Por Luchi
Entre los pasados días 16 y 18 de enero la Universitá Statale de Milán permaneció cerrada de manera “preventiva” frente a la asamblea nacional de los grupos “NO Expo” que tuvo lugar el pasado fin de semana. El rector de la Statale Gianluca Vago, junto con el prefecto Francesco Paolo Tronca, decidieron prohibir el acceso a la universidad durante tres días por razones de orden público, temiendo que la reunión conjunta de todos los colectivos contrarios a la Exposición Universal desembocara en la ocupación ilegal del edificio universitario. La decisión fue apoyada por el Comité provincial para el orden y la seguridad, que consideró el cierre como “necesario para tutelar la seguridad de los estudiantes y del personal universitario”. Sin embargo la medida, publicada como muy escaso preaviso por una nota oficial del ateneo, cogió desprevenidos a muchos de los estudiantes, que se vieron obligados a interrumpir sus actividades justo en época de exámenes.
No sorprende que para evitar todo tipo de embarazoso altercado en la ciudad anfitriona de la Expo-sobre todo considerando el gran número de participantes que se esperaba participasen a la manifestación- se haya tomado la más eficaz y drástica de las medidas: el cierre de una estructura pública. Tampoco se puede negar la alta probabilidad que había de que al evento acudiesen los típicos grupitos aislados que siempre acaban liándola gorda. Aun así, no se puede negar que la medida, llevada a cabo por la administración pública (y digo pública) está en neta contradicción con lo que se supone que tendría que ser una universidad pública (y digo pública); es decir, no únicamente un lugar de estudio, sino también de diálogo y confrontación, que no puede cerrarse para imposibilitar una asamblea. Tanto afán de preservar la incolumidad estudiantil deja patente un miedo desproporcionado de las instituciones hacia la expresión democrática de un disenso. Un miedo que, más que con orden y a la seguridad ciudadana, me parece que tiene que ver con la opinión de la prensa internacional, que en estas fechas tiene todos sus focos apuntados sobre Milán.
Frente a este panorama, la imagen de los grandes poderosos europeos juntos en París, dando la cara con gesto grave y solemne en defensa de la libertad de expresión, apesta a hipocresía.
Entre los pasados días 16 y 18 de enero la Universitá Statale de Milán permaneció cerrada de manera “preventiva” frente a la asamblea nacional de los grupos “NO Expo” que tuvo lugar el pasado fin de semana. El rector de la Statale Gianluca Vago, junto con el prefecto Francesco Paolo Tronca, decidieron prohibir el acceso a la universidad durante tres días por razones de orden público, temiendo que la reunión conjunta de todos los colectivos contrarios a la Exposición Universal desembocara en la ocupación ilegal del edificio universitario. La decisión fue apoyada por el Comité provincial para el orden y la seguridad, que consideró el cierre como “necesario para tutelar la seguridad de los estudiantes y del personal universitario”. Sin embargo la medida, publicada como muy escaso preaviso por una nota oficial del ateneo, cogió desprevenidos a muchos de los estudiantes, que se vieron obligados a interrumpir sus actividades justo en época de exámenes.
No sorprende que para evitar todo tipo de embarazoso altercado en la ciudad anfitriona de la Expo-sobre todo considerando el gran número de participantes que se esperaba participasen a la manifestación- se haya tomado la más eficaz y drástica de las medidas: el cierre de una estructura pública. Tampoco se puede negar la alta probabilidad que había de que al evento acudiesen los típicos grupitos aislados que siempre acaban liándola gorda. Aun así, no se puede negar que la medida, llevada a cabo por la administración pública (y digo pública) está en neta contradicción con lo que se supone que tendría que ser una universidad pública (y digo pública); es decir, no únicamente un lugar de estudio, sino también de diálogo y confrontación, que no puede cerrarse para imposibilitar una asamblea. Tanto afán de preservar la incolumidad estudiantil deja patente un miedo desproporcionado de las instituciones hacia la expresión democrática de un disenso. Un miedo que, más que con orden y a la seguridad ciudadana, me parece que tiene que ver con la opinión de la prensa internacional, que en estas fechas tiene todos sus focos apuntados sobre Milán.
Frente a este panorama, la imagen de los grandes poderosos europeos juntos en París, dando la cara con gesto grave y solemne en defensa de la libertad de expresión, apesta a hipocresía.
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