domingo, 9 de septiembre de 2012

El Guggenheim de la 5ª avenida. ¿Museo o "museoide"?


Está en la Museum Mile, junto a Central Park, en una de las zonas más exclusivas de Manhattan, donde se concentran una decena de museos y algunas de las residencias más caras del mundo. El arte y el dinero conforman matrimonio indisoluble, como ordena la Santa Madre Iglesia e imponen en Wall Street y en la City. Si por razones de lejanía histórica dejamos a un lado todas las catedrales góticas, acaso sea uno de los primeros museos "seductores" —en el sentido que Thomas Krens otorgaba al término—; pero más por la fama que por la lana. Contemplado el exterior en directo, con el condicionamiento del entorno, el museo de Wright es menos resultón de lo que espera el turista familiarizado con las fotografías que lo han inmortalizado en los manuales de Historia del Arte. Además, la luz resalta una de sus debilidades más notorias, que en Nueva York no es privilegio exclusivo: la pobreza constructiva. Este detalle me hizo pensar —puro retorcimiento— en la arquitectura emblemática de la antigua Unión Soviética... También en Manhattan los promotores apostaron por las apariencias. Y seguramente por ello Wright no se preocupó demasiado por resolver los problemas de tensiones superficiales derivados de la configuración helicoidal: el pavimento está sembrado de fisuras que enfatizan la carencia mencionada y le restan lustre.




Sin embargo, por el interior, el juego de líneas, volúmenes y luces ofrece un espectáculo grandioso, una agradable ensoñación geométrica...  Hubiera pasado horas buscando ángulos y encuadres fotográficos.

Cobran 22 $; en consecuencia, no hay aglomeraciones, y como en los museos de gestión histérica, está prohibido hacer fotografías cuando se accede a la plataforma helicoidal. Los vigilantes, entre quienes predominan los afroamericanos, imponen disciplina elegante y no son tan celosos como los de la Academia de Florencia; pero no andan lejos. Parece obvia la intención de reservarse enérgicamente los derechos de reproducción de lo no arquitectónico y aún las visiones creativas de las formas de Wright; para eso tienen magníficas instalaciones comerciales.


Gracias al ascensor, el visitante tiene la opción de elegir entre contemplar las obras subiendo o bajando, para matizar la experiencia estética en una dirección más "inquietante" o más "placentera", pero siempre mediatizada por la inexistencia de superficies niveladas. Las sensaciones no son tan fuertes como en la torre de Pisa, pero en todo caso, la situación del espectador no es la más confortable para una experiencia neutra.  En otras palabras: el capricho de Wright condiciona con matices de incomodidad (inquietud) la contemplación de las obras dispuestas a lo largo del itinerario helicoidal. O dicho aún de otro modo: potencia los aderezos inquietantes de las obras de arte, esos componentes que son esenciales en el arte posterior al 1900. Seguramente por ello, por esos condicionantes, la idea de Wright no se ha generalizado como paradigma museístico.
Allí están algunos de los autores más reconocidos de las vanguardias del tercer cuarto del siglo XX, quienes se sometieron a los dictados del mercado, a las indicaciones diseñadas desde el Departamento de Estado y a los caprichos de Peggy; y a quienes siguieron los caminos definidos por todos ellos y por la dinámica cultural asociada al sistema capitalista. Seguramente, serán muchos quienes entiendan ese sometimiento como servidumbre vergonzante... Sea como fuere, ya es historia. Ahora se diría que Londres define las referencias... pero no sé si la apreciación es buena.


Con la inclusión de la colección Tannhauser —nombre de interesantes connotaciones—,  el Guggenheim de la 5ª Avenida ofrece una panorámica bastante estimable de las vanguardias históricas que complementa y, en ciertos aspectos, amplia, lo que muestra el MOMA.

Desde el bancal blanco de la planta baja es inevitable recordar el Cremaster de Matthew Barney; cierras los ojos y aparecen las "bailarinas" con esparadrapos en cruz sobre los pezones entre "espuma de cerveza"... Como en Bilbao, el edificio impone protagonismo y creo que esa sola cualidad altera radicalmente su naturaleza (su funcionamiento) como museo.

2 comentarios:

  1. Yo recuerdo mi visita al museo como una experiencia grata. Además, la exposición que albergaba era acerca del clasicismo en las vanguardias y estaba bien montada. Además, eso de subir y subir esa rampa para culminar con una proyección del Olimpia de Riefenstahl... bueno, dio gustillo.

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  2. El museo es muy agradable: hay poca gente y de tono muy "refinado"; la selección de obras es buena, los módulos expositivos son amplios... Ambiente ideal. Los "técnicos" de esa institución saben hacer las cosas.

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