El acceso al parque natural
Casi todos los años acudimos a San Frutos del Duratón. El paraje es uno de los más espectaculares de la provincia de Segovia fuera de las áreas montañosas, y ofrece varias opciones de visita: por la zona del río o por la parte, desde donde se obtienen las vistas más espectaculares, sobre todo, desde los terrenos anexos al antiguo monasterio de San Frutos. Existen varias opciones para llegar a él. Las principales: se puede ir a Sepúlveda o a Cantalejo; desde ambas localidades parten carreteras que van empeorando a medida que nos aproximamos a Villaseca, de donde arranca el "camino rural" que conduce a las proximidades de San Frutos. Es un camino de grava de machaqueo de varios kilómetros, que con el paso de los años se ha degradado hasta extremos inusitados. No es recomendable recorrerlo con automóviles "bajos" porque debemos contar con algún golpe más o menos fuerte, de esos que pueden ocasionar averías graves. El camino penitencial finaliza en un aparcamiento que pone límite a lo que se pude recorrer con relativa comodidad.
Al acercarnos al panel informativo nos cruzamos con un guarda forestal deseoso de palique al que hice un comentario sobre el estado del camino:
—Estamos en crisis. No hay dinero!—respondió con una sonrisa malévola.
Y durante unos minutos estuvimos conversando sobre la fórmula más conveniente para conservar el camino en buen estado... De sus palabras deduje las razones por las que las carreteras de las inmediaciones están en tan malas condiciones (en esa zona de la provincia de Segovia las carreteras suelen ser bastante aceptables): la dirección del Parque de las Hoces del Duratón entiende que no es apropiado emplear aglomerados asfálticos para no degradar el entorno... ¿Para no degradar el entorno o para ahorrar un puñado de euros?
Los paneles "informativos"
En el aparcamiento existe un panel informativo que explica sucintamente las características del parque, definido por las hoces del río Duratón, y, como en las iglesias de párrocos ramplones, indica al visitante el repertorio de prohibiciones. ¿Para qué sirve el poder si no es para follar con quien te apetece e imponer limitaciones a la voluntad de los semejantes? No entraré en el primer asunto —Dios me valga—, pero sí en las prohibiciones... porque ellas están en las antípodas de lo que requeriría una política de explotación turística sensata: dar facilidades, ofrecer opciones y posibilidades, asumir que los cargos públicos son, ante todo, empleos de servicio a los ciudadanos.
No está permitido escalar, encender fuego, acampar, arrojar basura, hacer ruido, recolectar animales, plantas y minerales; no se pueden introducir especies nuevas de fauna y flora silvestre; está prohibido tirar piedras; también está prohibido tirar objetos al río y, muy especialmente, verter líquidos y otros productos contaminantes... No me imagino a un excursionista de rancio abolengo —aquí todos somos descendientes de los visigodos reciclados en Asturias— arrojando el contenido de una lata con aceite mineral.
Sorprendentemente, dado el estado del camino, está prohibido circular con vehículos 4x4 en la totalidad del parque natural ("La circulación en vehículos Todo Terreno está prohibida en la totalidad del Parque Natural" (sic). Y la prohibición radical no debe ser un lapsus porque en el mismo cartel se indica que "La circulación a motor está restringida únicamente a caminos y carreteras". Supongo que pretenden impedir que los automóviles circulen fuera de los caminos...
Tampoco tiene desperdicio la alucinante indicación que se hace sobre el uso de la bicicleta: "Recuerde, si va en bicicleta, que debe respetar al peatón y no debe salir de los caminos". Acaso alguien llegue a San Frutos en bicicleta, pero yo jamás vi a nadie. Las condiciones del camino lo desaconsejan, salvo para los especialistas en "deportes de riesgo" o los masoquistas...
Sabiendo cómo son las personas que llegan a estos lugares... ¿no sería más adecuado dirigirse a ellas con un poco más de consideración? ¿Creen los gestores del parque que todos los visitantes son de inferior categoría intelectual y social que ellos? ¿Creen los gestores del parque que solventan su responsabilidad social dando órdenes, imponiendo prohibiciones o dando consejos a los visitantes?
En el cartel también se nos informa de que la zona que recorreremos es una "paramera, con sabinares-enebrales y donde éstos faltan, tomillares, salviares o aulagares"; en "román paladino": un erial, comparable a los que existen por doquier en la meseta segoviana.
Pero las prohibiciones no se habían hecho extensivas al asunto publicitario, porque en todos los carteles informativos, no faltaba la referencia a la Junta de Castilla y León y a las instituciones relacionadas con el parque: el "Parque Natural de las Hoces del Río Duratón", "Natura 2000" (entidad del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino), la "Red de Espacios Naturales de Castilla y León", "Proyecto Life" (entidad financiera de la Unión Europea). A ellas se ha unido otra más, que aparece en letras pequeñas pero no tanto como para impedir su lectura: La Caixa. En algunos carteles, en el ángulo inferior derecho se lee: "Esta señal ha sido reparada por Obra Social 'la Caixa'". Está prohibido acampar, pero no hacer publicidad bancaria con discreción...
El primer cartel con subvención bancaria que nos llamó la atención prohibía el paso a una "Zona en restauración de la Cubierta vegetal" (sic). ¿Restauración de una paramera? ¿Pretenden restaurar todas las parameras de Castilla y León? ¿La paramera se degrada si la genta camina libremente por ella? ¡La degradación de la paramera culmina en la desertización! ¡El apocalipsis! Las cosas que se aprenden visitando parques naturales... A partir de ahora, cuando camine por el páramo procuraré no salirme de los caminos...
Y nos preguntamos si quienes aplican tanto celo en la protección del ambiente ecológico no había llegado a percibir el contraste que existe entre el formato de los carteles y el del páramo circundante... No me molesta el diseño de los carteles; me molesta la obsesión por imponer pautas de control al ciudadano, incluso, en los aspectos más triviales, como dar un paseo por el campo. Y que la defensa del "ambiente" se haga mediante criterios de conveniencia política y financiera.
El camino que conduce al antiguo monasterio es parecido al que llega desde Villaseca y hace años servía para que los automóviles se acercaran a la puerta; en la actualidad hay que dar un paseo de un kilómetro con fuerte pendiente, que es penoso con la canícula, porque existen pocos lugares de sombra, especialmente, al regreso, cuando se debe recorrer cuesta arriba. El camino está acotado con hileras de piedras que, al parecer, limitan los lugares de los que no deben salir los paseantes, para no dañar el ecosistema ni erosionar el poder de la dirección del parque. Como es natural, son abundantes quienes no respetan prohibición tan peregrina y caminan por donde les place, de modo y manera que es previsible la destrucción del equilibrio ecológico en poco tiempo...
Los buitres
Seguramente, la limitación en el uso de automóviles no esté relacionada con la voluntad de imponer disciplina a los peregrinos ni con la intención de imitar a la autoridad competente asturiana, sino con la de proteger a los buitres leonados, que conforman una de las colonias más numerosas de Europa.
En la Antigüedad algunos creían que estos animales de cabeza grotesca pero de vuelo majestuoso y aspecto imponente, ocupaban un escalón superior al resto de los pájaros porque se reproducían exclusivamente mediante la intervención divina, sin ayuntamiento carnal. Maravillosa paradoja para una especie condenada a alimentarse de cadáveres, de despojos, cuya finalidad en el ciclo ecológico es facilitar la descomposición —la contingencia— de la materia orgánica...
Como miembro de una generación situada a caballo entre el origen rural de la emigración de la posguerra y el desarrollismo de los sesenta, confieso —con miedo a recibir alguna descalificación oportuna o inoportuna— que, de niño, estuve familiarizado con esos desagradables animales, sencillamente, porque formaban parte del ambiente por el que se movía mi abuelo cuando iba de caza. En aquellos días no era extraño salir al monte y encontrarse por el camino, con un banquete de buitres. Veinte o treinta animales de tamaño descomunal se distribuían irregularmente alrededor de los despojos de una vaca o de un burro... que no se inmutaban cuando ambos llegábamos a lomos de una Guzzi roja y destartalada pero sumamente útil.
Y, como la pedorrera mecánica de la Guzzi —aquellas motos hacían más ruido que mil sicarios asturianos de Lucifer— no les preocupaba en absoluto, recuerdo haberme divertido tirándolos piedras y observando el empeño que ponían a la faena y el poco caso que hacían a quienes les importunaban, por supuesto, desde cierta distancia. Acercarse demasiado hubiera sido propio de espíritus aventureros y esa virtud no cuenta entre las mías. A la postre, siempre vencían ellos por dos razones que resultarán familiares a quienes hayan tenido experiencias afines. Los buitres no se asustan demasiado de quienes les tiran piedras; si el recado se aproxima a ellos, responden con un saltito y un enérgico aleteo, miran durante unos segundos al imprudente y, con ese caminar torpe que les emparenta con los patos, regresan a la faena con cierta prepotencia. La segunda razón es contundente: el comedor de los buitres huele tan mal que es difícil permanecer durante tres o cuatro minutos sin experimentar reajustes digestivos radicales; más o menos lo mismo que sucede ante ciertos individuos de amplio reconocimiento social y económico...
Las circunstancias cambiaron con la aparición de ciertas endemias y la prohibición de abandonar los cadáveres de los animales domésticos (vacas, burros, mulos, etc.) en el campo. En ese momento, se activó un dilema que replanteaba el ciclo vital de los buitres: alimentarlos o no. Si deseábamos mantener la colonia de buitres, estaríamos obligados a proporcionarles comida en abundancia, porque de no ser así, su número se reduciría drásticamente.
Y la autoridad competente tomó una decisión que recuerda mucho otras más recientes: para mantener el equilibrio ecológico era absolutamente imprescindible facilitar las condiciones de vida de los buitres y aún fomentar su desarrollo. Ignoro por qué no se tomó una decisión semejante con los colectivos humanos afectados por circunstancias afines... Me he preguntado mil veces qué razón ecológica justifica subvencionar la existencia de una cantidad exagerada de buitres, cuando se ha perdido la que parecía ser su función primordial en el ciclo ecológico.
El desequilibrio entre los intereses de los ciudadanos y los de los buitres llegó a extremos que aún hoy bordean el esperpento. El año pasado nos comentaba un conciudadano de Pedraza —dueño de un restaurante— los problemas que están ocasionando, porque como han perdido el poco miedo que les infundían los humanos, se acercan demasiado a los niños...
—El problema no se afrontará hasta que maten a un niño —nos dijo, con los matices de la irritación que infunde el temor.
Supongo que quienes tomaron la decisión de limitar el uso de automóviles e imponer el dilatado paseo hacia San Frutos por el itinerario marcado con piedras y la mantienen, son conscientes de los inconvenientes que ello ocasiona a los visitantes. Frank Lloyd Wright lo expuso de modo contundente en los años treinta cuando diseñó el Johnson Wax Building: los automóviles son medios de movilidad y libertad imprescindibles para quienes viven en un sistema que los ha convertido, a su vez, en instrumento fundamental para la propia existencia del sistema. No se trata de emplear el automóvil o las sillas de ruedas motorizadas para alterar el medio ambiente, sino de regular su uso teniendo en cuenta que son medios de movilidad determinantes para muchas personas.
Es alucinante que, con decisiones de ese tipo, la gestión pase por alto un asunto que está en el centro de las preocupaciones de una sociedad progresivamente envejecida: Las personas con movilidad reducida o con cierta edad no pueden llegar al antiguo monasterio, a riesgo de cualquier contingencia indeseable. Recuerdo que hace tiempo, cuando se cortó el acceso a la explanada que está junto a la entrada del monasterio, ante mi juicio crítico y la exposición de este argumento, un amigo vinculado a las áreas de poder de Castilla y León me respondió:
—Todos debemos ser consecuentes con nuestras propias limitaciones.
No me atreví a replicarle como merecía y escapé "por elevación":
—¿También quien dirige el parque? —repliqué.
Alguien debería explicar a quienes gobiernan el parque que los automóviles no son sólo máquinas que utilizan los habitantes de Madrid para invadir las tierras segovianas y para molestar a los buitres leonados del Duratón; que sólo se alimentan de gasóleo o gasolina y que como cualquier otra máquina su peligro potencial no está en ella sino en quien la usa inadecuadamente; del mismo modo que los parques naturales se pueden convertir en entidades onerosas para los ciudadanos mayores de cincuenta años si quienes los gobiernan lo hacen como si fueran "feudos ecológicos"; o en figuras retóricas afines a la estructura del actual sistema político y económico.
De la gestión de este parque hemos aprendido duramente algo que ya imaginábamos: cuando entran en confrontación los intereses de los buitres con los de las personas del común, en España siempre prevalecen los primeros, aunque quienes dictan las normas cobren de los impuestos de los ciudadanos, porque es sabido que los buitres españoles pagan impuestos en los paraísos fiscales. Y he reído sin contención al recordar Underground, aquella película de Kusturica, que forzaba metáforas entre la política y los animales... Si hay crisis, también deberían padecerla los buitres. Si no hay dinero para arreglar el camino, los buitres deberían ayunar. Se me dirá que si no se arregla el camino, gana la seguridad del parque; mientras que la muerte de los buitres por inanición supondría el fin del parque... Y responderé: que si el parque es el tesoro de otro —de Gollum o de quien lo dirija—, que no lo financien con mis impuestos sino con los de quienes sean más jóvenes.
El monasterio
El monasterio, que pervivió como tal hasta la Desamortización de 1835, está ruinoso, pero enfatizado por una gran cruz de hierro levantada a principios del siglo XX. Sólo permanece en uso la iglesia, cuidada por un anciano que guarda las llaves y ofrece "guías" y libros piadosos al visitante; a las seis recoge sus bártulos, los introduce en una bolsa con ruedas y con ella en las manos, a modo de andador, emprende la peregrinación camino arriba para dejar testimonio de que la fe todo lo puede, incluso transitar dos veces al día por lugar tan desajustado a sus posibilidades físicas.
Creo que no estaría de más recuperar las zonas que aún conservan las paredes en pie, aunque sólo fuera para crear un espacio de refugio y refrigerio, sobre todo, para quienes lleguen cuando la iglesia está cerrada.
La iglesia, con el formato románico segoviano habitual, no es gran cosas, aunque en su origen el monasterio fuera concebido desde Silos como homenaje al arzobispo Bernardo de Toledo.
Como sucede en otras muchas iglesias románicas de la zona, la imágenes modernas que han colocado en el interior para solventar las necesidades rituales son, sencillamente, espantosas. Por fortuna, aún es posible ver algunos relieves y capiteles románicos de cierto interés...
Completa el conjunto histórico-artístico un cementerio de nichos antropomorfos excavados en la roca, junto a la entrada, en las proximidades del ábside de la iglesia, con el panel explicativo oportuno...
Colofón
En este caso no enfatizaré la mala gestión del patrimonio histórico-artístico, que es manifiesta, porque prefiero destacar una circunstancia obvia: el orden de prioridades relativas entre los bienes ecológicos y bienes culturales. En la práctica política española es frecuente emplear el factor ecológico como arma arrojadiza para entorpecer el desarrollo de las infraestructuras, de iniciativa ajena. Y cuando no existe esa antagonismo, como corolario obvio, el factor ecológico suele ser recurso manido para justificar la precariedad presupuestaria de cara a una opinión pública predispuesta al temor y a defender su tierra de las agresiones foráneas...
Al parecer, la ubicación de la estación del AVE en Segovia, a más de 3 Km de las zonas habitadas (según las carreteras asfaltadas), obedeció a razones ecológicas y no especulativas. También en la capital prevalecieron los intereses de los buitres...
quisiera comentar sobre los buitres, que esta tarde paseando dos adultos con una niña de 4 años, en direccion hacia la ermita, a la altura del desfiladero, hemos sido rodeados por muchos buitres, que iban bajando poco a poco y acercandose cada vez mas, hasta el punto de sentirnos presas. nos hemos ido rapidamente, porque nos hemos asustado mucho, al pensar que nos podian atacar y llevarse a la niña.
ResponderEliminarcon esto queremos alertar a la gente que lo lea, de que tenga cuidado si va con niños, ya que hemos visto, demasiado acercamiento a los humanos. esto deberia controlarse, porque puede haber alguna desgracia en un futuro.