy alejado del ambiente cultural propio de la arquitectura de raíz romana. El año 300 podría ser una buena referencia para situar su talla.
La segunda modalidad de este conjunto es estructuralmente idéntica a la anterior, pero se distingue de ella por un estado de conservación más deficiente, por el uso de un tipo de ornato vegetal más simplificado y por un cuerpo superior desequilibrado, si tenemos en cuenta el peso visual de las zonas libres comprendidas entre las hojas de la segunda corona y el conjunto cáliz-volutas. Si aceptamos la evolución lineal y continua de las formas, deberíamos situar esta fórmula en tiempos más avanzados, pero no muy alejados. El siglo IV podría ser un época razonable para situarlo.
La situación se complica cuando contemplamos las piezas que podrían definir "evolución natural" de los precedentes, tan sólo porque aparece un detalle que altera la linealidad de la evolución de las formas, con la inclusión de un rasgo muy significativo en el desarrollo de la ornamentación arquitectónica de la Hispana Romana: la aparición de collarino en la parte inferior del cesto. Este detalle, que apareció en capiteles romanos muy tempranos, con el paso de los años deja de emplearse, salvo en el noroeste de la península Ibérica, donde es cualidad característica. Esta estructura se "rellena" con fórmulas ornamentales relacionadas con la idea del acanto, pero también con formas "vegetales" más propias de los capiteles corintizantes.
Existe otro conjunto, de ornato más simple, que permite contemplar más fácilmente la estructura de grupo: en lugar de cesto, la decoración se distribuye sobre una especie de prismatoide que arranca en cilindro por la base y va transformándose en algo parecido a un peculiar tronco de pirámide de aristas curvas. De todo el grupo, este conjunto ofrece las cualidades que hace unos años se entendían como características del arte visigodo o “de época visigoda”: ofrece una estructura obviamente “degradada” respeto de los prototipos romanos, que se aprecia en el cuerpo superior, donde no existe ninguno de los componentes habituales: no tiene caulículos ni volutas ni cáliz; en su lugar existe una especia de “guirnalda” (por llamarla de algún modo) festoneada mediante ornato vegetal. Tampoco es muy acorde con las corrientes romanas dominantes el ábaco, extremadamente grueso y sin moldura, y los florones sumamente toscos. Para mayor anomalía, contiene un collarino abocelado bastante grueso, que nos remite, de nuevo, a recursos más propios del norte de la península Ibérica.
Y en la parte inferior, unos poseen dos coronas de hojas de acanto de concepción no demasiado evolucionada, con foliolos de cierta longitud, que hacen pensar en las fórmulas relacionadas con el gran influjo oriental que se difundió por todo el Mediterráneo a partir de los siglos II-III; pero también existen hojas que sacrifican el acanto en favor de asuntos relacionados con las guirnaldas, más propios de las variedades corintizantes.
Aunque moleste a los más celosos formalistas, en este caso, comenzaré el análisis atendiendo a la estructura de los propios capiteles... Conozco algunos capiteles de estructura similar a éstos en lugares muy dispersos: tengo registrados varios reutilizados en Cefalú (Sicilia),
Entre los capiteles conocidos de la península Ibérica, en primer lugar, está uno de Carranque, de concepción similar a los más evolucionados de esta serie. A él deberíamos unir los de San Fructuoso de Montelius, donde también encontramos la tendencia a eliminar los restos del cesto en el cuerpo superior (no en todos), ornato “simplificado en la misma zona, el collarino abocelado y tratamiento técnico en cierto modo comparable. Los de San Fructuoso son algo menos evolucionados que éstos puesto que en todos ellos aún se aprecian volutas geométricas, sin que ello deba interpretarse como juicio de preeminencia en el desarrollo cronológico, porque algunos de la capilla portuguesa cuentan con detalles que los relacionan mínimamente con el influjo bizantino del noroeste.
Desde el estado actual de los conocimientos, parece claro que fórmulas relativamente "degradadas" como las de estos capiteles, no son específicas y ni tan siquiera propias, de los tiempos visigodos porque han aparecido en contextos arqueológicos anteriores. La aparente convivencia de fórmulas más evolucionada junto con otras más tradicionales en este conjunto garantiza la coexistencia de ambas.
En todo caso, es importante tener en cuenta que aunque durante el Imperio Romano los modelos ornamentales empleados en la arquitectura de promoción institucional definieron pautas evolutivas homogéneas y bastante claras, ello no debe entenderse como garantía de que todas las edificaciones realizadas en esa época se decoraran mediante las mismas fórmulas. Teniendo en cuenta que la cultura romana, aunque fuera de fundamento económico rural, se manifestaba ente todo en las ciudades más importantes, es previsible, que el alejamiento de esos foros de irradiación comportara fenómenos de "degradación" más o menos claros, impuestos por las las limitaciones de los tallistas, del repertorio de herramientas, de la proximidad o lejanía de las canteras e, incluso, del ánimo "creativo" de una persona concreta.
En definitiva, teniendo en cuenta la carencia de referencias al influjo bizantino de los siglos V y VI, permite situar a todos los capiteles con collarino de este grupo entre los siglos IV-V, acaso en momentos de cierta capacidad constructiva, tal vez, relacionados con la cristianización de alguna importante población del noroeste. Los capiteles sin collarino deberían atribuirse a una fase menos evolucionada, acaso entre los siglos III y IV. El diferente grado de erosión de algunos de ellos garantiza circunstancias de conservación diferentes y, por consiguiente, que pertenecieron, al menos, a tres edificios distintos.
Un capitel de supuesto influjo bizantino
Uno de los capiteles que más se suele relacionar con el “influjo bizantino” es éste que, sin embargo, muestra escasas relaciones con la ornamentación arquitectónica de Constantinopla. Como ocurre con la inmensa mayoría de los capiteles de la mezquita mayor de Córdoba, hay que forzar mucho los términos para encontrar esa relación. Es un capitel que sigue las corrientes corintizantes, con una peculiaridad que le hace especial, al menos, en el contexto geográfico conocido: el escaso tamaño relativo del motivo vegetal colocado entre las muy desarrolladas volutas vegetales del cuerpo superior, que hacen pensar en fórmulas hispanorromanas del siglo II y que inspiraron una de las variedades más repetidas durante el califato.
Para garantizar su carácter de pieza reutilizada, toda la superficie ofrece rasgos de erosión (pérdida de la vuelta de las hojas), como si hubiera estado a la intemperie...
Los capiteles del mihrab
Gómez-Moreno los comentaba con unos matices muy interesantes: “Son cuatro estas columnas, no grandes y absolutamente iguales por parejas: basas áticas, bien proporcionadas; fustes, de brecha marmórea, dos de color verde muy intenso, y los otros dos de rojo vivo incrustando piedrecitas blanquecinas; sus capiteles, corintios, de esbeltas proporciones y muy firme y profunda talla; el acanto de las hojas, bien interpretado y primoroso; dobles caulículos en posición normal, o bien revueltos hacia el eje en aros cruzados y rematando en ábacos con estrías y florón en medio. Estos capiteles serían un enigma si no contásemos con otro similar, provisto de inscripción en loor del mismo emir Abderramán, y ellos revelan un taller de exquisito gusto, superando cuanto se hizo desde la caída del clasicismo y encabezando serie, que alcanza a lo califal cordobés del siglo X.”
Los cuatro capiteles del mihrab, iguales dos a dos, de proporción cúbica, y de alturas próximas a los 25 cm,, definen dos familias de rasgos “estilísticos” afines, pero de naturaleza ornamental diversa. Dos de ellos siguen fórmulas comunes en la tradición del orden corintio; los otros dos ofrecen fórmula muy original...
Los dos más próximos a las fórmulas corintias convencionales (CMH02 Y CMH04) se distinguen muy poco de las modalidades romanas de la segunda mitad del siglo I y del siglo II: poseen todos los elementos del orden: dos coronas de hojas de acanto con venas bien modeladas, kálatos bien definido, incluso con labio, caulículos convencionales, cáliz y volutas, según lo más frecuente en el período mencionado, florón con pedúnculo y espata, colocada sobre las hojas centrales... El único detalle discordante, el que orienta su talla en un momento relativamente avanzado, es el grueso tamaño del ábaco, desproporcionado respecto de lo más habitual en los capiteles del siglo I; no creo que esa circunstancia sirva para justificar su carácter como copia del siglo IX. Lo más probable es que se trate de un capitel reaprovechado, tallado entre finales des siglo I y el siglo II.
¿Pudieron ser tallados los cuatro capiteles del mihrab durante el siglo IX, por obra y gracia de un "escultor genial"? Francamente, me parece imposible.
Otros capiteles
El grupo se completa con varios de procedencia o situación diversas. Uno de ellos aún se puede ver en el alminar de San Juan (Córdoba), cuyas cualidades lo sitúan en un contexto cultural alejado del siglo IX. Es un capitel corintio absolutamente "canónigo", al que, como a muchos de los anteriores, no le falta absolutamente ningún elemento de la tradición de Calímaco. Lo más original, que acaso explicara su adscripción al siglo IX, podría ser que únicamente posee una corona de hojas sobre el cesto. Sin embargo, esa circunstancia no es excesivamente anómala, porque existen ejemplos con la misma estructura en contextos del siglo IV. Pensabene recogía uno de Ostia (382) pero con ornato de gran influencia oriental, en relación con otro comparable de Santa Inés Extramuros de Roma. A ellos habría que unir varios aparecidos en Cartago, otro grupo en Bolonia (algunos derivados de los corintios asiáticos); otro más derivado delos corintios asiáticos en Santa María de Cosmedín,; también los hay en la mezquita mayor de Cairuán (incluso alguno derivado del orden compuesto). En Éfeso son muy corrientes los capiteles compuestos con una única corona de hojas de fuerte sentido "orientalizante", como obviamente corresponde al lugar donde fueron realizados.
El capitel cordobés ofrece una concepción ornamenta más propia del siglo II, aunque es difícil precisar los paralelos por la erosión que ha desdibujado la superficie. Un indicativo de esa cronología podría ser la flor del ábaco, de configuración próxima a las que aparecen en los capiteles "corintios asiáticos". En el Museo de Córdoba existe uno, de estructura híbrida entre la tradición corintia y las variedades corintizantes, con acantos relacionados con las tradiciones asiáticas, que han clasificado en el siglo II.
En el alcázar de Sevilla se encuentra un extraordinario capitel compuesto, de cualidades singulares; si no conociéramos el de Segóbriga y otros de "barroquismo" comparable, sería difícil entender su realización en tiempos romanos; desde él y conociendo la diversidad de fórmulas ornamentales empleadas en las variedades "corintizantes", este capitel aparece como una solución obtenida combinando los repertorios ornamentales romanos con tanta creatividad como la aplicada por los tallistas atenienses en tiempos de Adriano. La primera corona de hojas repite fórmulas muy conocidas durante el siglo I, con elementos anulados comparables a los del templo de Zeus Olimpico de Atenas y a ciertas variedades específicas de oriente (despoblado de Éfeso y museo); no obstante, la manera de entender las volutas, mediante una cenefa de yemas, el frente del ábaco y las hojas de palma de la segunda corona apuntan, de nuevo, hacia momentos menos condicionados por la rigidez de los prototipos imperiales. Sumamente curiosa es la manera de resolver la "flor" del ábaco mediante un conjunto de arquillos con flor u hoja central. Y todo ello, con una talla de aparente escasa carnosidad, que se aproxima bastante a las fórmulas del califato, pero que, sin embargo, proporciona un gran efecto plástico, apreciable en los foliolos cortos de los acantos de la corona inferior y en las "palmas".
Para encontrar abundancia de fórmulas heterodoxas en capiteles compuestos debemos viajar lejos, hasta las antiguas provincias griegas de oriente, que en tiempos romanos seguramente fueron las zonas más creativas (Éfeso, Pérgamo, etc.). En Pamukale existen varios capiteles compuestos "heterodoxos" (atribuidos al siglo II), alguno animado, que podría "intermediar" entre el de Sevilla y el supuestamente "bizantino" de la mezquita mayor de Córdoba, comentado líneas arriba. Sin embargo, tampoco son raros los capiteles compuestos originales en Italia. En Orvieto hay uno con collarino y ornamentación mediante fórmulas difíciles de evaluar; también los hay "comparables en Pisa...
Para evaluar éste de Sevilla es conveniente tener en cuenta que en Córdoba son relativamente numerosos los capiteles romanos de concepción original, que informan de una situación cultural digna de ser contemplada con atención... La realización este capitel, a mi juicio, debería situarse en los alrededores del año 100.
Existe en Londres (Victoria and Albert) un capitel de circunstancias relativamente afines a las del MAN12 (epigrafiado del Museo Arqueológico Nacional). Tampoco en esta ocasión se conserva la epigrafía completa, que no parece ser producto de una "apropiación". Deriva de variedades del orden compuesto relacionadas con las transformaciones de la época de Adriano.
A mi juicio, determina una de las variedades realizadas en Córdoba durante el siglo X para emular los paradigmas hispanorromanos. En el museo de Córdoba existe uno romano que nos podría ayudar a imaginar los modelos imitados por los tallistas cordobeses.
Se conocen varios capiteles de concepción comparable, caracterizados por contener ornato del mismo tipo en los frentes del ábaco. Uno de ellos, el reproducido a continuación, está en El Carpio de Córdoba y muestra una estructura perfectamente integrable entre las fórmulas hispanorromanas; lo anómalo o, mejor, lo relativamente anómalo, aparece en el tratamiento de las hojas de acanto, menos carnosas de lo que es propio de los siglos I y II. No obstante, el carácter del kálatos, perfectamente definido, parece apuntar hacia lo habitual en tiempos romanos. En suma, se trata de un capitel que podría ser hispanorromano o, tal vez, a mi juicio con menos probabilidades. de un ensayo para llegar a las fórmulas califales. En el Valencia de Don Juan existe uno comparable, pero derivado del orden compuesto, algo más tosco.
También se adjudica al taller emiral un grupo, repartido por la geografía peninsular (Sevilla, Córdoba y Granada), de concepción estructural corintizante, con acantos muy cercanos a prototipos del siglo II y hojas "de palma"; cuentan con un cuerpo superior troncopiramidal en lugar de troncocónico, como suele ser norma en los romanos. Entiendo que con ello queda bien documentada la voluntad de copiar los modelos romanos, en este caso, con poco éxito. Como ya apunté cuando comentaba el MAN12, el hecho de que hayan aparecido capiteles de este tipo repartidos en las ciudades que recibieron la mayor parte de los expolios cordobeses incrementa las posibilidades de que, en realidad, todos ellos fueran realizados para las ciudades palatinas; es decir, estos capiteles deberían ser adjudicados al siglo X, seguramente en un momento temprano, cuando se estaban ensayando fórmulas para "recuperar" las tradiciones romanas.
El aparecido en la figura 60 del Ars Hispaniae, que podría ser el de la fotografía adjunta del Museo Arqueológico de Sevilla, no merece discusión porque es un capitel derivado del orden compuesto de ataurique, propio del siglo X. Para distinguirlo de los capiteles compuestos hispanorromanos, basta advertir el tratamiento del relieve, más esquemático y con tendencia a establecer juegos visuales entre la "figura" y el "fondo" en los califales; esa cualidad proporciona la sensación de brocado, tantas veces enfatizada.Se distingue de los más evolucionados en la "carnosidad" (escasa) que aún ofrecen las hojas de "acanto", frente al fuerte esquematismo que triunfará durante la segunda mitad del siglo X.
El de la figura 62, acaso sea el hoy conservado en el Museo Lázaro Galdiano (MLG05) u otro similar, muy erosionado, pero que aún permite evaluar una articulación perfectamente homologable con fórmulas de los siglos I y II; la persistencia del tallo del florón, el formato de las volutas, la acanaladura del frene del ábaco, el aspecto de los caulículos y la carencia de kálatos (labio) orientan su clasificación hacia el siglo II avanzado (Pensabene 307).
Las piezas para el alcázar
No conocemos nada que pudiera relacionarse con el alcázar cordobés del siglo IX, pero deberíamos dejar la puerta abierta a la posibilidad de que algunos de los relieves o capiteles conservados en los museos españoles más "potentes" tuvieran ese origen, aunque, hoy por hoy, dejando al margen los restos de la mezquita de Tudela, sobre lo que no me atrevería a pronunciarme, lo más relevante en ornamentación arquitectónica es la puerta de San Esteban, "reparada", en tiempos de Muhammad I. Pero no sé si fuera prudente reconstruir, a partir de ella, las posibilidades de los talleres emirales del siglo IX, teniendo en cuenta las circunstancias históricas, antiguas y recientes, de este importante elemento de la mezquita. Dicho sin ambigüedades: no me siento capacitado para entrar en su análisis.
Conclusión
Es difícil sostener que alguno de los capiteles empleados en la ampliación de Abderramán II quí recogidos pudieran haber sido tallados durante el siglo IX; y algo parecido podríamos decir de todos los demás. El conjunto, excepcionalmente heterogéneo para un único momento cultural, está compuesto por piezas mayoritariamente realizadas entre los siglo II y IV, a las que deberíamos unir unas pocas seguramente talladas durante el Califato. Desde esa constatación y atendiendo a los de la mezquita, se deduce lo que podríamos haber imaginado previamente, porque así lo informa el carácter de la aljama cordobesa: Abderramán II se limitó a ganar espacio al culto sin modificar substancialmente la fórmula de su predecesor, cualificada, en el aspecto de la ornamentación arquitectónica, por un pragmatismo proclive a la reutilización, apenas matizado por el consabido detalle de las ménsulas aboceladas y algún otro detalle menor (cimacios de concepción sencilla). Y en cierto modo, es lógico, por dos razones casi obvias. En primer lugar, por el enorme peso que en el Islam tiene la tradición y, por supuesto, también por simples razones prácticas: durante su emirato serían abundantes las edificaciones arruinadas (templos paganos e iglesias cristianas) que podían suministrar toda suerte de materiales...
En coordenadas probabilísticas, no creo que existe prácticamente ninguna posibilidad de que los capiteles de la mezquita atribuidos al siglo IX, realmente, lo sean. Sin embargo, reconozco que no están tan claras las cosas en lo relacionado con el MAN12, con el de Londres y con alguna pieza más de las recogidas por P. Cressier y no mencionadas por Gómez Moreno; desde mi entender, con éstos existe alguna posibilidad de que mi apreciación esté equivocada, porque ella depende de valoraciones sin respaldo contundente.
Pero en todo caso, la posibilidad de "explicar" la calidad de los artífices "mozárabes" a partir de la capacidad de los talleres emirales documentada en la mezquita mayor de Córdoba se diluye, porque además en ninguno de dichos capiteles existen elementos que puedan ponerlos en relación con los de la diócesis de Astorga. Forzando los términos, podríamos argumentar que entre los capiteles mencionados existen algunos con "doble sogueado" (espiguilla en el ábaco de algunos capiteles de este grupo), con collarino abocelado y, sobre todo, que existen indiscutibles relaciones formales; pero creo que ese parentesco responde a las raíces comunes de ambas corrientes.
Queda, en todo caso, la posibilidad de que se hubieran realizado elementos de cierta relevancia para el alcázar, pero de momento no me atrevería a señalar ninguna de las piezas conocidas.
En otro orden de cosas, me gustaría enfatizar que, muy probablemente, la arquitectura califal engendró una variedad muy amplia de fórmulas de ornamentación arquitectónica; al menos eso es lo que inducen las series de capiteles repartidas por la geografía peninsular, que acaso fueran labrados para ornar los palacios de las dos ciudades palatinas, de las que sabemos poco (al-Zahra) o prácticamente nada (al-Zahira). Mayoritariamente, esas fórmulas apenas tenían una circunstancia en común: la vinculación con ejemplares hispanorromanos, que sirvieron de referencia y fueron “imitados” con criterios no siempre fidedignos, aunque en algunos casos la fidelidad fue tan grande que aún hoy es complicado distinguir los modelos de las copias. Se ha enfatizado tantas veces el componente “renacentista” de la arquitectura califal andalusí que no insistiré en ello... Y ello sin perder de vista que también existen piezas "insulares" ajenas a esa voluntad "renacentista".
Recuperaré esta cuestión en días sucesivos... si no media la voluntad entorpecedora de algún arcipreste obcecado en defender con la ayuda divina los derechos de reproducción o de algún funcionario aficionado a complicar las cosas a un pobre bloggero.
Texto "actualizado" en 14/04/2015. Para el capitel del Museo de las Termas, con imagen en blanco y negro mencionado, ver entrada
Sin concretar las razones de la selección, el grupo más relevante de escultura ornamental del siglo IX andalusí fue definido por Gómez-Moreno en su Arte Árabe Español; desde el conjunto recogido allí, el grupo fue ampliándose de acuerdo con la “aparición” de piezas afines o paralelas, hasta configurar que el definido con gran alarde tipológico, de medios gráficos y referencias, por P. Cressier hace ya algunos años. Y aunque me consta que se han publicado trabajos desde aquellos tiempos, me remitiré al texto generador, con las acotaciones necesarias para un comentario de esta naturaleza, porque creo que en él están las claves más importantes de unas atribuciones que, casi siempre, se han construido desde él.
En la articulación de ese grupo existe una pieza clave: un capitel conservado en el Museo Arqueológico Nacional, con una inscripción mutilada parcialmente, que Gómez-Moreno interpretó aludía a Abderra,ám II. Hace poco indiqué que la atribución me parece forzada: es más probable que fuera tallado en tiempos de Abderramán III, probablemente cuando se fueron configurando los modelos califales más repetidos, que hemos juzgado muy homogéneos, acaso equivocadamente.
Pero fuera como fuese, en principio y sabiendo que no se conocen ornamentos arquitectónicos expresamente islámicos anteriores al siglo IX, cabía la posibilidad de que el brillante universo configurado durante el Califato no hubiera surgido de la noche a la mañana, sino a través de una fase "de formación" durante el siglo IX.
Levi-Provençal y Torres Balbás, con las diferencias de criterio ya mencionadas en otra entrada, recogieron las referencias literarias que nos pueden ayudar a saber dónde podríamos buscar restos de ornamentación arquitectónica para completar la “ficha” del siglo IX. Aunque Ibn Idhari dice que Abderramán II fue amante del arte y gran constructor, su época no fue demasiado activa, sobre todo en los ámbitos urbanos; se diría que, en consonancia con los datos históricos conocidos, fue una época de consolidación más que expansiva.
Desde los datos de los “historiadores” árabes sabemos que en el año 831 se fundó la ciudad de Murcia, donde debió haber un cierto impulso arquitectónico del que tenemos pocos datos, sobre todo, desde el objetivo que justifica estos renglones. Los restos de ornamentación arquitectónica hispanoislámicos aparecidos allí (de los que tengo noticia) son califales o de tiempos posteriores.
También sabemos que se construyeron las mezquitas de los viernes de Baena y Jaén… Tampoco tengo registro de piezas adjudicables al siglo IX en estas poblaciones, porque lo poco que ha llegado a nuestros días parece derivado de fórmulas califales.
En suma, si dejamos a un lado las intervenciones en asuntos militares (Mérida, Madrid, etc.) o de ingeniería civil (murallas de Sevilla y algunas obras importantes en Córdoba y Zaragoza), que no fueron baladí, lo más señero de su emirato se manifestó en la construcción de la primera mezquita aljama de Sevilla, en la primera ampliación de la de Córdoba y en una intervención en el antiguo alcázar de la capital; a ello aún habría que añadir, seguramente con entidad menor, la promoción de algunos oratorios “de barrio” en la propia Córdoba, por iniciativa de sus esposas: Maschid Tarub, Maschid Fajr y Maschid al-Shifa. En suma, cabría la posibilidad de que se hubieran realizado elementos ornamentales en un ámbito bastante limitad, donde destacan la primera ampliación de la mezquita mayor de Córdoba y las obras del alcázar:
“El mismo Alcázar sufrió profundas modificaciones. El viejo palacio, llamado Bab al-sudda, quedó abandonado, y sobre sus terrazas se elevó una serie de miradores encristalados que permitían contemplar todo el paisaje cordobés, desde la Sierra hasta las fronteras alturas de la Campiña. Para sustituirlo se construyó un nuevo palacio, siguiendo la costumbre todavía reciente en los países musulmanes, según la cual cada soberano dejaba de habitar la mansión de su antecesor y se hacía construir, dentro del recinto, una residencia enteramente nueva. El emir trajo asimismo el Alcázar el agua de la Sierra de Córdoba por una conducción que, a partir de 850, alimentaba también una fuente pública adornada con un pilón de mármol y colocada frente al ingreso al palacio” (Lévi-Provençal, HEMP t IV, p. 167)
Mezquita mayor de Córdoba. Capitel corintizante liriforme de la época de Adriano |
En definitiva, desde los testimonios literarios y dejando al margen las reformas de escasa entidad de Muhammad I, aparece la ampliación de la mezquita mayor de Córdoba, cualquiera que hubiera sido su entidad real, como una de las iniciativas arquitectónicas de mayor calado, para la que se podrían haber realizado expresamente elementos de ornamentación arquitectónica, alterando la costumbre de reutilizar fustes, basas, capiteles y cimacios, impuesta por los alarifes, consejeros y guardianes de las tradiciones de Abderramán I. De hecho, algunos cimacios probablemente fueran tallados al efecto...
A ella deberíamos unir la más que probable realización de ornamentos arquitectónicos de cierta entidad para el alcázar.
Los capiteles atribuidos por Gómez Moreno a la época de Abderramán II
Ya he comentado en otras entradas que para el modelo ideado por Gómez-Moreno para articular el arte altomedieval español convenía una escultura de cierta relevancia en la Córdoba emiral. Sin embargo, hasta el momento, los únicos datos que avalan la entidad de ese “taller” son su criterio de valoración formal y una interpretación de las fuentes literarias y epigráficas, cuando menos, discutible.
Capiteles del mihrab de la mezquita mayor de Córdoba, siglo II |
El conjunto definido en el volumen correspondiente de Ars Hispaniae comprende varias piezas que, a su vez, definen un conjunto muy variado de tratamientos técnicos, concepciones, formales, fórmulas ornamentales, etc. sin tomar en consideración lo que, en términos de proyección cultural, ello implica, sobre todo, teniendo en cuenta que el conjunto más importante estaba destinado a un edificio religioso muy condicionado por el imperio de una tradición, que se manifestaba en claves de continuidad y homogenidad en las dos ampliaciones posteriores. Desde esa circunstancia podría comprenderse que se emplearan los mejores capiteles para ornar el mihrab, pero no se entendería que en la sala de oración se repartieran piezas nuevas, labradas expresamente para la mezquita, aleatoriamente, sin ningún orden y sin que se manifestara alguna cadencia relaciona, cuando menos, con los ritos o con la jerarquía política o con alguna otra circunstancia que enfatizara el carácter simbólico del espacio religioso.
Tanto si aceptamos las hipótesis de Gómez-Moreno como las de Lambert, no se precia ningún orden en la colocación de los capiteles, en oposición a lo que sucederá durante el siglo X, cuando estos elementos enfaticen la nave central, las bóvedas y el miharb, el espacio destinado a las jerarquías civiles, religiosas y militares del califato; en el resto de las naves se emplearon capiteles sencillos, sin ataurique, al igual que en la ampliación de Almanzor, asegurando una circunstancia muy relevante: si estas dos ampliaciones enfatizan el aspecto estrictamente funcional de los elementos arquitectónicos ajenos al califa, es muy probable que nos estén indicando indirectamente que esa era la tradición consagrada en la construcción de las mezquitas anteriores.
Capitel epigrafiado del Museo Arqueológico de Madrid, atribuido al siglo IX; posiblemente sea del X. |
Es difícil imaginar el criterio seguido por Gómez-Moreno para definir el grupo, pero caben algunas posibilidades más o menos atrevidas... Da la sensación de que eligió las piezas supeditándolas a ciertas circunstancias: estado de conservación, cierta "originalidad" (rareza o anomalía), un tratamiento técnico de calidad y, tal vez, alguna cualidad que substanciara el puente que debía ayudar a entender la escultura ornamental cristiana ("mozárabe") del siglo X, como la existencia de "doble sogueado" (o laureado), palmetas afines... Reconozco que me cuesta mucho colocarme en cabeza ajena.
La "originalidad", que en algunos casos no fue tal, supone un importante escollo para la contrastación de su tesis: será difícil encontrar paralelos claros en los que apoyarse para forzar una clasificación diferente; así, pues, deberemos argumentar apoyándonos en indicios y puede que, hoy por hoy, los indicios no tengan entidad suficiente para discutir una estructura (de la arquitectura hispánica altomedieval) aún muy enraizada desde el prestigio de una figura como Manuel Gómez-Moreno. El criterio de autoridad en estos asuntos es tan sólido que, aunque algunas circunstancias estén particularmente claras, es difícil encontrar estudiosos que "se atrevan" siquiera a plantear dudas sobre dicho modelo; no obstante, es de justicia reconocer que, poco a poco, van apareciendo investigadores "atrevidos" que lo plantean abiertamente... pero casi siempre, con timidez.
Obviamente las series indicadas por Gómez-Moreno determinan conjuntos de capiteles derivados de los modelos romanos de los siglo I y II; pero es que esa circunstancia no asegura nada, porque desde esos mismos tiempos, los tallistas del Imperio Romano procuraron copiar, con mejor o peor fortuna esos modelos. Y tanto es así, que incluso la evolución tipológica de los siglos II y III, aunque ofrece ciertos rasgos bastante claros, mantienen inalterable la voluntad de interpretar la fórmula estructural de Calímaco según hicieron los tallistas de los tiempos del Pleno Imperio. Es como si “todo el mundo” se hubiera puesto de acuerdo en mantener esa referencia como signo de identidad cultural (a lo mejor sobra el “como si”). No obstante, ello no quiere decir que los tallistas romanos o hispanorromanos se limitaran a copiar escrupulosamente dichos modelos, porque con el paso de los años la ornamentación arquitectónica reflejará los mismos procesos culturales que se manifestarán en todas los ámbitos culturales. Así, a partir de los tiempos de Adriano, coincidiendo con lo que podríamos cualificar como la "romanización consumada", comenzarán a aparecer elementos de fuerte sentido local y calidad diversa; al mismo tiempo, se manifestará un influjo oriental, promovido por el propio emperador y sus círculos próximos, cada vez más poderoso.
Capitel TVA17, corintio evolucionado de la villa de Adriano en Tivoli |
Algo parecido sucede en Atenas, en Cartago y, en general, en todas las ciudades que conocieron cierta expansión arquitectónica durante el siglo II.
Capitel TVA24, difícil de clasificar tipológicamente de la villa de Adriano en Tivoli |
Capitel de la mezquita mayor de Córdoba de tipología corintizante
Córdoba, mezquita mayor, capitel reutilizado del siglo II |
El resto de los elementos ornamentales, que no registran influjo oriental claro, está dentro de lo habitual en los capiteles romanos del siglo II.
Es probable que este capitel sirviera de referencia para quienes intentaron emular los modelos hispanorromanos... La relación entre este capitel y el MAN12 es clara, sobre todo, en la modalidad del acanto; pero en el MAN12 se advierte una irregularidad que informa sobre cómo se entendían las "copias" o imitaciones en aquellos tiempos: el MAN12 incluye caulículos para que de ellos arranquen las volutas vegetales, según fórmula más propia de los corintios. "Errores" como ese, que se manifestarán en casi todas las épocas, incluso en época romana, ayudan a diferenciar unas piezas de otras, pero nunca son taxativos.
En definitiva, este capitel, aún muy dependiente de modelos repetidos en todo el mundo mediterráneo, debió ser tallado en los alrededores del año 100, seguramente, poco después.
Un grupo de cualidades comparables (capiteles corintios sin kálatos en el cuerpo superior)
Sería injusto no reconocer que en la definición del conjunto emiral no todo eran disonancias. En la zona de Abderramán II existen varias piezas que definen un grupo de cierta homogenidad. Tienen en común una estructura similar, la mayoría, collarino abocelado liso, ábaco escasamente cóncavo y de trazado irregular; carecen de alusión alguna al káltaos en el cuerpo superior, porque la concepción volumétrica global se acerca más en la parte superior al tronco de pirámide que al de cono; y ofrecen una concepción de talla comparable aunque con ornato de temática no uniforme, y ábacos de trazado irregular. Por suerte o por desgracia, el conjunto comprende piezas que definen un proceso evolutivo difícil de entender en un lapso cronológico demasiado breve; es decir, seguramente, el conjunto procede de, al menos dos concepciones ornamentales diferentes.
La modalidad menos evolucionada sigue la tradición del orden corintio sin otras peculiaridades que cierto esquematismo de la talla, hojas de acanto de foliolos triangulares, comparables a fórmulas más "suaves" del siglo I, una configuración muy especial de las volutas casi tapadas por un cáliz envolvente, florón alargado sin tallo (lo "taparía" la unión de las volutas centrales) y, ente todo, el ya mencionado peculiar cuerpo superior sin kálatos (carece de collarino, detalle muy importante como veremos enseguida). A destacar el motivo de espiguilla o laureado que recorre el frente del ábaco.
Más allá de las circunstancias que mencionaré enseguida, es difícil encontrar paralelos para este capitel, que documenta la voluntad de repetir fórmulas antiguas en un momento incierto, pero no muy alejado del ambiente cultural propio de la arquitectura de raíz romana. El año 300 podría ser una buena referencia para situar su talla.
Córdoba, mezquita mayor, siglos II-IV |
Córdoba, mezquita mayor, siglo III-IV |
La situación se complica cuando contemplamos las piezas que podrían definir "evolución natural" de los precedentes, tan sólo porque aparece un detalle que altera la linealidad de la evolución de las formas, con la inclusión de un rasgo muy significativo en el desarrollo de la ornamentación arquitectónica de la Hispana Romana: la aparición de collarino en la parte inferior del cesto. Este detalle, que apareció en capiteles romanos muy tempranos, con el paso de los años deja de emplearse, salvo en el noroeste de la península Ibérica, donde es cualidad característica. Esta estructura se "rellena" con fórmulas ornamentales relacionadas con la idea del acanto, pero también con formas "vegetales" más propias de los capiteles corintizantes.
Córdoba, mezquita mayor, siglos IV-V |
Córdoba, mezquita mayor, siglos IV-V |
Córdoba, mezquita mayor, siglos IV-V |
Aunque moleste a los más celosos formalistas, en este caso, comenzaré el análisis atendiendo a la estructura de los propios capiteles... Conozco algunos capiteles de estructura similar a éstos en lugares muy dispersos: tengo registrados varios reutilizados en Cefalú (Sicilia),
Entre los capiteles conocidos de la península Ibérica, en primer lugar, está uno de Carranque, de concepción similar a los más evolucionados de esta serie. A él deberíamos unir los de San Fructuoso de Montelius, donde también encontramos la tendencia a eliminar los restos del cesto en el cuerpo superior (no en todos), ornato “simplificado en la misma zona, el collarino abocelado y tratamiento técnico en cierto modo comparable. Los de San Fructuoso son algo menos evolucionados que éstos puesto que en todos ellos aún se aprecian volutas geométricas, sin que ello deba interpretarse como juicio de preeminencia en el desarrollo cronológico, porque algunos de la capilla portuguesa cuentan con detalles que los relacionan mínimamente con el influjo bizantino del noroeste.
Desde el estado actual de los conocimientos, parece claro que fórmulas relativamente "degradadas" como las de estos capiteles, no son específicas y ni tan siquiera propias, de los tiempos visigodos porque han aparecido en contextos arqueológicos anteriores. La aparente convivencia de fórmulas más evolucionada junto con otras más tradicionales en este conjunto garantiza la coexistencia de ambas.
En todo caso, es importante tener en cuenta que aunque durante el Imperio Romano los modelos ornamentales empleados en la arquitectura de promoción institucional definieron pautas evolutivas homogéneas y bastante claras, ello no debe entenderse como garantía de que todas las edificaciones realizadas en esa época se decoraran mediante las mismas fórmulas. Teniendo en cuenta que la cultura romana, aunque fuera de fundamento económico rural, se manifestaba ente todo en las ciudades más importantes, es previsible, que el alejamiento de esos foros de irradiación comportara fenómenos de "degradación" más o menos claros, impuestos por las las limitaciones de los tallistas, del repertorio de herramientas, de la proximidad o lejanía de las canteras e, incluso, del ánimo "creativo" de una persona concreta.
En definitiva, teniendo en cuenta la carencia de referencias al influjo bizantino de los siglos V y VI, permite situar a todos los capiteles con collarino de este grupo entre los siglos IV-V, acaso en momentos de cierta capacidad constructiva, tal vez, relacionados con la cristianización de alguna importante población del noroeste. Los capiteles sin collarino deberían atribuirse a una fase menos evolucionada, acaso entre los siglos III y IV. El diferente grado de erosión de algunos de ellos garantiza circunstancias de conservación diferentes y, por consiguiente, que pertenecieron, al menos, a tres edificios distintos.
Un capitel de supuesto influjo bizantino
Uno de los capiteles que más se suele relacionar con el “influjo bizantino” es éste que, sin embargo, muestra escasas relaciones con la ornamentación arquitectónica de Constantinopla. Como ocurre con la inmensa mayoría de los capiteles de la mezquita mayor de Córdoba, hay que forzar mucho los términos para encontrar esa relación. Es un capitel que sigue las corrientes corintizantes, con una peculiaridad que le hace especial, al menos, en el contexto geográfico conocido: el escaso tamaño relativo del motivo vegetal colocado entre las muy desarrolladas volutas vegetales del cuerpo superior, que hacen pensar en fórmulas hispanorromanas del siglo II y que inspiraron una de las variedades más repetidas durante el califato.
Para garantizar su carácter de pieza reutilizada, toda la superficie ofrece rasgos de erosión (pérdida de la vuelta de las hojas), como si hubiera estado a la intemperie...
Lo más "bizantino" es, a mi juicio, el tipo de acanto, de digitaciones cortas, muy sólidas y excavadas con fuerte contraste de luz, que puede hacer recordar vagamente las fórmulas habituales en los capiteles teodosianos; sin embargo, las hojas de este capitel están más cerca de fórmulas conocidas en la Cartago romana (termas de Antonino) que de las bizantiana. También conozco, al menos, un capitel compuesto reutilizado en Chiusi con ornato vegetal comparable; varios en el mausoleo de Constanza, en Santo Stefano Rotondo, Santa María de Cosmedín... Entre los más próximos, existe uno de Santa María di Castello de Génova, clasificado por Conti y Poleggi en la segunda mitad del siglo II. En suma, el peso de las fórmulas romanas de los siglos I y II es tan grande (no falta ningún elemento del orden), que no existe razón para vincularlo con "lo bizantino". Es más razonable situarlo en el siglo II, seguramente, en tiempos ya avanzados, en ese momento de gran eclosión regional vivido en todo el Mediterráneo y que se manifestó con particular claridad en Grecia.
Córdoba, mezquita mayor, siglo II |
Gómez-Moreno los comentaba con unos matices muy interesantes: “Son cuatro estas columnas, no grandes y absolutamente iguales por parejas: basas áticas, bien proporcionadas; fustes, de brecha marmórea, dos de color verde muy intenso, y los otros dos de rojo vivo incrustando piedrecitas blanquecinas; sus capiteles, corintios, de esbeltas proporciones y muy firme y profunda talla; el acanto de las hojas, bien interpretado y primoroso; dobles caulículos en posición normal, o bien revueltos hacia el eje en aros cruzados y rematando en ábacos con estrías y florón en medio. Estos capiteles serían un enigma si no contásemos con otro similar, provisto de inscripción en loor del mismo emir Abderramán, y ellos revelan un taller de exquisito gusto, superando cuanto se hizo desde la caída del clasicismo y encabezando serie, que alcanza a lo califal cordobés del siglo X.”
Los cuatro capiteles del mihrab, iguales dos a dos, de proporción cúbica, y de alturas próximas a los 25 cm,, definen dos familias de rasgos “estilísticos” afines, pero de naturaleza ornamental diversa. Dos de ellos siguen fórmulas comunes en la tradición del orden corintio; los otros dos ofrecen fórmula muy original...
Los dos más próximos a las fórmulas corintias convencionales (CMH02 Y CMH04) se distinguen muy poco de las modalidades romanas de la segunda mitad del siglo I y del siglo II: poseen todos los elementos del orden: dos coronas de hojas de acanto con venas bien modeladas, kálatos bien definido, incluso con labio, caulículos convencionales, cáliz y volutas, según lo más frecuente en el período mencionado, florón con pedúnculo y espata, colocada sobre las hojas centrales... El único detalle discordante, el que orienta su talla en un momento relativamente avanzado, es el grueso tamaño del ábaco, desproporcionado respecto de lo más habitual en los capiteles del siglo I; no creo que esa circunstancia sirva para justificar su carácter como copia del siglo IX. Lo más probable es que se trate de un capitel reaprovechado, tallado entre finales des siglo I y el siglo II.
Capiteles del mihrab, visión frontal |
El segundo grupo (CMH01 Y CMH03) es algo más complicado de situar en contexto de paralelos claros; su originalidad es tal que es difícil encajarle en la tipología de Pensabene: está a medio camino entre las fórmulas de los capiteles corintios y los corintizantes; sólo si incluimos en el segundo grupo las piezas que no siguen los paradigmas más repetidos, podríamos clasificarlo como "corintizante". Sea como fuere, el capitel se distingue por una única corona de hojas con un tipo de acanto más próximo a la variedad vegetal del "acanto mollis", mediante agrupaciones de foliolos que siguen fórmulas habituales en los capiteles corintizantes durante el siglo II. Lo más original aparece en el cuerpo superior, de kálatos bien definido y ocupado con un motivo que parece derivar de la "barroquización" del conjunto caulículos-cáliz-volutas, transformado en aros entrelazados; para acotar el carácter relativamente temprano de la pieza, podemos ver un bien definido tallo axial que culmina en flor central, en a línea de lo que es frecuente también en las variedades corintizantes. Como los otros dos, también cuentan con ábaco moldurado de exagerado grosor.
Aunque es fácil encontrar paralelos, sobre todo, a los acantos trifoliados, en la época mencionada, es más complicado encontrar paralelos estructurales. El capitel corintizante 576 de Ostia (primera mitad del siglo II) cuenta con tallos entrelazados;; en Cartago hay alguno de sentido comparable. Pero los que más se acercan a éstos del mihrab son, entre los que conozco, uno de Feresin (Aquileia), atribuido por Scrinari al siglo I a.C., los 66, 67 y 68 de Cherchell (Caesarea, Argelia) y uno del Museo de las Termas (Roma) (en la actualidad, está en el Museo Palatino), atribuido a la época de Nerón.
Capitel de la Termas, Roma, finales del siglo I, principios del siglo II (hoy atribuido a la época de Nerón) |
Otros capiteles
El grupo se completa con varios de procedencia o situación diversas. Uno de ellos aún se puede ver en el alminar de San Juan (Córdoba), cuyas cualidades lo sitúan en un contexto cultural alejado del siglo IX. Es un capitel corintio absolutamente "canónigo", al que, como a muchos de los anteriores, no le falta absolutamente ningún elemento de la tradición de Calímaco. Lo más original, que acaso explicara su adscripción al siglo IX, podría ser que únicamente posee una corona de hojas sobre el cesto. Sin embargo, esa circunstancia no es excesivamente anómala, porque existen ejemplos con la misma estructura en contextos del siglo IV. Pensabene recogía uno de Ostia (382) pero con ornato de gran influencia oriental, en relación con otro comparable de Santa Inés Extramuros de Roma. A ellos habría que unir varios aparecidos en Cartago, otro grupo en Bolonia (algunos derivados de los corintios asiáticos); otro más derivado delos corintios asiáticos en Santa María de Cosmedín,; también los hay en la mezquita mayor de Cairuán (incluso alguno derivado del orden compuesto). En Éfeso son muy corrientes los capiteles compuestos con una única corona de hojas de fuerte sentido "orientalizante", como obviamente corresponde al lugar donde fueron realizados.
El capitel cordobés ofrece una concepción ornamenta más propia del siglo II, aunque es difícil precisar los paralelos por la erosión que ha desdibujado la superficie. Un indicativo de esa cronología podría ser la flor del ábaco, de configuración próxima a las que aparecen en los capiteles "corintios asiáticos". En el Museo de Córdoba existe uno, de estructura híbrida entre la tradición corintia y las variedades corintizantes, con acantos relacionados con las tradiciones asiáticas, que han clasificado en el siglo II.
Capitel del alminar de San Juan, siglo II |
Capitel romano del Museo Arqueológico de Córdoba, siglo II |
Para encontrar abundancia de fórmulas heterodoxas en capiteles compuestos debemos viajar lejos, hasta las antiguas provincias griegas de oriente, que en tiempos romanos seguramente fueron las zonas más creativas (Éfeso, Pérgamo, etc.). En Pamukale existen varios capiteles compuestos "heterodoxos" (atribuidos al siglo II), alguno animado, que podría "intermediar" entre el de Sevilla y el supuestamente "bizantino" de la mezquita mayor de Córdoba, comentado líneas arriba. Sin embargo, tampoco son raros los capiteles compuestos originales en Italia. En Orvieto hay uno con collarino y ornamentación mediante fórmulas difíciles de evaluar; también los hay "comparables en Pisa...
Para evaluar éste de Sevilla es conveniente tener en cuenta que en Córdoba son relativamente numerosos los capiteles romanos de concepción original, que informan de una situación cultural digna de ser contemplada con atención... La realización este capitel, a mi juicio, debería situarse en los alrededores del año 100.
Capitel del Alcázar de Sevilla, siglo II |
Capitel del Asklepeion de Pérgamo |
A mi juicio, determina una de las variedades realizadas en Córdoba durante el siglo X para emular los paradigmas hispanorromanos. En el museo de Córdoba existe uno romano que nos podría ayudar a imaginar los modelos imitados por los tallistas cordobeses.
Capitel del Victoria and Albert, Londres, probablemente de época califal (siglo X). Foto por cortesía de P. Cressier |
Capitel compuesto, seguramente de la época de Adriano, del Museo Arqueológico de Sevilla |
Torre de El Carpio. Foto por cortesía de P. Cressier |
Sevilla, grutesco |
Capitel del Museo Arqueológico de Sevilla, siglo X |
Capitel del Museo Lázaro Galdiano, siglo II |
No conocemos nada que pudiera relacionarse con el alcázar cordobés del siglo IX, pero deberíamos dejar la puerta abierta a la posibilidad de que algunos de los relieves o capiteles conservados en los museos españoles más "potentes" tuvieran ese origen, aunque, hoy por hoy, dejando al margen los restos de la mezquita de Tudela, sobre lo que no me atrevería a pronunciarme, lo más relevante en ornamentación arquitectónica es la puerta de San Esteban, "reparada", en tiempos de Muhammad I. Pero no sé si fuera prudente reconstruir, a partir de ella, las posibilidades de los talleres emirales del siglo IX, teniendo en cuenta las circunstancias históricas, antiguas y recientes, de este importante elemento de la mezquita. Dicho sin ambigüedades: no me siento capacitado para entrar en su análisis.
Arco de la puerta de San Esteban; demasiadas sombras... |
Es difícil sostener que alguno de los capiteles empleados en la ampliación de Abderramán II quí recogidos pudieran haber sido tallados durante el siglo IX; y algo parecido podríamos decir de todos los demás. El conjunto, excepcionalmente heterogéneo para un único momento cultural, está compuesto por piezas mayoritariamente realizadas entre los siglo II y IV, a las que deberíamos unir unas pocas seguramente talladas durante el Califato. Desde esa constatación y atendiendo a los de la mezquita, se deduce lo que podríamos haber imaginado previamente, porque así lo informa el carácter de la aljama cordobesa: Abderramán II se limitó a ganar espacio al culto sin modificar substancialmente la fórmula de su predecesor, cualificada, en el aspecto de la ornamentación arquitectónica, por un pragmatismo proclive a la reutilización, apenas matizado por el consabido detalle de las ménsulas aboceladas y algún otro detalle menor (cimacios de concepción sencilla). Y en cierto modo, es lógico, por dos razones casi obvias. En primer lugar, por el enorme peso que en el Islam tiene la tradición y, por supuesto, también por simples razones prácticas: durante su emirato serían abundantes las edificaciones arruinadas (templos paganos e iglesias cristianas) que podían suministrar toda suerte de materiales...
En coordenadas probabilísticas, no creo que existe prácticamente ninguna posibilidad de que los capiteles de la mezquita atribuidos al siglo IX, realmente, lo sean. Sin embargo, reconozco que no están tan claras las cosas en lo relacionado con el MAN12, con el de Londres y con alguna pieza más de las recogidas por P. Cressier y no mencionadas por Gómez Moreno; desde mi entender, con éstos existe alguna posibilidad de que mi apreciación esté equivocada, porque ella depende de valoraciones sin respaldo contundente.
Pero en todo caso, la posibilidad de "explicar" la calidad de los artífices "mozárabes" a partir de la capacidad de los talleres emirales documentada en la mezquita mayor de Córdoba se diluye, porque además en ninguno de dichos capiteles existen elementos que puedan ponerlos en relación con los de la diócesis de Astorga. Forzando los términos, podríamos argumentar que entre los capiteles mencionados existen algunos con "doble sogueado" (espiguilla en el ábaco de algunos capiteles de este grupo), con collarino abocelado y, sobre todo, que existen indiscutibles relaciones formales; pero creo que ese parentesco responde a las raíces comunes de ambas corrientes.
Queda, en todo caso, la posibilidad de que se hubieran realizado elementos de cierta relevancia para el alcázar, pero de momento no me atrevería a señalar ninguna de las piezas conocidas.
En otro orden de cosas, me gustaría enfatizar que, muy probablemente, la arquitectura califal engendró una variedad muy amplia de fórmulas de ornamentación arquitectónica; al menos eso es lo que inducen las series de capiteles repartidas por la geografía peninsular, que acaso fueran labrados para ornar los palacios de las dos ciudades palatinas, de las que sabemos poco (al-Zahra) o prácticamente nada (al-Zahira). Mayoritariamente, esas fórmulas apenas tenían una circunstancia en común: la vinculación con ejemplares hispanorromanos, que sirvieron de referencia y fueron “imitados” con criterios no siempre fidedignos, aunque en algunos casos la fidelidad fue tan grande que aún hoy es complicado distinguir los modelos de las copias. Se ha enfatizado tantas veces el componente “renacentista” de la arquitectura califal andalusí que no insistiré en ello... Y ello sin perder de vista que también existen piezas "insulares" ajenas a esa voluntad "renacentista".
Recuperaré esta cuestión en días sucesivos... si no media la voluntad entorpecedora de algún arcipreste obcecado en defender con la ayuda divina los derechos de reproducción o de algún funcionario aficionado a complicar las cosas a un pobre bloggero.
Texto "actualizado" en 14/04/2015. Para el capitel del Museo de las Termas, con imagen en blanco y negro mencionado, ver entrada
No pongáis escultura ornamental andalusí si os ponéis a hablar de los capiteles de los romanos.
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