Está en la Museum Mile, junto a Central Park, en una de las zonas más exclusivas de Manhattan, donde se concentran una decena de museos y algunas de las residencias más caras del mundo. El arte y el dinero conforman matrimonio indisoluble, como ordena la Santa Madre Iglesia e imponen en Wall Street y en la City. Si por razones de lejanía histórica dejamos a un lado todas las catedrales góticas, acaso sea uno de los primeros museos "seductores" —en el sentido que Thomas Krens otorgaba al término—; pero más por la fama que por la lana. Contemplado el exterior en directo, con el condicionamiento del entorno, el museo de Wright es menos resultón de lo que espera el turista familiarizado con las fotografías que lo han inmortalizado en los manuales de Historia del Arte. Además, la luz resalta una de sus debilidades más notorias, que en Nueva York no es privilegio exclusivo: la pobreza constructiva. Este detalle me hizo pensar —puro retorcimiento— en la arquitectura emblemática de la antigua Unión Soviética... También en Manhattan los promotores apostaron por las apariencias. Y seguramente por ello Wright no se preocupó demasiado por resolver los problemas de tensiones superficiales derivados de la configuración helicoidal: el pavimento está sembrado de fisuras que enfatizan la carencia mencionada y le restan lustre.
Cobran 22 $; en consecuencia, no hay aglomeraciones, y como en los museos de gestión histérica, está prohibido hacer fotografías cuando se accede a la plataforma helicoidal. Los vigilantes, entre quienes predominan los afroamericanos, imponen disciplina elegante y no son tan celosos como los de la Academia de Florencia; pero no andan lejos. Parece obvia la intención de reservarse enérgicamente los derechos de reproducción de lo no arquitectónico y aún las visiones creativas de las formas de Wright; para eso tienen magníficas instalaciones comerciales.
Allí están algunos de los autores más reconocidos de las vanguardias del tercer cuarto del siglo XX, quienes se sometieron a los dictados del mercado, a las indicaciones diseñadas desde el Departamento de Estado y a los caprichos de Peggy; y a quienes siguieron los caminos definidos por todos ellos y por la dinámica cultural asociada al sistema capitalista. Seguramente, serán muchos quienes entiendan ese sometimiento como servidumbre vergonzante... Sea como fuere, ya es historia. Ahora se diría que Londres define las referencias... pero no sé si la apreciación es buena.
Desde el bancal blanco de la planta baja es inevitable recordar el Cremaster de Matthew Barney; cierras los ojos y aparecen las "bailarinas" con esparadrapos en cruz sobre los pezones entre "espuma de cerveza"... Como en Bilbao, el edificio impone protagonismo y creo que esa sola cualidad altera radicalmente su naturaleza (su funcionamiento) como museo.
Yo recuerdo mi visita al museo como una experiencia grata. Además, la exposición que albergaba era acerca del clasicismo en las vanguardias y estaba bien montada. Además, eso de subir y subir esa rampa para culminar con una proyección del Olimpia de Riefenstahl... bueno, dio gustillo.
ResponderEliminarEl museo es muy agradable: hay poca gente y de tono muy "refinado"; la selección de obras es buena, los módulos expositivos son amplios... Ambiente ideal. Los "técnicos" de esa institución saben hacer las cosas.
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