Por Mercedes Cortina
Leyendo la entrada “Qué pensar, qué desear, qué hacer” he rememorado la década en que nací y la siguiente como tiempos difíciles pero esperanzados política y culturalmente. Por eso he parafraseado el título del poema de Gabriel Celaya “La poesía es un arma cargada de futuro” y lo he extendido a todo el arte sin por eso traicionar ni un ápice al poema ni al poeta.
Ciertamente los bancos, las cajas y otras instituciones políticas y económicas nos han llevado a una situación desastrosa y desesperante. Ciertamente el arte como cualquier otra forma de expresión puede utilizarse con fines manipuladores. Ciertamente el hombre primero se ocupa y preocupa de cubrir las necesidades más perentorias como el alimento o la vivienda. Pero… aquí comienzan mis peros que pueden estar en la base de las dudas reflejadas en el artículo:
No sólo de pan vive el hombre, dice la Biblia y Marx, a su vez, escribió que el obrero necesita tanto o más el respeto que el pan. Es decir, el arte como el resto de las formas de expresión de la cultura, puede tener esa función de impedir el envilecimiento a que a veces nos parece estar condenados. El arte y la literatura dan al ser humano una dimensión, diríamos, espiritual que puede consistir en un individualista lamerse las heridas, llorar “la angustia de hombre enajenado” que decía Ernesto Guevara, enrocarse en la esencial desolación que supone la existencia, o consistir en un reconocimiento en los otros y de los otros, una reflexión estética y ética, o incluso un grito de denuncia de las atrocidades e injusticias a los que unos nos venos sometidos por otros.
¿Puede un arte propiciado por una entidad financiera convertirse en esto último? No por consciente decisión de sus responsables. ¿Quería el poder franquista una poesía como la de Celaya o la de Blas de Otero o José Hierro, unas canciones como las de Raimon o Paco Ibáñez, unos dramas como los de Buero Vallejo, por ejemplo? Si consideramos que la literatura es mucho más trasparente casi siempre que la pintura o la escultura, quedan amplios márgenes de libertad para expresar el desconcierto, el desánimo, la rebeldía y hasta la provocación. No habrá mucho de momento en las exposiciones comentadas pero tal vez sí a partir de ahora.
Además el arte del siglo XXI es esencialmente ambiguo, de lectura múltiple, de manera que es el lector- espectador el que completa el acto comunicativo desde sus propias preocupaciones, expectativas, etc. Es decir, sería un error paternalista por nuestra parte creer que los asistentes a las muestras de Caixa-Forum necesitan protección frente a la manipuladora coartada de la institución financiera. Saben lo que hay y quien lo propicia. Seguramente piensan que tienen todo el derecho del mundo a ese respeto que les proporciona disfrutar del arte como de algo suyo, tanto como de disfrutar del pan y la vivienda que les corresponde. Seguramente lo leerán sin olvidar quiénes son unos y otros y cómo refleja o no su mundo ese arte. Y si no lo hacen, que aprendan.
Es hora de saber que la salida de esta situación está en nuestras manos, en las manos de todos, y que habremos de pensar qué hacer, qué gritar y cómo pedir cuentas a quien corresponda si es que sabemos qué deseamos para nuestro pueblo.
Leyendo la entrada “Qué pensar, qué desear, qué hacer” he rememorado la década en que nací y la siguiente como tiempos difíciles pero esperanzados política y culturalmente. Por eso he parafraseado el título del poema de Gabriel Celaya “La poesía es un arma cargada de futuro” y lo he extendido a todo el arte sin por eso traicionar ni un ápice al poema ni al poeta.
Gabriel Celaya según Alberto Schommer |
No sólo de pan vive el hombre, dice la Biblia y Marx, a su vez, escribió que el obrero necesita tanto o más el respeto que el pan. Es decir, el arte como el resto de las formas de expresión de la cultura, puede tener esa función de impedir el envilecimiento a que a veces nos parece estar condenados. El arte y la literatura dan al ser humano una dimensión, diríamos, espiritual que puede consistir en un individualista lamerse las heridas, llorar “la angustia de hombre enajenado” que decía Ernesto Guevara, enrocarse en la esencial desolación que supone la existencia, o consistir en un reconocimiento en los otros y de los otros, una reflexión estética y ética, o incluso un grito de denuncia de las atrocidades e injusticias a los que unos nos venos sometidos por otros.
¿Puede un arte propiciado por una entidad financiera convertirse en esto último? No por consciente decisión de sus responsables. ¿Quería el poder franquista una poesía como la de Celaya o la de Blas de Otero o José Hierro, unas canciones como las de Raimon o Paco Ibáñez, unos dramas como los de Buero Vallejo, por ejemplo? Si consideramos que la literatura es mucho más trasparente casi siempre que la pintura o la escultura, quedan amplios márgenes de libertad para expresar el desconcierto, el desánimo, la rebeldía y hasta la provocación. No habrá mucho de momento en las exposiciones comentadas pero tal vez sí a partir de ahora.
Además el arte del siglo XXI es esencialmente ambiguo, de lectura múltiple, de manera que es el lector- espectador el que completa el acto comunicativo desde sus propias preocupaciones, expectativas, etc. Es decir, sería un error paternalista por nuestra parte creer que los asistentes a las muestras de Caixa-Forum necesitan protección frente a la manipuladora coartada de la institución financiera. Saben lo que hay y quien lo propicia. Seguramente piensan que tienen todo el derecho del mundo a ese respeto que les proporciona disfrutar del arte como de algo suyo, tanto como de disfrutar del pan y la vivienda que les corresponde. Seguramente lo leerán sin olvidar quiénes son unos y otros y cómo refleja o no su mundo ese arte. Y si no lo hacen, que aprendan.
Es hora de saber que la salida de esta situación está en nuestras manos, en las manos de todos, y que habremos de pensar qué hacer, qué gritar y cómo pedir cuentas a quien corresponda si es que sabemos qué deseamos para nuestro pueblo.
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