Por Simona Cheli
Ya estamos otra vez: una obra de arte contemporánea ha sido confundida con basura y consecuentemente tirada, destruida. La instalación “Legg-io”, obra de la artista Isabella Facco, formaba parte de un proyecto llamado “artisti al muro”, una iniciativa que consiste en exponer varias obras de arte contemporánea a lo largo de la ciudad de Padova, en Italia.
Para completar la crónica hay que añadir que en cuanto los organizadores se han percatado de lo que había pasado, han devuelto una copia de la obra a su sitio añadiendo esta vez un cartelito donde se especificaba (“certificaba”, dice el artículo que he leído) que se trataba de una obra de arte.
Dejando a un lado la ironía que siempre me provoca este tipo de acontecimientos, me pregunto si los incultos basureros habrán sido reprochados por no saber distinguir entre una obra de arte y la vil basura, o si el hecho de que se tratara de Arte Povera pueda ser considerado un atenuante de su gesto, considerando la tendencia de este tipo de arte hacia materiales pobres (perdón por la redundancia) y, por eso, fácilmente confundibles con lo que, evidentemente, no son.
Por otro lado, me pregunto si un accidente de este tipo (sobre todo considerando que la exposición se desarrolla fuera del marco museístico) no sería algo muy previsible por los organizadores y, consecuentemente, evitable. Quiero decir, evitable a no ser que no se quiera evitar. Porque está claro que en cuanto pase algo así, cualquier exposición desconocida va a recibir cobertura e incluso cierta notoriedad en un par de periódicos de edición nacional, y eso es, si uno quiere pensar mal, lo que un organizador puede hasta llegar a buscar.
A propósito de ese par de periódicos deseosos de ocuparse de tal noticia, es interesante recordar el tercer principio de la Propaganda según Goebbels:
“Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan.”
Y si son noticias insulsas, mejor. Añadiría yo.
Volviendo al tema del accidente ocurrido, y dando por sentado que, a lo mejor, uno ya ha empezado a pensar mal, se puede llegar a suponer que esto también ha sido lo mejor que le haya podido pasar a la artista. Alguien, por lo menos, habla de su obra y eso no está mal, ¿no? Y, además, puede presumir de haber tenido la misma suerte de nada más y nada menos que Damien Hirst, que según cuenta Donald Kuspit en su “A critical history of the 20th century art”, tuvo que enterarse de como una obra suya fue arrojada a la basura por un encargado de la limpieza de la galería Mayfair en Nueva York, que no entendió que esas botellas de cerveza medio vacías, tazas con residuos de café, ceniceros con colillas y envoltorios de caramelos no eran, precisamente, basura.
Lo que realmente resultaría genial seria que la artista de “Legg-io” se apuntase, con esa obra, a lo que Michael Landy ha llamado “Art Bin”, traducible como “Cubo de basura del arte” un proyecto que consiste en arrojar obras de arte dentro de un enorme contenedor que de alguna forma las trituraría hasta transformarlas en inmundicia. Parece ser que, al proyecto, se hayan unido autores muy conocidos tales como el omnipresente Hirst o Tracey Emin. Lo dicho, el círculo perfecto sería que “Legg-io” se convirtiese, definitivamente y esta vez por decisión de su autora, en basura.
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