martes, 4 de noviembre de 2014

Santa María de Lebeña: demasiados milagros

La iglesia se encuentra en un paraje bellísimo, en el corazón de Cantabria, cerca de Potes, en un lugar incómodo, si el viajero procede del sur, porque el relieve impone carreteras complicadas; es preferible acudir desde el norte a través del desfiladero de La Hermida,  abierto por el río Deva, cuyo nombre aún ofrece testimonio de divinidades antiguas y remite a "campanus" espectaculares.
Por desgracia, el "ambiente humano" ofrecido por ciertas dignidades no está a la altura... Aunque desde la peculiar manera que tiene la Iglesia de velar por el cumplimiento de las leyes, su responsable, el arcipreste del lugar, me impidió documentar el interior la iglesia; intentaré, no obstante, ofrecer un breve análisis desde el “antiguo” acervo propio y el conocido.


Las fuentes literarias

Lo único que “sabemos” es que podía existir a principios del siglo X y que los datos de esa época son, cuando menos, “sospechosos” de haber sido redactados para legitimar apropiaciones más o menos “forzadas”, tal y como suele ser frecuente en los documentos religiosos de la Edad Media. Así lo reconoció el propio Gómez-Moreno, para quien un texto sobre el milagro de Santo Toribio era “una falsificación del siglo XIII, hecha en interés de los cluniacenses de Oña (…)”:

“En nombre de Dios. Sea notorio y manifiesto que yo el conde Alfonso y mi esposa, la condesa Justa, edificamos la iglesia de Santa María de Lebeña para trasladar el cuerpo de Santo Toribio a ella y mis siervos lo tomen y entierren, y como lo hubiesen tomado para enterrar, fui castigado por el juicio divino y quedé ciego hasta el presente, y mis soldados, que eran inocentes, al empezar a cavar con azadas quedaron también ciegos. Entonces ofrecí mi cuerpo y todo cuanto tengo en Liébana a Santo Toribio y a ti, abad Opila, y a los clérigos que allí sirven a Dios...”

Para Gómez-Moreno, los datos auténticos permitirían asegurar que existió un Alfonso, conde de Lévana entre 924 y 963, que fundó junto con su esposa Justa, una iglesia dedicada a San Salvador y a Santa María; y la dotaron con un ajuar compuesto de “una cruz, caja, cáliz y patena de plata, Lucerna y candelabro de bronce, ciriales, campana también de bronce, dos velos de seda, un paño para casulla y dos dalmáticas; cama, colcha y manta, para los sacerdotes o monjes que tuviesen la iglesia, y además, los palacios, tierras, viñas, frutales, molinos, campo, dehesa, etc., que allí poseían los fundadores”. Expresamente el documento dice que Alfonso y Justa habrían construido la iglesia o así lo interpretó Gómez-Moreno teniendo en cuenta que en el documento aparecía el término “lavoravimus”:

(…) ipse ecclesia que nos lavoravimus sibe ereditabimus de ea omnia quantum abemos in ipsam villam (…)

Me pregunto hasta qué punto debemos asumir la interpretación de Gómez-Moreno: ¿serían ellos mismos quienes construyeron los muros, tallaron las columnas, los capiteles y los modillones? ¿Hasta dónde llegó ese “lavoravimus”? Supongo que deberíamos entenderlo en sentido amplio, como alusión a los trabajos que hicieron ayudándose de sus servidores… Y si así fue, ¿cómo explicar el paralelismo que existe entre esta iglesia y la Santiago de Peñalba, así como con el resto de los capiteles aparecidos por el territorio de la antigua diócesis de Astorga? ¿Debemos suponer que estos dos personajes dirigían un “taller itinerante” que fue sembrando esa zona de “iglesias mozárabes”?
Puestos a admitir milagros, ¿por qué no?
Si no creemos en los milagros, las cosas se complican o se simplifican, según la actitud de cada cual.

El edificio actual

Lámina tomada de Góez-Moreno, Iglesiás Mozárabes
También en este caso nos encontramos ante una iglesia “restaurada” en época reciente, según criterio asimismo discutible en algunos de sus aspectos; por fortuna, no llegó tan maltrecha como San Fructuoso y es más fácil analizar sus elementos arquitectónicos. Apenas unos cambios en la orientación de los faldones de los tejados distinguen a la iglesia actual de la que llegó a finales del siglo XIX (1896); y unos cuantos modillones fuera de lugar informan de que la restauración no fue satisfactoria, acaso porque modificaciones "antiguas" como el pórtico y otras más difíciles de percibir, lo impedían.
Como otras iglesias altomedievales del noroeste de la península Ibérica, está definida mediante una estructura de bóvedas contrapuestas que, muy alegremente, se ha evaluado como “bizantina”; sin negar esa posible influencia, creo que también aquí deberíamos tener en cuenta que las fórmulas de contraposición de bóvedas, cúpulas o falsas cúpulas, propias de Oriente son diferentes a la empleada aquí, más cerca de corrientes derivadas de la arquitectura tardorromana, documentadas en Rávena, sin ir más lejos. No obstante y frente al resto de las iglesias del mismo ciclo cultural que han llegado a nuestros días, ésta destaca por la existencia de dos conjuntos sustentantes exentos compuestos por pilastra y cuatro capiteles adosados, cuando hubiera sido más razonable la existencia de cuatro conjuntos de ese tipo asociados a una cúpula o bóveda de mayor altura que el resto de las "naves", si se me permite término tan inapropiado para una iglesia tan pequeña. Cabría la posibilidad de que el plan inicial quedó alterado por una decisión tomada con la obra a medias, pero, si tenemos en cuenta la simetría y el orden de la planta, tampoco puede despreciarse que el "proyecto" tuviera por objeto construir una iglesia como la que se construyó, en la que los dos conjuntos exentos estuvieran concebidos con finalidad estrictamente ritual. Sea como fuere, esa "anomalía" proporcionaría fundamento al juicio de Gómez-Moreno, que la valoró como "aborto artístico".
En todo caso la contraposición de conjuntos abovedados de las iglesias del noroeste, tal y como he indicado en varias ocasiones, más parecen síntesis de tradiciones constructivas tardoimperiales que derivadas de los usos estrictamente orientales y entre todas ellas, en ésta es la que se advierte con mayor claridad esa circunstancia,
Aunque desde las fotografías antiguas intuyo detalles sumamente interesantes,  a causa de las limitaciones impuestas por el señor arcipreste, nada podría añadir a lo ya dicho por otros autores,…



La ornamentación arquitectónica

Compone varios conjuntos perfectamente definidos y sensiblemente bien conservados en sus cualidades más relevantes. Por el exterior, los modillones y las impostas: Por el interior también existe una especie de "alfiz" con ornato similar al de las impostas, pero lo más relevante es el conjunto columna-cimacio, con todos los elementos dispuestos sin alteración sensible; es una de las pocas iglesias en las que nos es dado contemplar el sentido estructural de los capiteles, asociados a cimacios y columnas, que en dos casos forman parte de núcleos sustentantes compuesto por pilastra central y columnas adosadas, y en el resto de los casos, como columnas entregas unidas a muros en disposición longitudinal. Todo ello define una peculiar forma de construir que nos remite a fórmulas habituales en Oriente pero también en la Italia tardorromana. El único detalle discordante con esa corriente lo define el arco de herradura, que nuevamente coloca sobre la mesa la naturaleza de un elemento que algunos se empeñan en relacionar con”lo visigodo” o con “lo cordobés” y que, a mi juicio, es un elemento específicamente hispano bien documentado desde el siglo II, cuando menos. o.
A ello deberíamos unir la placa reutilizada en su pavimento que hoy se ha integrado tal vez para justificar una interpretación que deja en mal lugar el juicio de Gómez-Moreno.

La placa

Estuvo en el suelo, con los relieves ocultos hasta que fue colocada en el altar mayor. Aunque no hay unanimidad, la mayor parte de los estudiosos creen que se trata de una placa de época romana, que acaso ocupara un emplazamiento sacralizado desde mucho antes de que se construyera la actual iglesia. Sea como fuere, la relación entre los relieves de la placa y los de las estelas funerarias romanas del noroeste de la península Ibérica es obvia.



Los modillones y los frisos



Casi todos los modillones que hoy contemplamos fueron tallados en el curso de la restauración de finales del siglo XIX; no obstante, podemos aceptar que seguramente son similares a los originales. A mi juicio, aunque existan elementos relativamente comparables en Córdoba. no tiene mucho sentido considerarlos “mozárabes” puesto que su naturaleza arquitectónica deriva de la necesidad de dar vuelo a los faldones de los tejados y esa circunstancia impone fórmulas de ese tipo o similares en cualquier edificación con ese tipo de cubierta. Muy probablemente, las casas comunes de tiempos romanos, sobre todo, si estaban concebidas para tégulas, tendrían elementos similares tallados en madera; y muy posiblemente entre los de madera y los de piedra, propios de edificaciones singulares, existiría estrecha relación.
Los rasgos culturales que los ornan de nuevo apuntan en la dirección de un repertorio perfectamente documentado en el universo funerario de tiempos hispanorromanos, acaso con componentes autóctonos de origen celta. Los discos solares son específicos de las estelas bien conocidas en las actuales provincias de León, Zamora, etc. Y lo mismo podemos decir de las “flores” exagonales, de las cenefas de hojas contrapuestas y de los juegos geométricos. Por no forzar las referencias eruditas, me limitaré a recordar, de nuevo, las estelas de Flavus y Campilius, del museo de León, fechadas entre los siglos II y III, que contienen casi todos los elementos ornamentales de esta iglesia, incluidos los arcos de herradura.


Algunos estudiosos han relacionado estos motivos con un hipotético influjo visigodo que pone sobre la mesa, de nuevo, un fenómeno cultural que, milagrosamente, estaría bebiendo de  fórmulas arraigadas en amplias zonas de la Península muchos años ante de la disolución del Imperio.
Otro tanto sucede con los relieves de los frisos exteriores, que en la restauración fueron interpretados según los criterios imperantes en aquellos tiempos. En todo caso, no creo que el resultado final de la restauración alterara substancialmente este extremo...
El falso "alfiz", definido en el interior con piezas de similares características a las impostas exteriores, supone reiteración de motivo sinusoidal o de ondas, que muy probablemente tendría alguna carga simbólica... Por supuesto, es inevitable recordar las fórmulas similares de Santiago de Peñalba y el alfiz de San Tirso; los tres edificios acaso nos estén informando, de nuevo, de una costumbre arraigada en la Península desde mucho antes de la llegada de los musulmanes.
Sea como fuere, en esta iglesia se repiten algunos fenómenos que ya vimos en San Frustuoso de Montelius y, en especial, la aparente falta de correspondencia entre la técnica de talla de las piezas del friso y los modillones o los capiteles, de hechura más sofisticada. Por desgracia, este análisis no puede ir más allá por voluntad del actual arcipreste...

Para justificar la realización de estos elementos durante el siglo X, por influjo de los repertorios ornamentales de la Córdoba emiral, deberíamos recurrir a un milagro, de esos que les están prohibidos a los dioses, porque supondría romper las fronteras del tiempo. Elementos específicamente arraigados en la zona noreste de la península Ibérica habrían sido adaptados por los musulmanes para que muchos años después los rescataran los cordobeses cristianos para devolverlos al lugar de procedencia… Demasiado enrevesado.

Estela de Campilius. Museo de León

Estela de la esposa de Flavus; museo de León
Los capiteles

Con las salvedades que comentaré enseguida, los capiteles componen unas cuantas variedades de estructura sensiblemente común. Su relación con los de Peñalba, Escalada y otros lugares de la antigua diócesis de Astorga, es clara y nos sirve para recordar los problemas ya mencionados para el caso de San Cebrián de Mazote. Estructuralmente, derivan del orden corintio con las peculiaridades habituales en el noroeste peninsular desde tiempos romanos: poseen collarino doblemente sogueado o laureado, como es habitual en las variedades artorganas, dos coronas de hojas, caulículos, dobles volutas, ábaco poco desarrollado con la articulación característica de casi toda la serie “mozárabe”. Como es habitual en los capiteles de concepción similar, carecen de florón y se distinguen por la atrofia del cáliz, que en los capiteles de Lebeña ha desaparecido por completo, salvo en algún caso, donde es difícil saber si el pequeño remate de los caulículos alude al cáliz o no. Desde la observación de ese detalle, es difícil creer que fueron realizados en fase temprana, puesto que ese rasgo junto con otros, que mencionaré enseguida, parecen apuntar en la dirección de una evolución que los alejó de las referencias hispanorromanas o bizantinas. Y ello contando incluso con que algunos de los de esta iglesia, a primera vista, pudieran parecer más próximos a los capiteles bizantinos de la Cisterna de Constantinopla que los de Escalada o Mazote.

Capiteles de Santa maría de Lebeña
Capitel de Santa maría de Lebeña
Capitel de la Cisterna de Estambul
San Lorenzo, Sahagún
En las imágenes adjuntas se pueden valorar las diferencias y similitudes entre los capiteles menos evolucionados de Lebeña y uno relativamente próximo de la cisterna. Las diferencias son: la existencia / inexistencia de collarino; la mayor proximidad de los acantos de Estambul a las líneas derivadas del corintio asiático; las dobles o simples volutas; la diferente concepción del ábaco. Las similitudes: una estructura similar en la articulación del cesto y, sobre todo, cierta relación entre las fórmulas ornamentales. Desde esa conexión-desconexión, podemos deducir que los de Lebeña también definen un punto de evolución superior a los de la cisterna, en la línea definida gracias al capitel de Wamba, a los más bizantinos de Mazote y algunos de Sahagún (sobre todo, el de San Lorenzo) y sus proximidades; la existencia de los dos más bizantinos de Mazote, aquellos que apenas se distinguen de los de la cisterna y ciertas variedades comunes en Constantinopla durante el siglo V, obliga a considerar los de Lebeña en una fase posterior,, pero no muy alejada. Del mismo modo, desde la presunción de que, en general y a salvo de otras circunstancias, el alejamiento de las tradiciones indica alejamiento cronológico, obliga a situar los menos evolucionados de Lebeña, es decir los que siguen la fórmula indicada en el capitel adjunto, poco después de la talla de los más grandes del pórtico de Escalada. Por supuesto, esa presunción sólo es hipótesis formalista de escasa relevancia, si tenemos en cuenta que lo más grueso del debate se centra en catalogaciones distanciadas en 400 años.

Capitel de Santa María de Lebeña
Con manifiestos rasgos formales paralelos, existe otra serie de capiteles de estructura matizadamente diferente de la de los anteriores: se distinguen por poseer una sola corona sobre el cesto y otra sobre los espacios que, en la tradición del orden corintio, dejarían los conjuntos de caulículo-cáliz-volutas, según fórmula similar a los ya mencionados; lo demás (ábaco y collarino laureado) es afín a lo de los capiteles grandes. Si atendemos a los recursos ornamentales encontraremos fórmulas de cierto virtuosismo o “barroquismo”, según el prisma desde el que lo contemplemos. En todo caso, el alejamiento de las fórmulas de acanto conocidas en capiteles incluso evolucionados es manifiesto. Si no fuera por la relación con las series bizantinas que determinan los capiteles de la serie anterior, podríamos pensar en fórmulas tardías (románicas), que se caracterizaron por “recuperar” elementos de la tradición grecolatina con cierta imaginación. En este caso no deberíamos tener la menor duda para adscribir estos capiteles al mismo ciclo cultural que todos los de la serie de la diócesis de Astorga.

Capitel del Museo Arqueológico de Palencia (procede de Sahagún de Campos)
La situación cambia con una “tercera serie” de capiteles de concepción más tosca, caracterizados por contener ábacos gruesos, diferentes de los que poseen los demás, y por una ornamentación más sumaria. El espesor desmesurado de los ábacos, que desvirtúan el "juego" entre ellos y la parte superior del cesto, resta espacio a los motivos ornamentales, sensiblemente "comprimidos": es llamativa la configuración de las dobles volutas, sin tramos rectos, que nacen de unos caulículos bien definidos, pero rematados con motivo vegetal atrofiado. Estos capiteles parecen obra de manos más torpes, pero no inducen a pensar en un momento cultural distinto; en todo caso, proporcionan fundamento al juicio crítico de Gómez-Moreno sobre una iglesia con demasiadas anomalías estéticas para juzgarla obra de cualidades excepcionales.


Capitel más "evolucionado" de Santa maría de Lebeña
En suma, los capiteles de esta iglesia nos informan de una interpretación de la tradición del orden corintio no muy alejada de los paradigmas tardoimperiales, salvo en el caso de la serie más tosca, bastante más "degradados"; asismismo, fueron realizados mediante recursos técnicos afines al resto de la serie "mozárabe" (astorgana o de collarino laureado), con una salvedad: los de Lebeña no fueron tallados aprovechando las posibilidades de los trépanos de cabeza cónica, tan característica de todos los leoneses; en éstos es frecuente ese recurso para definir las angulaciones del foliolo corto, tal y como pueden verse en los dos ejemplares de Sahagún recogidos en las imágenes adjuntas.
La variedad tipológica informa de que quienes trabajaron en esta iglesia lo hicieron con cierta "libertad" o, tal vez, mediante recursos personales y técnicos (o personales y técnicos) diversos; en todo caso, no parece probable que mediaran muchos años entre la realización de los capiteles más grandes y los de esta última serie.


Conclusión. La iglesia de los milagros

Milagro de la ceguera, milagro del grafiti, milagro del grafiti mismo, milagro que un personaje anónimo, del que no se sabe prácticamente nada, pudiera hacerse con los servicios de un grupo de artífices que andaban por la diócesis de Astorga; milagrosa su capacidad para construir una iglesia de concepción estructural tan sofisticada, contando incluso con el juicio crítico de Goméz-Moreno. Hasta el tamaño de los salmones que se pescan en el río Deva es milagroso... Demasiados milagros, incluso para los adoradores de las divinidades paganas,
Desde lo que ha llegado a nuestros días y teniendo en cuenta que se ha conservado el sistema constructivo —no así el arquitectónico—, definido por la contraposición de bóvedas y el juego columna-cimacio-arco de herradura, lo más probable es que se trate de un edificio muy relacionado con fórmulas tardoimperiales, de claro influjo bizantino, tal y como documentan los capiteles. Todo ello nos conduce, de nuevo, a proponer como época más probable para su realización los alrededores del siglo VI... Si los modelos formalistas fueran útiles para acotar procesos históricos, teniendo en cuenta las cualidades de la última serie mencionada en esta entrada, debiéramos deducir que esta iglesia es la más evolucionada de todas las construidas con "capiteles astorganos" y, por consiguiente la más tardía... ¿hacia los alrededores del año 600?
En pleno siglo X Alfonso y Justa procederían a rehabilitarla y adecuarla para el culto, tal vez, introduciendo alguna reforma de entidad menor, difícil de documentar gracias al celo de su "reconstructor" y al de su actual possessor.

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